Columna de Juan Ignacio Brito: Comisión ¿Experta?



Resulta difícil sostener que las personas convocadas para integrar la Comisión de Expertos realmente lo sean. Solo califica como tal un puñado de los 24 escogidos. Si por “experto” entendemos a personas de “indiscutible trayectoria profesional, técnica y académica” (según exige el Acuerdo por Chile del cual surgió el proceso constitucional 2.0), y reconocemos que deben ser individuos de alto nivel intelectual, conocedores a fondo de la materia y con independencia para hacer valer sus posiciones, entonces resulta claro que apenas unos pocos reúnen esos requisitos.

Muchos de los llamados expertos no pasan la prueba de la blancura. En la mayoría de los casos, tienen una reconocida trayectoria y probada inteligencia. En varios de ellos puede identificarse asimismo una carrera dedicada al estudio y al análisis. Pocos, sin embargo, son los que superan el test de la autonomía. Como se necesitan simultáneamente los tres requisitos para contar realmente con un experto, la ausencia de uno de ellos pone en peligro la calidad global del aporte.

En la centroderecha, por ejemplo, es fácil advertir una desmedida presencia del piñerismo. La sobrerrepresentación de esa tendencia entre los designados por ChileVamos constituye una decepción que evidencia no solo el infatigable afán de poder de una facción desacreditada ante la opinión pública, sino también la incapacidad de los partidos que conforman dicha alianza para interpretar adecuadamente a su electorado.

Lógicas similares son discernibles en las designaciones realizadas por otros bloques.

No es que el elenco de la Comisión Experta sea reprobable. Pero sí que se ha desperdiciado una oportunidad para conformar un equipo de primera y que el resultado, salvo honrosas y muy fácilmente identificables excepciones, no es tan bueno como se dice.

El proceso fue diseñado de una manera que conducía a pensar que habría una instancia inicial -la Comisión Experta- que no se regiría por lógicas partidistas, las cuales quedaban reservadas para la segunda etapa, que llevará adelante el Consejo Constitucional elegido en mayo por votación popular. Para que se cumpliera tal diseño, los comisionados deberían haber sido personas forjadas en la independencia de criterio y habituadas a postular y defender posiciones con autonomía.

Sin embargo, una vez más, buena parte los partidos políticos y sus dirigencias -nuestra inefable fronda democrática- le han torcido la nariz al espíritu de lo que ellos mismos suscribieron. La mayoría de las designaciones que han hecho lleva agua a sus respectivos molinos. Ojalá que los cinco o seis verdaderos expertos que hay en la Comisión puedan tener espacio para actuar por el bien del país en su conjunto, sin partidismos. Quizás funcionar como bancada podría ayudarlos.

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