Narrativa chilena: perdiendo el pudor

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Un puñado de libros recientes de autores locales habla de sexo sin eufemismos. En una tradición narrativa poco dada a celebrar la sexualidad, estos relatos desvisten a sus personajes con soltura y humor.




Alf, el protagonista del último libro de Alberto Fuguet, piensa compulsivamente en sexo. Alf es un editor gay en los 40, a quien su joven pareja dejó. Y ello lo empuja a Grindr, la red social gay. Alf se dedica a cazar hombres jóvenes. En gran medida, Sudor es eso: las conquistas sexuales que logra en Grindr y en la calle también. Conquistas narradas con humor y provocación: "Me metió el pulgar en mi boca. Date vuelta, me dijo, y le hice caso, obvio. Alguien como Alonso quiero: inteligente, que lea, con quien pueda estar tranquilo, conversar por el parque, salir a un brunch. ¿Existe? Y si existe, ¿por qué Alonso me culea mientras su novio está de viaje?".

Intensa y explícita, Sudor coincide con un puñado de novelas recientes que abordan el sexo con naturalidad, desenfado y hasta humor: No te ama, de Camila Gutiérrez; La hora más corta, de Francisco Díaz Klaassen, y Química y nicotina, de María José Viera-Gallo y Maori Pérez.

El primero relata los líos amorosos y los enredos sexuales de Cami, una escritora y guionista que juega en dos rings: se enamora de una chica y le gusta tirar con un chico. Una novela desinhibida y melancólica, donde la protagonista pasa de los brazos de uno al otro: "Me gustaba no escoger. Culiar con ella (que no ronca) en la noche. Culiar, en el día, con él".

Un departamento en Nueva York, verano, un hombre y una mujer. Con esos elementos, Díaz Klaassen construye una novela donde confluyen el deseo y el marasmo de la vida diaria. "Díaz Klaassen ha creado un narrador que, a diferencia de tantos otros en nuestra pudorosa tradición, no se esconde de narrar lo corporal, la abyección del sexo, la sordidez de la vida cotidiana", dice Edmundo Paz Soldán.

Química y nicotina, a su vez, recoge las cartas de una pareja -ella escritora y madre de dos hijos; él, un poeta 10 años menor, que juega a ser maldito- en la que ambos comparten sus deseos, su enamoramiento, sus encuentros y desencuentros dentro y fuera de la cama. "Química y nicotina es osada por decenas de razones y una de las tantas es enfrentar al sexo no sólo por su nombre, sino de manera romántica y hasta cursi, y eso es parte de la locura del libro", dice Fuguet.

A ellas se podría sumar Piquero, la primera novela de Pablo Fernández Rojas. La historia de los encuentros de un joven gay, que busca y busca al tipo amado en noches de sexo exprés.

Con sus peculiaridades, sus ritmos y estética propia, cada uno de estos relatos cruza la barrera del pudor. En una narrativa habituada a desvestirse tras un biombo o a cortar las escenas de sexo, estos libros se distinguen. ¿La narrativa chilena está perdiendo el pudor?

El porno es pop

Vicente Undurraga, editor del sello Random House, que publicó Sudor, cree que los tiempos que corren permiten o propician un mayor desplante de la sexualidad. "Casos como los de Fuguet y Camila Gutiérrez, efectivamente, muestran un inusitado y excelente trabajo en esa línea, entre otras cosas porque extreman el recurso más allá de la norma actual, a la vez que entienden muy bien el grado de humor y/o ridículo que el sexo por escrito irremediablemente conlleva".

Matías Rivas, editor de UDP, coincide. No observa aún una tendencia, sino más bien casos específicos: "Son libros que trabajan de forma deliberada con el exhibicionismo, con la falta de pudor, puesto que necesitan hablar desde el cuerpo, mostrar las pulsiones y las maneras de conectarnos a través del sexo".

"El pudor se ha perdido; el porno al final es pop", comenta Fuguet. El escritor observa que estos libros conviven con una multitud de novelas de jóvenes sin sexo. "El no-sexo, la vida pokemona, la moral nerd y asexual o quizás reprimida pero saciada con lo geek y los cómics es algo muy actual y en el aire. Por un lado, hay relatos con más sexo y, por otro, casi al mismo tiempo, más historias de chicos pajeros".

En el caso de Sudor, dice, la propia historia le exigía ser explícito. "La opción o la invitación estética que quise plantear es a no tenerles miedo a los fluidos, a oler, a que no todo sea Axe o higiene. Por eso se llama Sudor. No creo que siempre escriba así. Pero en este caso no podía escribir de estos personajes sin desnudos frontales y close up casi pornos. Pero no creo que el próximo libro sea tan explícito, seguro que no".

A diferencia de la narrativa, la poesía chilena celebra mucho más la sexualidad, desde Pablo Neruda y Gonzalo Rojas a Claudio Bertoni y Germán Carrasco. De todos modos, Vicente Undurraga recuerda antecedentes narrativos: las páginas de Pedro Lemebel y varios pasajes de Roberto Bolaño. También José Donoso y Mauricio Wacquez, aun cuando en sus libros la experiencia sexual es más bien sufrida. Menciona, además, a Marcelo Mellado, "que trabaja una 'sexualidad charcha, pre penetrativa', que no es sino otra forma, muy chilena por lo demás, de la sexualidad". Y Siete días de la señora K, de Ana María del Río.

"La poesía no le teme ni le ha temido" al sexo, concuerda Fuguet. "Bertoni es hot y es alegre y es divertido y es calentón. Y otros poetas también, como Matías Rivas. Recuerdo lo explícito que era Idola, de Marín, aunque también me pareció que era algo asqueroso", agrega. "El sexo generalmente aparece como algo oscuro, retorcido, más ligado a sometimientos. Un sexo lynchiano, digamos. Poco gozoso. Eso ahora está cambiando".

Ese cambio, apunta Matías Rivas, no es sino un reflejo de las nuevas generaciones. "Ya no es una sola o dos generaciones más liberales, sino que varias", dice. Y agrega: "Sin duda, el imaginario sexual está contaminado por el porno y las imágenes del deseo que vemos circulando por los medios. Esa misma contaminación afecta a la literatura, no sólo chilena".

Vicente Undurraga acota: "Y en cuanto al destape de la intimidad en sentido más amplio... Bueno, creo que todavía no tenemos nuestra Novela Luminosa (de Mario Levrero)".

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