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Espacio: Alma, corazón y pan

Eso dan ganas de cantar cuando se entra a la cocina de Pepe Acevedo, un referente de la comida vegetariana y hoy un panadero natural que se reparte a sí mismo en panes de diversos sabores y clases de cocina que da en el restaurante El Huerto, algo así como el nido de lo sin carne en Santiago. Llegar hasta su guarida en La Reina es casi un regalo; ahí se lo ve suelto, contento, lleno de budas, libros, harinas, granos. ?Soy salado y sazonado?, dice. Y a nosotros nos da hambre.

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Dos batidoras hay en la cocina del Pepe. También tantos libros (por toda la casa) que hasta la calle San Diego se queda chica. Veo de inmediato algunos de Alice Waters, la pionera de la comida orgánica en California y una ídola para cualquier alma verde. Lógico que también para él, que hace más de 20 años que giró su vida a lo natural, se olvidó de la carne, se inclinó por lo oriental espiritualmente hablando y cocinó, con todo, alma y corazón, pero pan, en los comienzos, todavía no.

La vida de Pepe está llena de sabores. Harto viaje, harto cambio, harta fortuna en el más amplio sentido de la palabra. Hace unos 8 años que dejó la cocina de El Huerto y se refugió en su casa. Ahí fue el momento en que amplió su territorio, metió un horno industrial doble y empezó a amasar el pan, el espacio y lo que hoy es biodeli.com, donde los vende, todos hechos con levadura madre, es decir, la fermentación natural del agua y harina que a él le queda deliciosa y es la base de todas sus ricuras ‘panísticas’. Métase y goce encargando unos con romero y aceitunas u otros de puro centeno, cebolla, etc. Además ahí se promueven sus clases que son, se los digo de verdad, increíbles.

Ahora, el mundo físico de Pepe también es afortunado. Hay ventanas grandes que dejan pasar la luz y muestran un jardín con naranjos, nogales, almendros, guindos. Harta madera (que también está presente en fuentes de todos los tamaños apiladas en los estantes de la cocina) y una cantidad de condimentos, granos y tés, tentadora, que se funde perfecto con el seudoaltar arriba del refri lleno de budas, en especial uno gigante, blanco, abundante y gracioso que es el buda chino de la cocina. “Para mí son fundamentales aquí. Por una cosa energética, simbólica. Hace ya mucho que no me separo de ellos y tienen su lugar en este espacio siempre”. Aquí lee, cocina, prueba recetas, escucha música. “Aquí hay que estar bien. Es un poco esotérico lo que voy a decir pero es casi irresponsable cocinar cuando uno está de mala onda, porque eso se lo come la gente después. Así que aquí estoy a gusto, con lo mío y en lo mío”. Eso se nota, se agradece, se devora.

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