Columna de Juan Ignacio Brito: Piñera: ¿Pesadilla III?



Una consecuencia llamativa de la insatisfacción ciudadana con el actual gobierno es el alza de popularidad de Sebastián Piñera. Confirmando una tendencia ya sugerida por el sondeo CEP de enero, la encuesta Cadem muestra que crece la valoración positiva del expresidente.

Aunque él mismo ha dicho que no piensa repostular, parece obvio que el piñerismo está de vuelta en la centroderecha (¿alguna vez se fue?), como queda en evidencia al observar su peso entre los candidatos del sector al Consejo Constitucional y entre los miembros de la Comisión Experta.

¿Cómo es posible que un liderazgo que salió tan dañado de La Moneda tenga ahora una posición expectante y pueda incluso imaginar una eventual “operación retorno”? La respuesta es que el piñerismo tiene algo que a los demás “lotes” que conforman la centroderecha les cuesta: “máquina” y vocación de poder.

Nada reprochable, pues ambos elementos son indispensables si se aspira al éxito en política. El problema es que el piñerismo no tiene nada más que mostrar y ha convertido al poder en un objetivo absoluto.

El exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger publicó el año pasado Liderazgo, un libro en el que expone los que considera mejores ejemplos que le tocó presenciar en su extensa carrera: Adenauer, De Gaulle, Nixon, Sadat, Lee Kuan Yew y Thatcher. Según Kissinger, los grandes líderes son quienes analizaron con acierto las sociedades que les tocó dirigir; acompañaron e inspiraron a sus pueblos; se rodearon de equipos que lograron trascenderlos y proyectar su obra hacia el futuro; fueron valientes para enfrentar la adversidad y elegir un curso de acción para remontarla, y tuvieron carácter para sostenerlo basados en convicciones a las que nunca dejaron de ser fieles.

Ni siquiera un profesor generoso pasaría a Piñera en el test de liderazgo concebido por Kissinger. El expresidente no supo leer los tiempos, al punto que unos días antes del estallido de 2019 hablaba de Chile como un “oasis de estabilidad”; tampoco fue cercano con la gente, la cual, aunque le dio la victoria en dos oportunidades, siempre guardó distancia de un líder que llegó a ser muy impopular; pese a que habló del “gobierno de los mejores”, Piñera no creó equipos que proyectaran su obra y fue mezquino con cualquier liderazgo que pudiera opacarlo; aunque a veces mostró coraje (la reconstrucción posterremoto o el rescate de los mineros), en otras flaqueó notoriamente, como en el 18-O; y sus continuos cambios de postura en busca de una popularidad esquiva son evidencia de falta de carácter y convicciones.

Así, lo único que le otorga fuerza a Piñera es haber hecho del poder un fin en sí mismo. Quizás eso podría bastar para planear una nueva campaña, pero, como los chilenos ya deberíamos saber, es insuficiente para gobernar al país.

Por Juan Ignacio Brito, periodista

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