William Sater, historiador: “Gabriel Boric no es una anomalía inédita en la historia de Chile”

Chilenista estadounidense, coescritor de una muy difundida historia general, el autor de La imagen heroica en Chile (sobre el simbolismo en torno a Prat) y Tragedia andina (acerca de la Guerra del Pacífico) da una mirada al “nuevo ciclo” que inaugura la llegada del líder frenteamplista a La Moneda: sin mayor entusiasmo por lo que viene, con más de una aprensión y con la idea de que, al día de hoy, la realidad política del país “es muy parecida a la del Chile tradicional”.


Profesor emérito de la California State University, en Long Beach, William F. Sater (84) aterrizó por primera vez en Chile en 1965, gracias a un programa de intercambio académico. Le interesó, a poco de haber llegado, el estatus de “santo secular” de Arturo Prat, y así fue como ocho años después publicó un libro que se traduciría en 2005 como La imagen heroica en Chile.

Años más tarde publicaría un estudio sobre la “prusianización” del Ejército que aún está por traducirse (The grand illusion, 1999) y una obra “estrictamente militar” que apareció originalmente en 2007: Tragedia andina. La lucha en la Guerra del Pacífico, 1879-1884 (2016). Una obra que no por especializada y exhaustiva se hace menos atrayente, en especial al develar falencias, torpezas e ineptitudes de la oficialidad y de la tropa de los tres países involucrados. Todo ello, cabe destacar, con cierto énfasis en la desmitificación y el cuestionamiento de las ideas recibidas, así como con un sentido del humor que asoma cuando menos se le espera, irónico a veces, cáustico otras tantas, en este volumen y en casi todo lo que publica.

Pero una presentación del estadounidense no puede obviar la historia general coescrita con su colega británico Simon Collier (1938-2003): publicada inicialmente en 1996, A History of Chile ha conocido ediciones resumidas, revisadas y aumentadas, la última de las cuales -Historia de Chile, 1808-2017 (2018)- tuvo a Sater, ahora en solitario, abordando los avatares de la República en el nuevo milenio para sumarlos al conjunto.

“Podemos [junto a Collier] ser menos parciales y no estamos sujetos a los puntos de vista tradicionales de varios historiadores chilenos. Como extranjeros, no tenemos las mismas lealtades ni las mismas convicciones ideológicas”, declaró en 2019 a La Tercera el historiador, quien no ha llegado a incluir en su panorámica de “chilenista gringo” los acontecimientos del 18-O y posteriores, ni presume por motivo alguno haber previsto o anunciado algo a ese respecto.

Eso sí, las páginas agregadas en la última edición del libro proveen esos elementos que no pocos incluirían retrospectivamente entre los leños que alimentaron el fuego del Estallido (del sistema tributario, que ve como un “pacto de Fausto”, hasta la corrupción uniformada y el legado de los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia, que se movieron “dentro de los límites de la Constitución de 1980 [y] recuerdan a alguien que calza unos zapatos demasiado pequeños: protegen los pies, pero restringen los movimientos”).

Todo lo transcurrido últimamente, eso sí, probablemente no sacaría del libro una impresión temprana que se formaron Collier y Sater, y que plasmaron en él: “Si se contempla la historia de Chile a vuelo de pájaro, su trayectoria de estabilidad política, de continuidad institucional, es notablemente superior a la de la mayoría de las repúblicas iberoamericanas”.

Hoy, por escrito desde California, Sater no asoma especialmente entusiasmado con el “nuevo ciclo” que abre la llegada de Gabriel Boric a La Moneda. Eso, por decir lo menos. Historiador como es en todo caso, no presume de adivinar lo que viene, aunque conjetura en función de la experiencia de un país que se le antoja más inercial y previsible que el augurado por el actual impulso constituyente.

Igualmente, pareciera Sater llamar a contener el asombro o la sorpresa respecto de episodios y de personajes locales. Para comenzar, plantea, “Boric no es una anomalía inédita en la historia de Chile. Es un enfant terrible que, como Trump, está capitalizando una ola de resentimiento populista”.

En este último sentido, cree Sater, el caso del exdiputado y exdirigente estudiantil se asemeja al segundo mandato de Carlos Ibáñez (1952-1958), quien “iba a barrer con todo y a hacer un nuevo trato con las empresas del cobre”. Adicionalmente, “tampoco fue [Jorge] Alessandri el típico político que buscó abrirse paso en esa arena”. Acto seguido, afirma que Boric, “acusando quizá una vida más bien acomodada, cree tener las respuestas para todo”.

“Su objetivo principal, me ha llegado a parecer, es burlarse del establishment”, prosigue el historiador, de la mano de una tesis nada estándar: “Su negativa a vestirse adecuadamente y su proceder algo infantil en cuestiones que causan dificultades indican una cierta tendencia nihilista. Ahora que estará en el poder, descubrirá que es más fácil quejarse que resolver los problemas, sobre todo cuando algunos de ellos se originan fuera de Chile y, por lo tanto, están fuera de su control”.

A partir de lo anterior, va sumando Sater algunos de los problemas que asoman en el horizonte del nuevo Mandatario. El primero de ellos es que “estará funcionando en una tierra de nadie desde el punto de vista político”. La nueva Constitución, añade, “aún no está redactada, por lo que Boric tendrá que actuar en conformidad con la que está vigente. ¿Qué pasa si la Convención Constitucional no llega a un acuerdo o si la ciudadanía rechaza su propuesta?”.

Ahí es donde el académico, admitiendo que se pregunta por su exactitud, cuenta que leyó una reciente encuesta de opinión pública que muestra un descenso en el apoyo a la Convención Constitucional. Ese y otros elementos lo hacen pensar que Chile “se enfrenta al hecho de que se podría rechazar el proceso, dejando al país a horcajadas sobre dos sistemas en competencia”.

Otro problema, para agregar a la lista de Sater, es que “en lugar de unificar la nación, Boric y otros ponen el acento en la política de la identidad: en el trato particular para las mujeres, para los indígenas, para los homosexuales, etc”. Asoma acá una ironía, dice: “Mientras el lema de los EE.UU. es ‘De muchos, uno’ [E pluribus unum]; para Boric, es como si fuera ‘De uno, muchos’”. Esto va a ocasionar problemas, piensa, “porque fomentará un sentimiento de competencia”, en tanto cada una de las distintas partes de la coalición oficialista “busque una ventaja que podría perjudicar a otra parte”.

“La realidad política del país es muy parecida a la del Chile tradicional”, cree también, pensando en el cuadro general: “Un país con una población relativamente pequeña, representada por demasiados partidos que, dados los problemas para formar y mantener coaliciones, causarán enormes problemas políticos. Hay, me temo, un regreso al Régimen Parlamentario”.

¿En qué sentido?

En el sentido de que el Régimen Parlamentario se caracterizó por la agitación política y la incapacidad de afrontar los problemas: los gobiernos se apoyaban en coaliciones que se desmoronaban rápidamente.

¿Cómo ve el panorama tras el 18-O, así como sus proyecciones?

Lo que se olvida a este respecto es que Piñera tuvo que enfrentar la crisis de la Covid, así como problemas económicos y una población muy hostil para la cual el sistema vigente les ha negado sus legítimos derechos y ha desatendido sus demandas. En este sentido, se trata de la política de siempre.

La cuestión es cómo pueden los “pingüinos”, por así llamarlos, alterar la situación existente (en EE.UU. tenemos un cuadro similar con “El escuadrón” [The Squad], un grupo parlamentario muy de izquierda, principalmente mujeres, que desafía el orden existente e intenta que el Partido Demócrata adopte el socialismo). En algunos aspectos las fuerzas políticas pueden haber cambiado sus nombres, pero no su naturaleza orgánica.

¿Qué incidencia le asigna al factor constituyente?

No estoy seguro de que el cambio de Constitución vaya a alterar significativamente el proceso político chileno: es fácil escribir constituciones, pero muy difícil ponerlas en práctica.

El hecho de que Gabriel Boric no tenga en principio un Congreso favorable, ¿puede tener un efecto moderador de las expectativas?

Es muy posible que Boric enfrente un parlamento hostil. Esto significa que tendrá que ajustar sus propias expectativas para apaciguar a su oposición. En ese proceso se ganará la antipatía de algunos de sus partidarios, que podrían abandonar el barco. El resultado: no conseguirá sus objetivos.

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