La increíble historia de las “Cholitas escaladoras” deja huella en foro sobre el deporte inclusivo en Chile
“Lita” Gonzales, mujer aimara de 40 años, comenzó hace un decenio a practicar montañismo. Lo hizo y lo hace junto a sus compañeras de comunidad, vestidas con polleras y otros elementos clásicos de la tenida de su cultura. De visita en Santiago, narró esa travesía plena de atrevimiento, superación y respero por su identidad.

“Sembrar, cosechar, cocinar, tener hijos…”.
Así describe la boliviana Ana Lía “Lita” Gonzales el círculo eterno en la vida de la mujer aimara, el mismo que acompaña a miles y miles de hijas de los pueblos originarios a través de América Latina.
Hoy, “Lita”, de 40 años que parecen menos de 30 al acercarse a ella, está en Santiago, donde participó, invitada por la Unesco, el Ministerio del Deporte y la CAF (Banco de desarrollo de América Latina y el Caribe), en el Foro Internacional sobre Deporte y Educación Física Inclusivos, realizado en el Parque Estadio Nacional. Calificó la instancia como “extraordinaria, porque abarca lo que hace falta y propone soluciones”.
Vino a exponer la inédita iniciativa que ella organizó hace algunos años junto con su familia: el grupo “Cholitas escaladoras”, integrado sólo por mujeres de su etnia y que se dedica a realizar montañismo de primer nivel. Entre las cumbres que han conquistado figuran, por ejemplo, el monte Illimani (6.438) y el Aconcagua (6.962 metros), el más alto del hemisferio occidental.
“Escalar no era parte de nuestras tradiciones”, asegura con firmeza, la misma que la mantiene inmersa dentro de la cultura en la que creció. Tan potente en su identidad que siempre viste con pollera, aguayo (especie de manta colorida) y sombrero.
Acerca de sus inicios en la actividad, explica que durante decenas de años, los aimaras ayudaron a los escaladores de su país y de otras nacionalidades a alcanzar la cima. “Mi padre (Agustín) comenzó a hacer montañismo siguiendo a su hermano mayor (Eulalio), quien se interesó gracias a un padre italiano que estaba a cargo de la parroquia y que hacía eso en su país”, recuerda.
“Mi padre hacía de porteador y luego hizo el cursos de alta montaña. Ya no dejó más el deporte”, dice, independientemente de los ingresos que eso generaba para la familia por los pagos que, como guías, recibían de los andinistas que arribaban a la zona.
El primer paso
En ese momento llegó un paso crucial, cuando su madre se integró a un emprendimiento que, hasta ese momento, era exclusivamente masculino: “Mi papá le dijo a mi madre ‘Dora, ¿por qué no vas a cocinar para los turistas? Aquí estás ganando muy poco, allá vas a ganar un poco más’. Así, mi madre se animó a cocinar en alta montaña, a cargar sus ollas. Era muy sacrificado, pero ella lo daba todo, ¿no? Entonces otras señoras que vivían también en las faldas de varias montañas, empezaron a portear, a cargar las cochilas de los turistas y creo que todas soñaban en algún rato con llegar a la cima”.
El 16 de diciembre de 2015, recuerda con precisión, llegó el momento en que se rompió la barrera cultural y, por impulso de un reportero gráfico y con el respaldo del jefe de la familia, decidieron que las mujeres también escalarían.
En Zongo, su caserío que hasta a los pies del monte Huayna Potosí (6.088 m), se formó la cordada femenina. “‘Doralita, mañana van a subir un grupo de mujeres, ustedes que tanto han querido ir, mañana puedo acercarme a tiempo para guiarles’, les dijo el padre”, rememora.
“Nosotras no teníamos equipo, estábamos en cero, porque son equipos muy caros, además de que existía y existe el problema de que las botas son muy grandes para la talla de nuestros pies: yo calzo 35, por ejemplo”, especifica.
Pero se animaron, con un casco de moto en el caso de la matriarca Doralita.
“En la comunidad mucha gente le decía a mi papá: ‘Lo que haces con tus hijas en muy duro, van a sufrir. Esto es deporte para hombres, no deberían subir las mujeres a a la montaña’”.
Nada les hizo cambiar de opinión, más allá de las carencias o de las críticas del entorno. “Entonces dijimos con mi madre que intentaríamos llegar hasta donde pudiéramos y ver también cómo era la experiencia. Así logramos ser 11 mujeres en el primer grupo; fuimos muchas, porque yo pensé que íbamos a ser menos; cinco o seis, a lo más”.
Ahí agregaron los grampones, que se adosan a las botas de alta montaña como elemento imprescindible para la adherencia sobre la nieve. “Y subimos de esa manera, siempre con pollera, con aguayo, con todo. En nuestra comunidad la mujer aimara viste la pollera, ¿no? No se cambia, porque es un símbolo”.
Al respecto, “Lita” explica que “antes había una época de discriminación porque ‘la cholita’ solamente tenía que ser empleada doméstica como oficio fuera de casa. Entonces ni siquiera al estudio podías acceder, por eso a muchas se cambiaban la pollera al salir desde el pueblo hacia la ciudad. Se ponían pantalón o vestido para no ser discriminadas y tener una oportunidad de estudio”.
De esta manera, todo fue una mezcla, la reinvindicación de la propia cultura, le rebeldía frente a los límites impuestos a la mujer, pero al mismo tiempo se rescataba la identidad puesta en duda por los patrones sociales ajenos.
“Mi abuela, la mamá de mi papá, siempre decía ‘tienes que estudiar, tienes que salir, no vas a ser como yo’. Entonces en homenaje a ella decidí llevar las polleras, aunque nos decían que subir con polleras podía ser peligroso, ‘van a rodar’, decían. Pero insistimos: vamos a hacerlo con pollera. Entonces así subimos, ¿no? Claro, era peligroso, pero era una forma de reivindicar, de romper ese miedo también que teníamos toda la vida. Queríamos cambiar ese esquema en el que debíamos llegar a los 17 años, 18, y tener pareja, hijos y dedicarse sólo a la familia, a criar hijos y cocinar. Vamos a cambiar eso, vamos a romper eso, me dije”.
La aventura continúa hasta hoy, 10 años después, con las mismas coordenadas: un grupo de mujeres ataviadas a manera tradicional que, con total autonomía, y sin apoyo estatal alguno, alcanza las más altas cumbres.
En el camino, han recibido apoyos de aficionados de muchos lugares: “Dos amigos polacos, Marjena y Christopher, nos ayudaron con financiamiento para subir el Nevado Sajama, el monte más alto de Bolivia (6.542 m). Estamos muy agradecidas por eso”.
Durante un período, el grupo inicial de 11 comenzó a reducirse hasta llegar a de cuatro personas. “El resto ya se había retirado, porque los esposos seguían diciendo que era un riesgo, que eso no era para mujeres”, afirma.
Hasta un registro gráfico existe con el nombre de “Cholitas escaladoras”, de Jaime Murciego, quien vivió en casa de los Gonzales para adaptarse a la altura y poder realizar las grabaciones. Finalmente, sólo dos de las integrantes lograron hacer cumbre en el Aconcagua: Elena Quispe y “Lita” Gonzales.
Tras este avance fundamental se formó la Asociación de Cholitas Escaladoras Kunu (“nieve”, en aimara), a la que se han sumado muchas mujeres, realizando cursos de formación básica y de guías. “Muchos turistas nos llamaban y hacíamos lo que podíamos, porque no sabíamos tanto; ahora lo sabemos todo, a la par con los varones. Queremos empoderar a más mujeres, para inspirar y que todas comencemos a cumplir nuestros sueños”.
El Mont Blanc y el futuro
Y han agregado metas históricas, como el Mont Blanc, cima que asaltaron por la ruta más compleja. “La altura es mucho menor (4.805 m), pero si es más difícil, tiene mucha exigencia técnica por la ladera que elegimos”, explica “Lita”, aclarando que fueron en verano, lo que acrecienta el riesgo de caídas o de avalanchas. Y con pollera, por cierto.
El proyecto que viene apunta a los ochomiles, partiendo por el Manaslú (8.163 m), el octavo monte más alto del mundo. “El Everest no es objetivo por ahora, porque está demasiado saturado y nuestra meta es subir la montaña, pero conservándola. Nosotras somos sus hijas y ella nos acoge como una madre”, matiza.
Sobre algún mensaje a las aimaras chilenas, “Lita” Gonzales afirma: “Que no tengan miedo. El miedo a veces nos paraliza, nos estanca, y es importante romper ese miedo, romper esos esquemas; que se atrevan a hacer cualquier deporte o luchen por otros de sus sueños. Y lo importante es que intentemos hacer todo lo que queramos sin renunciar a nuestra cultura, a nuestra identidad”.
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