La gran expansión de Bahna
Con 'Fugaz: detener una acción' Ignacio Bahna no solo logra congelar parte de uno de los fenómenos más potentes que conocemos. Su más reciente muestra -desde el 7 de septiembre hasta el 1 de octubre en la galería ARTESPACIO- trae a uno de los lugares más exclusivos de Santiago la fuerza de una erupción volcánica.


Muy profundo bajo la tierra hay capas tectónicas que se friccionan generando temperaturas tan altas que derriten la piedra y la transforman en magma. Esa materia es lo que despide un volcán en erupción, lo que vuela fugazmente y se petrifica en el aire antes de caer al suelo.
Cuando Ignacio Bahna lo explica tan claro, con la seguridad del que ha estudiado, la pregunta ya no puede ser ‘¿qué te atrae del fenómeno volcánico?’. Debería ser para el resto: ¡¿cómo no fascinarse con un evento tan impresionante?!
Sobre el piso de una Galería Artespacio muy distinta a la que conocemos hay masking tape dibujando una figura. Bahna dice que es una expansión, el recorrido sobre el cual unas piedras volcánicas “superhiperfrescas” -expulsadas por el Villarrica en marzo de 2015- van a flotar gracias a hilos de nailon, dando todo el brillo de su composición de basalto, cuarzo y vidrio. A través de un cálculo matemático, él y su equipo saben que a medida que se alejan de la columna vertebral de esta expansión -más densa y voluminosa- el tamaño de las piedras -sorprendentemente livianas- debe ir reduciéndose y separándose cada vez más.

Han venido medios con ganas de registrar este proceso lento y acucioso. Bahna dice “bueno, que registren”, pero también dice “no hay nada mejor que el resultado final”.
Varios días antes de inaugurar, Ignacio Bahna habla como si viviera en el futuro, en el 7 de septiembre, cuando la gente pueda ver por fin el resultado final de ‘Fugaz: detener una acción’. En parte porque ha ensayado este montaje en menor escala antes, en parte porque tiene perfectamente orquestada esta experiencia. Tiene calculadas todas las circulaciones a través de los nuevos espacios que genera la tabiquería que mandó a construir especialmente para la exposición, en torno a la expansión en la parte central, frente a una pantalla en un rincón y tras las cortinas de una sala a oscuras.
“Caminar sobre la ruta pedregosa, escuchando el crujir del paso. Recogiendo el paisaje en pequeñas piedras, y como acto reconstructivo volver a suspenderlas, deteniendo la acción fugaz del movimiento, de la luz y del sonido, como una acción atemporal de una historia poco visible”, recita Bahna de memoria algunas líneas de su catálogo. Explica que hay una acción física congelada en el aire, que la luz evoca la idea del magma latente y el ruido vendrá de la madera carbonizada que cubrirá toda la sala a oscuras. “Es curioso el efecto que se creará para el espectador. Entrar a la sala donde está todo esto que parece superdelicado, que no te atreves a tocar. Llegar a la sala oscura aún con la sensación de fragilidad para pisar sobre estas cenizas crujientes. Va a ser una experiencia de muchas sensaciones”.

Las paredes de la sala a oscuras están dominadas por una obra realizada en madera carbonizada y picoyo, un material translúcido que resulta de la concentración de la resina de la araucaria, de alguna manera petrificada. Tras el picoyo las luces led brillan como brasas a un ritmo pausado; son el único elemento de la obra que no vino directamente de un bosque: “Camino a dos mil metros de altura por parques nacionales. Me meto en bosques de araucarias, que tienen que estar en proceso de descomposición para poder encontrar el picoyo. Son todas fases muy atractivas para mi trabajo. Las piedras y cenizas se recolectaron una a una. El video dentro de la exposición narra ese proceso que duró cerca de un año, con los matices de todas sus estaciones”.
Bahna dice que más allá de los soportes, y a pesar de verse “un poco casado con la madera”, siempre ha trabajado la expansión; que mientras sus esculturas de madera eran esqueletos que hacían una cita conceptual a un fenómeno físico, esto se trata de algo vivencial: “En 2005 compré un terreno en el sur, en una zona roja, morada y negra de actividad volcánica; ¡no tienes por dónde escapar! Con un grupo de amigos y medios propios construimos una casa que llamamos El Observatorio. El objetivo era tener una pequeña reserva natural para estudiar el cambio de la materia, el comportamiento de fenómenos naturales, una plataforma de observación. Yo vivo y tengo mi taller en Santiago, pero este lugar se fue acercando cada vez más a mi obra. Ahora no se trata de una representación. Este proyecto recoge piedras volcánicas que ya tienen historia. Me pareció mucho más potente que elaborar un material. En marzo de 2015 El Observatorio quedó cubierto por todas estas piedras. Yo caminaba por las rutas y escuchaba ese crujido. Quise trasladar ese fenómeno a Alonso de Córdova, la calle más cara de Chile, algo superhiperprimitivo, para que la gente lo vea sin miedo y tenga esas sensaciones”.
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