El último grito de Rubén Selman

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Llegaba a la redacción y lo hacía dando gritos. Algún comentario provocador, un reclamo ficticio, una talla venenosa... Y se reía ruidoso. Era su fórmula inconfundible de saludo. Si a lo que venía era a comentar algún partido, aparecía provisto de marraquetas, queso y jamón cocido para todos a la voz de "ya que el jefe no se estira...". Luego hacía el recorrido de rigor para estrechar la mano a todos los presentes y, ya en voz más baja, regalaba palabras educadas de cariño y atención personal. A Rubén Selman se le notaba a la primera, no sabía pasar inadvertido. Ni en la cancha, ni fuera. Y le gustaba. Fue ruido, siempre ruido. 56 años de ruido.

Fue ruido como árbitro, oficio en el que trascendió,  y ruido también como opinólogo o panelista, faceta que desempeñó con dedicación y compromiso en La Tercera durante los últimos seis años puliendo un personaje incontrolable e imprevisible. Provocador, agitador, divertido. Capaz de defender una idea o la contraria sin inmutarse, sin perder la convicción y la vehemencia. Confrontacional, valiente, polémico, insolente sin maldad, gracioso, ocurrente, encajador, indiferente a las reacciones que sus actuaciones generaban en las redes. Selman sabía también reírse de sí mismo. Cultivó una especie de caricatura de sí mismo que se volvió imprescindible en cualquiera de los productos para El Deportivo en los que participó, ya fuera el show o su Liga de Selman para la web o su silbato para la edición de papel.

En su faceta de comunicador, Selman fue un crítico empedernido. Disconforme de casi todo. A los árbitros les enrostraba que no tuvieran creatividad. A los futbolistas, que fingieran. A los periodistas, que nunca hubieran jugado. Tenía una descalificación para cualquiera que se le pusiera por delante, un combate que lidiar con el que se animase a llevarle la contraria. Un discutidor patológico. Pero todo imaginario, casi una representación, sin ánimo ni capacidad de ofender y mucho menos de sentirse ofendido. Ni dolían sus golpes ni le dolían los que recibía.

Detrás de ese personaje vociferante, además, Selman se mostraba como un tipo mucho más calmado. Muy seguro de sí mismo, pero a la vez no tanto. Preguntando con mucha frecuencia si lo estaba haciendo bien, si tenía que corregir algo, si se iba a contar con él a futuro. Otro Selman más entrañable y atento, preocupado del lado personal de sus compañeros, con mensajes de voz que de pronto desahogaba por su celular en los que hacía sentirse al otro importante y querido. Le gustaba incordiar, pero también  llegar al corazón.

Y a los dos Selman, el alborotador de su caricatura y el afectuoso de su persona, se les va a echar mucho de menos. Ambos dejan un recuerdo inapagable. Se les quiso.  Hasta siempre Selman. Hasta siempre Rubén. Descansen en paz.

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