Columna de Gonzalo Cordero: El (des)acuerdo



“No es perfecta, más se acerca a lo que yo siempre soñé”. Así, citando a Pablo Milanés, la expresidenta Bachelet apoyó la propuesta redactada por la Convención. Esos versos calzan bien con lo que han dicho reiteradamente los partidarios del texto, llenándolo de adjetivos y atribuyéndole la capacidad de construir “casi” el paraíso en la tierra: tendremos una sociedad segura, sin violencia, con salud y educación de calidad para todos, viviendas y pensiones dignas, participación, regiones con verdadero poder. En fin, “lo que yo siempre soñé”.

Sin embargo, lo que para algunos se representa como sueño, para la mayoría lo hace como pesadilla; así lo indica la generalidad de las encuestas. Más aún, personas del más diverso origen político, entre los que se cuentan exministros de todos los gobiernos pasados, votarán Rechazo y plantean que este texto amenaza la libertad política y nos condena al fracaso económico. Este no es un problema entre progresismo y derecha, sino entre demócratas y no demócratas, le escuché decir en televisión a un exintegrante de la Convención y exsenador de centro izquierda que llama a rechazar.

Probablemente, ante la amenaza cierta de la derrota, tanto el gobierno como los partidos que lo apoyan decidieron comprometerse con cambiar este texto “soñado” apenas se apruebe, contradiciendo de manera evidente lo que ellos mismos han expresado reiteradamente. La vida nos impone una permanente batalla interior entre lo que creemos y lo que nos conviene, ello define la sutil, aunque profunda, diferencia entre el héroe y el fanático, o entre el pragmático y el oportunista.

Todo el episodio del acuerdo político que pretendió afirmar la idea de aprobar para reformar se vio mal, se ejecutó muy mal y terminó peor, precisamente porque es imposible no sospechar oportunismo de los que, renegando de todo lo que han dicho, ahora se juntan “entre gallos y medianoche” a quemar algunas hojas del libro que llevan semanas adorando; y, desde el PC, porque al echar por tierra el compromiso, cuando aún no se seca la tinta con la que lo firmaron, exhiben su fanatismo incontenible. Es el “sí, pero no” del que no está dispuesto a transar una coma, del que cree con fe inconmovible que la justicia lo inspira, lo mueve y, por tanto, él la encarna.

Este acuerdo y su inmediato rompimiento son la prueba final de que esta propuesta de Constitución conduce a un camino sin retorno, de que muchos de los que la apoyan quieren ganar, aunque sean necesarias volteretas y promesas incumplibles; y de que otros, sus principales promotores, están dispuestos a sostenerla contra todo y contra todos. Así no funciona la democracia, ni ningún orden social que pretenda ser racional, seguro y sostenible.

Es probable que la mayoría del país rechace este intento corporativo, autoritario y separatista que nos ofrecen; pero, al día siguiente, continuará el desafío de llegar a un pacto social democrático común y este episodio anticipa mucho de lo difícil que es la tarea que nos espera.

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