Los tres días que cambiaron el pontificado

Papa

Antes de partir, el secretario de Estado Pietro Parolin reconoció que sería un viaje "difícil", pero pocos previeron que la visita del Papa a Chile terminaría desencadenando una ola de acontecimientos que cambiaron la agenda del papado. Para febrero está prevista en Roma una cumbre sobre los abusos que no estaba en la agenda de nadie hace un año.


Cuando el 18 de enero de 2018, a las 16.53 horas, el Airbus A321 de Latam con la leyenda El Vuelo del Papa en un costado despegaba del aeropuerto internacional Diego Aracena de Iquique, se cerraba la visita de tres días de Francisco a Chile que algunos medios internacionales ya calificaban como la peor de sus cinco años de pontificado. Sentado en la primera fila del avión que lo había trasladado por el país -y en el que incluso, sorpresivamente, había celebrado un matrimonio-, Jorge Mario Bergoglio, el segundo Papa que visitaba Chile desde el histórico viaje de Juan Pablo II en abril de 1987, comenzaba a hacer el primer balance de lo que había vivido, ponderando probablemente aquel "frío extrañísimo" que había sentido en Chile y que admitiría meses después a Andrés Murillo en el Vaticano.

Durante la visita, Bergoglio se había encontrado con un país muy distinto al que recibió a Karol Wojtyla 31 años antes. El fervor no era el mismo. Las imágenes aéreas mostraban amplios espacios vacíos durante las misas y ceremonias realizadas por Francisco, especialmente en Temuco, Maipú e Iquique. En esta última ciudad algunos esperaban hasta 1 millón de asistentes, considerando a los argentinos que -decían- cruzarían la frontera para ver al Papa. O al menos auguraban medio millón. A la playa Lobito llegaron al final menos de 100 mil personas. En el camino desde el aeropuerto, escasos fieles saludaron al Papa.

¿Una buena visita?

Minutos después de que el avión se estabilizara a 30 mil pies, monseñor Darío Edoardo Viganó apareció en la parte trasera de la nave. Se le veía sonriente. Viganó era entonces prefecto de la Secretaría de las Comunicaciones, el nuevo dicasterio creado por el Papa para concentrar todo el manejo de los medios y oficinas ligadas a las comunicaciones que tiene el Vaticano, desde la Sala Stampa hasta el histórico diario oficial, L'Osservatore Romano.

-¿Qué les pareció la visita? -preguntó. La reacción inmediata de uno de los casi 80 periodistas que acompañaban al Papa desde Roma fue devolverle la pregunta: "¿Qué le pareció a usted?".

Viganó, sin abandonar su sonrisa, se mostró satisfecho. "Creo que fue una muy buena visita", dijo. Incluso, frente a otro grupo de periodistas alabó la gestión comunicacional del sacerdote chileno Felipe Herrera. Horas antes, otro de los miembros de la delegación vaticana también había evaluado positivamente el viaje. E incluso aseguró que la noche anterior, durante la cena en la nunciatura, "el Papa estaba muy contento".

La realidad, sin embargo, era otra. En momentos en que el avión entraba a territorio peruano escoltado por dos cazas de la fuerza aérea de ese país, las "improvisadas" palabras del Papa al llegar a la playa Lobito, en las que descalificó las denuncias contra el obispo Juan Barros -acusado de encubrir los abusos del exsacerdote Fernando Karadima- seguían retumbando.

"El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba. Todo es calumnia. ¿Está claro?", había sentenciado a una periodista, cerrando un viaje que se había iniciado, paradójicamente, con un duro mensaje de condena en La Moneda a los abusos del clero. No pasaron ni 10 minutos para que los dichos del Pontífice se reprodujeran en los principales medios. Y para que las víctimas de Karadima anunciaran una conferencia de prensa. Así, cuando el avión del Papa volaba hacia Lima, y un sonriente obispo Viganó destacaba la "buena" visita del Papa a Chile, Juan Carlos Cruz, James Hamilton y Juan Andrés Murillo aparecerían ante las cámaras insistiendo que el Papa estaba equivocado: "Barros sabía de los abusos".

Abusos se toman la agenda

A partir de entonces se desencadenó una serie de acontecimientos que dieron un giro radical a la agenda del pontificado. Hasta su viaje a Chile, el tema que concentraba la atención en el Vaticano era la creciente crítica de sectores conservadores, en especial por la apertura del Papa a los divorciados vueltos a casar en su documento Amoris Laetitia, y el escaso avance de las reformas de la Curia. Después del viaje, el tema de los abusos -que durante los primeros años del actual papado había perdido la visibilidad que tuvo durante el pontificado de Benedicto XVI- terminó concentrando la agenda, y los sucesos posteriores de Pennsylvania y el viaje a Irlanda contribuyeron a ello. Incluso, la incuestionable popularidad del Papa comenzó a debilitarse. "Las evidencias sugieren, hasta ahora, que sus partidarios superan ampliamente a sus detractores. Pero eso puede estar a punto de cambiar", escribió Roberts Mickens, corresponsal del periódico católico francés La Croix International tras el fin de la visita. "Sin duda, el viaje a Chile cambió la agenda del Papa", aseguró a La Tercera Iacopo Scaramuzzi, periodista de Vatican Insider y autor del libro Tango vaticano: La Iglesia en tiempos de Francisco.

Para Elisabetta Piqué, vaticanista argentina y biógrafa de Bergoglio, "el significado que tuvo la visita a Chile fue enorme". "Para mí, marcó un antes y un después en el manejo del escándalo de abusos por parte del Papa", sostiene a La Tercera, porque "si bien al principio del pontificado, Francisco creó la comisión para la tutela de menores, en el viaje a Chile se le hizo un 'click', como que se dio cuenta y entendió la gravedad y el daño enorme a la credibilidad de la Iglesia que tuvo esto".

Y en ese proceso contribuyeron figuras cercanas al Papa. Dos días después de que Francisco dejara Chile, el cardenal estadounidense Sean O'Malley, titular de la mencionada Comisión Pontificia para la Protección de la Infancia -y miembro del Consejo de cardenales que asesora la Papa-, en un hecho inédito, publicó una declaración criticándolo. "Es comprensible que las declaraciones del Papa Francisco han sido motivo de gran dolor para los sobrevivientes de abusos sexuales cometidos por el clero o algún otro perpetrador. Las palabras que llevan el mensaje 'si no puedes probar tus acusaciones entonces no se te va a creer', abandonan a aquellos que sufren reprensibles violaciones criminales de su dignidad humana y relegan a los sobrevivientes a un exilio desacreditado", decía el texto subido al sitio web del arzobispado de Boston, del cual es titular.

Como referente de la lucha contra los abusos en la Iglesia Católica, las palabras del cardenal O´Malley tuvieron una amplia repercusión. Y llevaron al Papa, en su viaje de regreso a Roma, a ofrecer disculpas a las víctimas. Pero sus dichos no fueron suficientes para contener las críticas. "El viaje a Chile ya era presentado por la prensa como el primer gran fracaso de Francisco y la primera gran crisis de su carisma", escribió en julio pasado el vaticanista y director de Il Sismógrafo Luis Badilla en un extenso artículo titulado "Anatomía de una crisis y de un viaje".

Al llegar a Roma, en la reunión de evaluación del viaje, el análisis no fue positivo. "El Papa reconoció que había metido la pata", comentó a La Tercera una fuente vaticana, y al recientemente renunciado jefe de prensa Greg Burke se le criticó "no haber protegido al Papa" en la conferencia de prensa durante su viaje de regreso. "Algunos pidieron incluso su salida", agregó otra fuente cercana al Vaticano.

Frente a lo que algunos medios ya calificaban como el peor momento de su pontificado, el Papa reaccionó. Menos de diez días después de volver a Roma, Francisco anunció el envío del arzobispo de Malta y expromotor de justicia de la Santa Sede -Charles Scicluna- a Chile para recabar información sobre la situación de Barros. En el avión, Bergoglio había asegurado que si había nuevos antecedentes estaba dispuesto a revisarlos, y el prelado maltés que llevó la investigación contra el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, venía a Chile a buscar esos antecedentes. Su primera escala fue Nueva York, donde se reunió con el periodista Juan Carlos Cruz y una de las víctimas de Fernando Karadima. "El viaje a Chile fue un fracaso, pero Bergoglio tuvo la capacidad de corregirse y abrir una nueva etapa de su pontificado", precisa Scaramuzzi.

El informe Scicluna

El informe de 2.300 páginas que elaboraría Scicluna y el sacerdote español Jordi Bertomeu en su poco menos de una semana en Chile, durante la cual realizó más de 60 entrevistas, fue devastador a la luz de lo que trascendió meses después en el documento que el Papa les entregó a los obispos convocados a Roma -hablaba incluso de destrucción de evidencias-. Su lectura motivó que Francisco enviara una carta a los obispos chilenos y al pueblo de Chile en abril, en la que reconoce su "error" sobre el obispo Barros, atribuido a problemas de "información y evaluación", pide perdón y cita a todo el episcopado chileno a Roma. Pero antes de esa reunión invita a las víctimas de Karadima al Vaticano y se disculpa personalmente.

"El rápido despliegue de acontecimientos sugirió un agresivo giro de parte del Papa, quien convirtió el escándalo de la Iglesia chilena en una crisis global al defender vigorosamente al obispo Barros durante su visita a Chile y Perú", escribió la revista estadounidense The Atlantic. Una opinión que comparte la fundadora de la organización Bishop Accountability, Anne Barrett Doyle, que mantiene un registro de los casos de sacerdotes acusados de abusos en el mundo. "En Chile comenzó todo", aseguró a La Tercera, agregando que después de eso "el Papa actuó audazmente y con la apropiada urgencia moral" para enfrentar el tema, pero hoy parece haber perdido ese impulso. "¿Dónde está ese líder atrevido ahora?" se preguntó.

"Creo que el caso chileno tuvo un fuerte impacto en la agenda del Papa y, sin duda, volvió a instalar el tema de los abusos dentro de la Iglesia", señaló a La Tercera la vaticanista de CruxNow Inés San Martín. Para ella, sin embargo, en este cambio de agenda influyó también el informe de Pennsylvania que reveló el abuso a más de 1.000 menores de edad por cerca de 300 sacerdotes durante 70 años, que se conoció en julio pasado, y las acusaciones de abusos contra el cardenal Theodore MacCarrick, quien fue removido del Colegio de Cardenales por el Papa. Hechos que, según San Martín, se dieron en medio del clima creado por la situación chilena y agravado por el viaje a Irlanda (en agosto), "quizá el país que más ha sufrido a causa del tema". En ese país las revelaciones de dos informes sobre abusos, la década pasada, desencadenaron un proceso que golpeó fuertemente a la Iglesia y debilitó su influencia en el que fuera el país más católico de Europa. Si a mediados de los 70, el 90% de los irlandeses reconocía haber ido a misa la última semana, hoy esa cifra ha caído al 36%.

Una cumbre inédita

En septiembre, casi en forma paralela a que la revista alemana Der Spiegel publicara un duro artículo de 19 páginas contra el Papa y una portada donde se leía, sobre la silueta en rojo de Bergoglio, el título: "No mentirás", el Pontífice dio sorpresivamente otra señal para intentar calmar la ola de críticas. Para febrero se anunció la convocatoria de una cumbre inédita de los presidentes de las conferencias episcopales para abordar la protección a los menores en la Iglesia. "Este es el mejor reflejo de que el viaje a Chile marcó un antes y un después", precisa Elisabetta Piqué, mientras que Scaramuzzi agrega que "ese encuentro va a ser para el Papa un desafío a su capacidad de gobierno".

La convocatoria selló así el giro en las prioridades de la agenda papal, debilitando su popularidad y relegando a segundo plano la disputa por su exhortación apostólica Amoris Laetitia. Poco antes de partir en enero de 2018, en una entrevista al sitio oficial Vatican News, el secretario de Estado Pietro Parolin reconoció que el viaje a Chile era "difícil". Sin embargo, es probable que nunca intuyó la magnitud de esa dificultad.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.