Columna de Pablo Ortúzar: El despueble

Los festejos de la Lista del Pueblo en Plaza Italia. Foto: AGENCIAUNO.


Pucha que tienen ganas de sentirse poderosos. De ponerle la pata encima a alguien. De decir: tú no, porque yo lo digo. Son la encarnación de la fantasía patronal de los capataces. ¡Digan la verdad! Búsquenla en su fuero interno, pero después díganla. Pisan el palito de negarle igualdad de derechos políticos a Jorge Arancibia no por “negacionismo” -ese concepto que antes significaba algo pero que ustedes torturaron hasta desfigurarlo- sino porque la dictadura militar es su rival mimético. Ustedes desean lo que se imaginan que Arancibia encarna. Desean ese poder ilimitado, la pachorra, el sarcasmo arrogante de los tiranos. Ustedes no tienen temple, no tienen el carácter de ciudadanos de una república. Hasta les molesta el concepto. Lo que les gusta es Pinochet, y es peor que Pinochet. Es lo que proyectan en él desde la impotencia odiosa que los carcome por dentro.

Manuel Woldarsky con fina y sumaria voz expulsando organizaciones adversarias del espacio público. “Negacionistas” dice el hilito sonoro. “Según el acuerdo acordado”, remata con la falsa formalidad de todos los tinterillos de purga. ¿Cuándo dejarán de hacerle perder el tiempo y la dignidad a la democracia chilena?

Igual que Pinochet, los creadores de la lista del pueblo se arrimaron a la república poniendo carita de oveja. Los pobrecitos. Los pobrecitos pueblo. “Pobre Augusto”, comentaba Salvador Allende el 11 en la mañana. ¿Y qué resultaron ser? Sátrapas y pinganillas, peores que cualquier partido político, usando la instancia constitucional como plataforma para su bingo indecente de campañas electorales a cuanto cargo puedan saltarle al cuello.

Las movilizaciones más masivas de la historia de Chile abrieron la oportunidad de reformas institucionales que podrían allanar un camino de dignidad para el esfuerzo de millones de familias chilenas. Pero “La lista”, que inauguró la instancia pifiando el himno nacional y con un griterío de feria, nos tiene semanas discutiendo sobre héroes políticos imaginarios encarcelados supuestamente por “pensar distinto”: pensar, uno supondría mirando sus prontuarios, que el robo no robaba, que el fuego no quemaba, que los golpes no dolían. ¡Vaya profunda ideología! ¡Vaya mártires! ¡Linos y Teclas del saqueo y el pillaje!

Y después el lloriqueo y la victimización: la derecha sabotea la convención. ¿Han organizado purgas los convencionales de derecha contra sus organizaciones? ¿Han vetado a alguien? ¿Le han negado iguales derechos políticos a alguno de ustedes? ¿Han usado la convención como plataforma para sus campañas venideras? No, no lo han hecho. Ni los más recalcitrantes. Ni Cubillos, ni Marinovic. “¡No lo han hecho porque no pueden!” Dirán los sagaces populares. No tienen la mayoría para abusar de ella. Nosotros sí. Nos toca abusar. ¿Esa es la idea?

Lo bueno es que el choclo se desgrana y el barco mal habido se les hunde. No sólo su farsa timó electores, sino también candidatos, que ahora huyen. Va uno, van tres, van cinco. Que se multipliquen los gestos de verdadera dignidad. Que la república siga recuperando a sus hijas e hijos. Y que a ustedes las urnas los revienten y la historia los olvide como el reflejo final de la dictadura en un pequeño espejo.

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