
“La violencia patriarcal me desgarra”: el contundente regreso de Arelis Uribe
A ocho años de Quiltras, la autora vuelve a la ficción con Telepunga, un libro que rescata cuentos inéditos. Con una mirada crítica sobre la clase, el lenguaje y la violencia, Uribe reflexiona sobre su oficio, la memoria familiar y los márgenes que atraviesan su escritura.

La escritora Arelis Uribe (38) se mudó a Valparaíso hace dos años, cuida su jardín, lee con voracidad y da clases de escritura.
Quiltras fue el último libro de ficción que publicó, en 2016. Luego le siguieron trabajos de no ficción: Que explote todo (2017), 7 veces lucero (2017) y Las heridas (2021). “En este tiempo he estado trabajando en muchos proyectos, algunos fueron truncados. Estaba un poco en la desesperanza, porque no había podido sacar adelante publicaciones de libros y estaba en la oscuridad, estaba triste“, recuerda la escritora en Culto.
En mayo de 2024, decidió volver al origen. “Fui al disco duro donde están los manuscritos de Quiltras. Fui muy intuitiva y sabia en ir a la semilla. Al revisar encontré dos carpetas, una donde estaban los cuentos terminados que se publicaron en Quiltras, que son ocho, y otra con cuentos inéditos. Me encantó ese material“.
El trabajo de los relatos, en conjunto con la editora Claudia Apablaza, la llenó de esperanza, dice.
Nueve de esos cuentos dan forma a Telepunga (Los Libros de la Mujer Rota, 2025), título que devuelve a Uribe a la ficción con una pluma desgarrada, vibrante, minuciosa. Los textos, escritos en la misma época que Quiltras, relatan en primera persona la cotidianidad de niños y jóvenes en entornos populares urbanos. Este llegará a España bajo el sello Yegua de Troya, de Random House.

“Habiendo publicado cuatro libros, me doy cuenta de un sello autoral, que tiene que ver con la perspectiva de clase. Vengo de una familia popular trabajadora, yo misma me defino como obrera de la literatura, y mi corazón sensibiliza mucho con el pueblo, con el mundo popular, con la clase trabajadora; son los mundos que me interesan, en los que me siento cómoda habitando y explorando. Esas formas de habla, esa astucia”, reflexiona Uribe, recordando la antipoesía de Nicanor Parra y a Pedro Lemebel.
Los cuentos de Telepunga están cargados de chilenismos, desde el título. “La palabra ‘punga’ la había olvidado, la encontré cuando hallé estos cuentos viejos y me encantó”.
“No creo en el español neutro, en ninguna lengua neutra, están todas localizadas”, explica. “La buena literatura para mí es aquella que da cuenta de formas de habla y que captura oralidades”.
Los cuentos
El cuento es uno de los formatos favoritos de Arelis Uribe. “He descubierto que soy cuentista, me gusta esta idea de universos chiquititos, autoconcluyentes. Se puede construir un universo muy grande en poco espacio, eso me atrae mucho”.
En varios de los que componen Telepunga, el final es abierto. Sobre cómo trabaja esa tensión en el relato, profundiza: “Es el arte de omitir, de guardar silencio, de mostrar lo justo y de sugerir. Hay un trabajo de relojería ahí, que es lo que me gusta del cuento, que es entregar las pistas".

De los nueve cuentos, dos de ellos se entrelazan: La escopeta y Trenes. “Monté este mundo de hermanos donde la violencia circula; a veces uno es agresor y después otro es agredido. Los protagonistas son hermanos y los cuentos también”.
La escopeta se basa en una vivencia de un amigo y Trenes toma elementos de la biografía de su abuela.
Cuarto medio, el tercero de los cuentos, también tiene un trasfondo especial. Este fue escrito inicialmente por Alberto Uribe, padre de Arelis, quien falleció en 2017. “Tenemos las mismas iniciales”, añade la escritora.
La palabra viene de familia. Su madre es una voraz lectora y su padre tenía afán de poeta. “Soy una mezcla de las dos cosas. De ahí vengo, es mi semilla. Aprendí desde muy pequeña que leer era un placer y escribir algo divino”, recuerda. Con su padre intercambiaba manuscritos, costumbre que ahora hace con su madre.
“Él me mandó este relato, Cuarto medio, que es el más corto del conjunto. A mí me impresionó ese texto, porque se trata de una violación. Ya no está mi padre aquí para preguntarle cuán autobiográfico es, pero se trata de un chico que es testigo pasivo de un abuso sexual. A mí me impresionó y cuando fui a revisar esta carpeta antigua, ese texto estaba ahí porque yo ya lo había trabajado. Después también lo intervino Claudia Apablaza como editora, pero el corazón de ese relato es de mi padre”.
El último de los cuentos, Telepunga da el nombre al compilado y mezcla el término ‘punga’ con el nombre de una famosa cadena de pizzas. Según cuenta la autora, se basó en su propia experiencia trabajando en un local de comida rápida para armar este relato.
Aquí leemos a Pamela, una joven que, tras salir del liceo, empieza a trabajar en una sucursal de Telepunga. En el texto se devela la precariedad, el hambre y la desigualdad.
“Que no se pongan celosos los otros, pero es mi cuento favorito, también porque es muy chistoso, lo leo y me mato de la risa. Es un cuento largo en comparación a los otros. Escribo de tiro corto, me di cuenta de que soy minimalista, no quiero pelear más con eso. Tiene un ritmo feroz, se lee en un ratito, pese a lo largo que es”, dice.

Violencia transversal
La violencia es una tecla que se toca en todos los relatos. La violencia de género y sexual, en especial el abuso infantil y adolescente, es una constante en el libro.
—¿Cómo abordas esta temática tan compleja? Hay varias perspectivas, la del abusador y la abusada.
Hay una cuestión que tiene que ver con las obsesiones. A mí la violencia patriarcal, en particular la que está atravesada por la supremacía del varón heterosexual que posee los cuerpos de las mujeres, de las disidencias y de los niños-hay una dimensión adultocéntrica, porque existe la pedofilia—; eso a mí me desgarra, me conmueve profundamente que haya niños abusados y explotados sexualmente. Lo que más me abisma, lo que más me violenta de aquello, es que muchas veces esas situaciones de abuso ocurren en el espacio privado, porque son adultos que abusan de la confianza de los niños. Me violenta, me conmueve, no lo puedo entender. Es una de mis obsesiones por historias personales, pero también por historias de otras personas que he amado. Es una forma de exorcizarlo y de denunciarlo.
Sobre los juegos de las perspectivas, eso es más nuevo. Muchos de los relatos que encontré estaban relatados de perspectivas femeninas. En estos diez años seguí a algunos personajes masculinos muy violentos, escuchar cómo hablaban, transcribir sus entrevistas. En ese ejercicio, me di cuenta de que no es tan difícil hablar de una perspectiva masculina. Entonces, al momento de editar estos cuentos, fui dando perspectivas. Por ejemplo, en La escopeta, era una mujer que contaba la historia de su hermano y yo lo cambié a una primera persona masculina.

—¿Cómo llega este libro a un contexto de denuncias mediáticas por violencia sexual, como el caso de Manuel Monsalve o el de Cristián Campos?
Viene a sumarse a esta urgencia de denunciar y de visibilizar esta problemática, de poner las culpas donde corresponden.
Es terrible, es espantoso que no deje de ocurrir y que siga siendo noticia. Lamentablemente, va a tener que seguir siendo así hasta que la situación no cambie y hasta que haya un cambio cultural respecto de la manera en que los adultos, varones, principalmente, abusan de la confianza y del poder respecto de otros cuerpos, como los de mujeres, niños y disidencias.
—En cuentos como Miss Lola y Solo para argentinos hay una fuerte crítica al sistema educacional, lo que también se ve en Quiltras. ¿Cómo ves ese escenario?
Soy bastante crítica y me parece que hay cuestiones macroestructurales que siguen intocables y aún, como dijo Jorge González en El baile de los que sobran, hay gente a la que le entregan los secretos para sortear el futuro y hay grupos a los que no.
No veo que haya cambiado, las reformas son muy tímidas, porque este país es conservador, porque los partidos de izquierda, lamentablemente-yo tengo una postura izquierda, y lo digo sin tapujos—; tienen que negociar con la derecha que es muy conservadora, y así cuesta. Los cambios sociales son paquidermos, muy difíciles de empujar, están anquilosados.

Actualmente, Arelis Uribe sigue escribiendo cuentos, pero también trabaja en una novela. “Los personajes de ese libro son de origen popular y la temática de fondo es el ecocidio, el maltrato a la tierra. Me conmueve la sobreproducción. Estamos en un momento crítico para tomar conciencia ecológica”.
Este nuevo libro se ambientará en un lugar no lugar, como Macondo de Gabriel García Márquez o Chilco de Daniela Catrileo, explica.
Eso sí, la ciudad puerto permeará en el relato. “Estoy enamorada de Valparaíso, del mar. Creo que mi lugar en Chile es Valparaíso, estoy tramitando mi nacionalidad porteña”, concluye.
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