Los malditos pesimistas
<div>Lo común es resumir la carrera de Periodismo en la fama de ser tardíamente rentable, en un campo laboral chato y mal pagado.</div><div><br></div>

SACUDIRSE de los pesimismos es una habilidad que no suele acompañarnos a los periodistas. Es una antigua falla de fábrica que en ocasiones nos vuelve a torturar, a molestarnos en los sueños, a deprimir una conversación entre cervezas después del turno, como cuando hace un par de semanas un portal web de noticias universitarias anunció un panorama apocalíptico para los comunicadores: quedarían apenas mil cupos disponibles en los medios tradicionales para los más de ocho mil tipos que están por titularse.
Bastaron esas líneas -que no presentaban ninguna fuente idónea avalándolas- para que reaparecieran viejos fantasmas que ligan a esta profesión con el fracaso. Sin ir muy lejos, uno se puede encontrar con los habituales funestos agoreros entreverados con la prensa. Hace sólo cuatro años, la sentencia vino desde el propio Colegio de Periodistas, que entonces proclamó al país como zona saturada de comunicadores y que, por lo tanto, había que olvidarse de estudiar Periodismo. Aunque nunca ha habido un estudio de causalidades sobre esto, a partir de ese año las postulaciones a la carrera se han visto afectadas. Y por lo tanto, el agorero funesto se sintió acertando con su profecía.
A los pesimistas les encanta mirar el horizonte con el agua hasta el cuello. Lo común es resumir la carrera en la fama terrible de ser tardíamente rentable, en un campo laboral chato y mal pagado, y que más encima se sostiene en los estigmas de ser "un océano de conocimientos de un centímetro de profundidad", como reza el eufemismo periodístico de su formación.
Pero en este entierro, para quienes estamos ligados a la responsabilidad de la docencia de los futuros alumnos, no sólo tenemos mucho que decir, sino que hacer.
Hasta ahora los pasos han sido tímidos y no dan más que para una breve caminata, pero al menos se dirigen hacia lo que debería ser el periodista que esperamos: un tipo culto, flexible, globalizado, abierto de cabeza y, sobre todo, emprendedor. Sí, estos pasos hacia ese destino aún son débiles. Sin embargo, son cada vez más los ejemplos de egresados de escuelas de Periodismo que están emprendiendo sus propios negocios ligados a las comunicaciones. Muchos, sin tener contactos, pero todos sin tener miedos. Las mallas curriculares se están perfeccionando para educarlos en la innovación y la creatividad, con rigurosidad y talento, optimistas frente a una realidad en la que las necesidades de comunicación son tan diversas como inagotables. Desde el gobierno, los políticos, los empresarios, las organizaciones, las instituciones y los grupos comunes y corrientes piden a gritos ayuda para poder entenderse.
Para un viejo periodista desalentado, enterarse de que nueve de cada 10 egresados están aceptando el desafío de emprender los primeros pasos de sus propios negocios, siendo asertivos, proactivos y arriesgados, es sentir el susto pasando húmedo por la espalda.
Ver a los que vienen, creciendo, manejando las nuevas tecnologías, aprendiendo de presupuestos, indiferentes a la crisis del papel y de los diarios, tan lejanos a cualquier amago latente a los fracasos, es mirarse a sí mismo en la irremediable decadencia en la que terminarán, todos los malditos pesimistas.
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