Columna de Camila Miranda: Unidad con horizonte



El domingo pasado se desarrolló el anunciado cónclave oficialista, espacio que reunió a dirigencias políticas de las dos coaliciones que sostienen al gobierno, y que tuvo lugar a dos meses del plebiscito y de los movimientos que a partir de allí se produjeron (cambio de gabinete y de autoridades a nivel regional, reorganización del “segundo piso”, presentación de la Ley de Presupuesto 2023, con foco en la seguridad social, económica y ciudadana, y el proyecto de la reforma de pensiones, por nombrar algunos).

La cita marca un hito en lo que puede entenderse como una suerte de “segundo tiempo” para el gobierno de Gabriel Boric. Como se ha podido apreciar a lo largo de esta semana, la instancia sirvió para mejorar la coordinación y articulación de las fuerzas oficialistas, lo que resulta indispensable de cara a los desafíos que enfrenta el gobierno. Así es como en los últimos días hemos podido ver a un Ejecutivo más empoderado y a una bancada parlamentaria que logró sortear exitosamente el impasse de la presidencia de la Cámara.

Sin embargo, más allá de la coyuntura semanal y el efecto que el cónclave pudo tener en la articulación de las coaliciones, esta conversación podría ser parte de un proceso mayor: la conformación de un bloque capaz de conducir la salida de la crisis en la que, no debemos olvidarlo, seguimos estando. El Chile del siglo XXI requiere de una articulación de fuerzas políticas y sociales capaces de proponerle al país un camino que permita superar el agotamiento de un modelo de desarrollo que hace tiempo dejó de producir crecimiento y que ha provocado una insostenible concentración del poder y la riqueza. Construir el Chile de los próximos treinta o cuarenta años debiera ser un horizonte común que vaya dotando de sentido a la unión de fuerzas políticas y sociales, a las reformas y a las acciones concretas para responder a las urgencias.

La voluntad ratificada el domingo pasado de construir entendimientos y densificar una alianza, más allá de las legítimas diferencias que existen, podría avanzar a tener como horizonte ordenador la construcción de un Estado social que nos permita llegar a ser una sociedad más justa, integrada y cohesionada.

Ahora bien, para que la alianza se sostenga es preciso construirla en base a una conversación política honesta, de una lectura de las causas que provocaron la crisis actual y una evaluación de los así llamados “30 años” que reconozca lo alcanzado y los límites que no permitieron avanzar más, así como que sea clara en nombrar los desvíos que desdibujaron el proyecto, como el matrimonio entre política y dinero o la profundización de la subsidiariedad y el mercado en el campo de los derechos sociales. Esta debe ser también una conversación sobria y exenta de soberbia, pues mucho se ha buscado azuzar las diferencias entre las coaliciones que componen el gobierno, apuntando a la existencia de “dos almas” o de sectores intransigentes enfrentados a sectores moderados. Estas aproximaciones no son más que caricaturas de un mapa de posiciones mucho más complejo y matizado que cruza a distintos sectores. El diálogo entre las coaliciones no debiera alimentar esas miradas reduccionistas.

La hondura de la crisis que atravesamos, y que tuvo una de sus expresiones más agudas en la revuelta social de 2019, requiere de fuerzas políticas que estén a la altura de la tarea. En ese sentido, el cónclave del domingo pasado es una buena señal, pero se requieren muchos pasos más. El desafío de este ciclo estará en afinar todavía más el horizonte hacia el cual se quiere caminar, convocar a la sociedad en su conjunto a construir ese país de dignidad mientras se responde con acciones a las urgencias que nos aquejan.

Por Camila Miranda, presidenta de Fundación Nodo XXI

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