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La rúbrica Robert Redford: cómo el actor tumbó estereotipos y se convirtió en un coloso de Hollywood

Fallecido este martes a los 89 años, el actor fue capaz de superar el encasillamiento y encontrar roles que robustecieron su filmografía. También director y fundador del Festival de Sundance, dejó su marca delante y detrás de cámaras. Un grupo de críticos profundiza con Culto en sus aristas como intérprete.

La rúbrica Robert Redford: cómo el actor tumbó estereotipos y se convirtió en un coloso de Hollywood

Tras el éxito de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1966), Mike Nichols preparaba una nueva adaptación a mediados de los 60. Esta vez se trataba de una película basada en una novela publicada por Charles Webb en 1963, la historia de Benjamin, un joven recién graduado de la universidad que se enreda con una mujer mayor al mismo tiempo que inicia un romance con la hija de ella.

Encontrar al actor adecuado no resultó tarea sencilla. Una de las posibilidades que se evaluó fue Robert Redford, quien ya había entrado con fuerza en Hollywood y había demostrado su poderío compartiendo pantalla con nombres como Natalie Wood y Marlon Brando. Las conversaciones avanzaron e incluso llegaron a hacer una prueba de cámara. Estaba al límite de la edad, pero el problema que identificó Nichols era otro.

“Le dije que no podía, en ese momento de su vida, interpretar a un perdedor como Benjamin, porque nadie se lo creería”, indicó Nichols en el indispensable libro Moteros tranquilos, toros salvajes, del periodista y escritor Peter Biskind.

Como Redford no captó el mensaje, insistió: “¿Alguna vez te ha ido mal con una chica?”. La joven estrella tampoco entendió y respondió con una pregunta: “¿Qué quieres decir?”.

El elegido para encarnar al protagonista de El graduado (1967) terminó siendo Dustin Hoffman, un actor en ese entonces menos conocido, pero que, según su perspectiva, podía representar de mejor manera la esencia de underdog de Benjamin. Rubio, de ojos azules y con una presencia fuerte, Redford no era percibido como alguien apto para asumir el rol de desvalidos.

Si bien en los años posteriores daría vida a otros galanes (sin ir más lejos, a Jay Gatsby, la representación definitiva del dandy), también se aseguraría coleccionar personajes que le ayudaron a ensanchar su rango. En 1969 quedaría inmortalizado como Sundance Kid (Butch Cassidy y Sundance Kid), en 1972 sería un desenfadado candidato al Senado (El candidato) y en 1973 haría vibrar la pantalla grande como uno de los estafadores de El golpe. Una racha que produciría un efecto poderoso en cómo lo veía el público y la industria.

“Consiguió superar el ineludible estereotipo y el encasillamiento como galán por su físico, para asumir personajes con más matices y peso argumental; supo y asumió ir tomando roles que no sólo no disimularan el paso de los años, sino que incluso este aspecto fuera parte de sus interpretaciones”, señala el crítico de cine Joel Poblete, quien también destaca su papel en Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), western de Sydney Pollack sobre un desertor que debe enfrentar toda clase de adversidades para sobrevivir.

Para Rodrigo González, crítico de cine de Culto de La Tercera, Pollack fue justamente el director que le sacó más partido. “Fue el realizador que le sacó el mejor provecho y quien sin desperdiciar su natural impronta de galán le dio grandes papeles en bandeja. Desde el joven y exitoso Hubbell Gardiner en Nuestros años felices (1973) al ermitaño Jeremiah Johnson en Las aventuras de Jeremiah Johnson o el paranoico agente de la CIA Joseph Turner en Los tres días del cóndor (1975). Y, claro, no hay que olvidar sus perfectos galanes maduros, individualistas y pragmáticos de África mía (1985) y Habana (1990), también de Pollack”.

Consolidado como actor, se atrevió en la dirección. Debutó con Gente como uno (1980), un drama con el que ganaría el único de sus Oscar en categorías competitivas (en 2002 obtuvo otro, pero honorífico) y que le permitió sostener una carrera detrás de cámaras a la par que siguió en lo suyo.

En 1978, en un esfuerzo que materializaría la amplitud de sus intereses, fundó el Festival de Sundance en Utah. Allí, en la misma localidad en la que se compró un predio en 1961 y levantó una casa, crearía una cuna para el cine hecho fuera de los grandes estudios. ¿Algunos títulos que se gestaron o se estrenaron allí? Simplemente sangre (1984), Sexo, mentiras y video (1989), Perros de la calle (1992), Pequeña Miss Sunshine (2006) y ¡Huye! (2017).

“Tal vez Redford no tenía una personalidad magnética que lograra crear escuela ni era un influyente cinéfilo a lo Tarantino o Scorsese. Tener séquitos no era lo suyo, pues se sabe que era un tipo bastante reservado, pero crear y mantener Sundance es prueba irrefutable de su amor al cine”, opina González.

“Consiguió superar un sello que pudo limitarlo: ser demasiado guapo. Su profunda vocación artística se impuso. No sólo creó Sundance, un festival que no tenía cómo predecir la trascendencia que tendría sino que además se involucró en proyectos que cautivaron al público”, sostiene Ana Josefa Silva.

Coincide en ese análisis Alejandra Pinto: “Robert Redford fue mucho más que un actor extraordinario. También fue un director y productor que amaba el cine, y eso se traspasó a todas sus películas. Más allá del glamour, que evidentemente lo rodeó durante toda su vida, fue capaz de desarrollar personajes múltiples y reconocibles, con carisma y mucho talento. Su marca quedará para siempre en el cine de nuestra era, porque amar las películas es también amar una forma de ver el mundo”.

La crítica de cine se detiene en Juego de espías (2001), “una cinta de Tony Scott donde Redford entrena a Brad Pitt para enfrentarse a un sistema de trabajo difícil de llevar y que funciona como una anticipación y una pasada de posta entre ambos actores”.

La estrella de Todos los hombres del presidente (1976) supo gestionar el último tramo de su trayectoria, un reto que no todas las leyendas del cine logran administrar con tino.

Rodrigo González destaca su rol en Capitán América y el Soldado del Invierno (2014), probablemente una de las mejores cintas de Marvel. “Una vuelta de tuerca al final de su vida, una movida astuta que sólo entrega la sabiduría de los años, similar a lo que hicieron alguna vez Henry Fonda o Gregory Peck, otros eternos héroes americanos que al final de sus carreras tomaron el camino del villano”, opina.

The old man & the gun (2018), su adiós del cine, también genera admiración. “Es una película poco vista, pero que también resulta un homenaje a su carrera, porque interpreta a un ladrón que ha pasado toda su vida entrando y saliendo de la cárcel”, indica Pinto. Para Poblete, “debe ser una de las despedidas del cine más bellas que ha tenido la carrera de algún actor en Hollywood”.

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