Cuando pensamos en cocinas, inmediatamente se nos viene a la mente la imagen de espacios entretenidos, equipados con buena tecnología e implementos específicos. Afortunadamente hoy en Chile existe todo eso; lo que antes solo veíamos en revistas, hoy lo podemos tener en nuestras casas, nos hemos sofisticado por un lado y, por otro, al relacionarnos directamente con el hacer, hemos ido agregando artefactos que nos hacen el día a día más fácil.

El abanico de materiales que existe, por ejemplo para los muebles de cocina, es amplísimo, existiendo propuestas no solo para todos los bolsillos, sino también para el look final que uno quiere: la cocina hipermoderna, la provenzal o la contemporánea pero acogedora, son todas opciones que se pueden armar hoy. La mezcla entre un buen fabricante, buenos materiales e ideas que uno tiene en la cabeza logra resultados únicos, porque este espacio central en la casa es como una buena receta, se puede pasar de

mano en mano, pero cada chef hará su interpretación personal, haciéndola propia.

Si hablamos de tendencias, se podría decir que el camino va por lo limpio, lo editado; hay que suprimir, optimizar; eso es lo que hemos visto en las últimas ferias a las que hemos ido y en la propuesta de las marcas internacionales, pero personalmente a mí no me funciona. Creo que las cocinas, como cualquier espacio de la casa, tienen que recoger el ADN de sus dueños, que uno al entrar reconozca quiénes viven ahí y qué cosas son importantes para ellos. El ‘que se usa’ o ‘está de moda’ no me gusta. Para mí es tomar algo ajeno y tratar de hacerlo propio, pero sin entender su origen.

Las dos cocinas que llevamos en este número son un claro ejemplo de lo anterior: una más suelta, otra más ordenada pero igualmente eficaz. En ambos casos sus dueños las adaptaron, con utensilios a la vista, porque los usan, o arte en sus muros, porque es importante para ellos.