
¿Adiós a los profesores?

En los últimos años, la educación ha pasado de tener muy pocos cambios en los métodos de aprendizaje, sin tener un ecosistema más dinámico, con tecnologías que han permitido acelerar el aprendizaje, poniendo al alumno en el centro. Sin embargo, hoy estamos ante una revolución mucho más profunda. La inteligencia artificial (IA) está comenzando a pensar con nosotros, a corregirnos, a sugerir, a enseñar. ¿Estamos preparados para que las máquinas se vuelvan compañeras o reemplazos de profesores en la sala de clases?
En Texas, este futuro ya empezó. En Liberty Hill, un distrito escolar público, los alumnos están utilizando IA para reescribir finales de libros clásicos y crear imágenes digitales que acompañen sus textos. Lo hacen no para copiar o evitar pensar, sino para explorar caminos creativos impensados. En Austin, una escuela privada llamada Alpha High School fue más lejos: reemplazó buena parte de la enseñanza tradicional con plataformas de IA que permiten a los estudiantes avanzar a su ritmo. ¿Y los profesores? Siguen ahí, pero ahora como guías emocionales, acompañando en la parte más humana del aprendizaje: la empatía, el juicio crítico y la colaboración.
Las oportunidades son enormes. En Chile, por ejemplo, la red de colegios Alcántara Alicante, en línea con el filósofo John Dewey, desarrolla una pedagogía activa donde el protagonista de su aprendizaje es el alumno, por lo que fomentan la creatividad y el interés por la investigación incorporando cada vez más recursos tecnológicos y habilidades básicas para la nueva era. Es que la IA puede personalizar el aprendizaje y adaptarlo a las posibilidades de comprensión de cada alumno con una eficiencia insospechada, de una forma que los sistemas masivos nunca lograron. Cada alumno puede recibir contenido ajustado a su velocidad, intereses y estilo cognitivo, como ya lo están haciendo en Houston.
Pero no todo brilla como una pantalla. Los riesgos son reales y no deben minimizarse. La integración de la IA en el ámbito educativo, especialmente en los colegios, representa un cambio de paradigma multifacético, con un potencial transformador significativo, pero también con riesgos inherentes. La promesa de una educación personalizada, métodos de evaluación mejorados y tareas administrativas más eficientes se contrasta con preocupaciones relacionadas con la privacidad de los datos, los sesgos algorítmicos y la posible erosión de las habilidades de pensamiento crítico. Es nuestra obligación cuestionarnos cada paso que damos y hacernos las preguntas correctas: ¿Qué pasa con los datos personales que estas herramientas recolectan? ¿Estamos exponiendo a los estudiantes a una vigilancia que normaliza la pérdida de privacidad desde la infancia? ¿Qué ocurre con quienes no tienen buenos accesos a esto? La brecha digital podría volverse un abismo. Y más aún: si dejamos que la IA tome demasiado protagonismo, corremos el riesgo de atenuar la chispa del pensamiento crítico, del error que enseña, del conflicto que hace crecer.
No se trata de oponerse al avance. Sería absurdo. Pero sí debemos decidir, colectivamente, qué tipo de educación queremos construir. La IA puede ser una herramienta poderosa que puede hacer posible un aprendizaje más inclusivo, personalizado y eficiente, siempre que no nos haga olvidar que la educación, en el fondo, es un acto profundamente humano. La clave está en aprovechar esta oportunidad con una visión ética y formativa que potencie tanto a estudiantes como a educadores para enfrentar los retos del futuro. Si la tecnología potencia en vez de reemplazar lo esencial, quizás estemos no solo ante una transformación educativa, sino ante la oportunidad de hacerla finalmente más justa, más personalizada y más significativa para todos.
*El autor de la columna es fundador de Mapcity y Apanio, advisor y director de startups, autor de “Piensa al revés”, “Hackea tu Mente” y “TÚ”.
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