Columna de Carlos Meléndez: Brasil y sus dos “antis”



La segunda vuelta del 30 de octubre en Brasil, más que una definición entre Jair Bolsonaro y Lula da Silva, es una elección entre el antipetismo y el antibolsonarismo, respectivamente. Por un lado, gran parte del inesperado 43,2% de los votos válidos que obtuvo Bolsonaro no es necesariamente mérito propio; no estamos ante un ejército de millones de bolsonaristas, comprometidos en cuerpo y alma con el incumbente, sino, principalmente, ante electores movilizados por el antipetismo (esa recia oposición al PT), que encuentran en un Mandatario negacionista y adverso a valores democráticos, alguien que representa “el mal menor”, en comparación con el líder del PT.

Por otro lado, Da Silva -luego de recuperar la libertad- ensayó una estrategia de campaña ambiciosa: incluir en su “chapa” a Geraldo Alckmin (ex gobernador de Sao Paulo y excandidato presidencial del PSDB), forjando así una extensa alianza, abarcadora de la izquierda y la derecha mainstream. Ello, con la intención de arrinconar a Bolsonaro en la esquina de la derecha populista radical, la más ultra en Brasil. Las encuestas que prometían su victoria en primera vuelta parecían darle la razón. Pero los electores no solo se movilizan por sus adhesiones ideológicas. La selección de una opción en la cédula de votación no es solo cuestión de razones y afectos, sino también de odios y rechazos. Lula se encontró con la pared del antipetismo.

Como sabemos, las identidades negativas no son exclusivas de la política brasileña. Se activan y pueden perdurar años, sobre todo cuando no existe algún partido que convierta el rechazo hacia el rival en identidad propia. Hace cinco años, Jair Bolsonaro era un diputado procaz, casi un personaje folklórico de la política verdeamarilla. Hoy lidera un movimiento de seguidores de similares proporciones al núcleo duro del PT, un partido con 42 años de historia.

Bolsonaro le dio forma a ese antipetismo en una diversidad de animadversiones, conformándose en desprecio clasista y racista, desconfianza hacia la corrupción, odio al comunismo latinoamericano e, incluso, miedo religioso. El antipetista más duro odia y teme; puede creer que, de volver la izquierda al poder, podrían convertir a Brasil en la Venezuela chavista, o que Lula tiene vínculos con Satán (sic). Es por ello que hemos visto en campaña agresiones físicas entre fanáticos y hasta asesinatos de petistas de a pie.

Mas, el antipetismo no vive su mejor momento, a pesar de haber llevado a Bolsonaro a una segunda vuelta. Los detractores activos del PT se han reducido respecto de hace cuatro años. Ello se debe a la emergencia de otra identidad negativa más contundente aún en la política brasileña: el antibolsonarismo, ese conglomerado de brasileños que rechazan sistemáticamente cualquier oferta electoral del actual Presidente y de sus huestes políticas. Aunque el antibolsonarismo activo no constituye un dique para prevenir la reelección del militar retirado, representa, por ahora, una ligera ventaja que acerca más al poder a Lula da Silva en un final de fotografía.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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