Edgardo Boeninger

Edgardo Boeninger


La polémica sobre a quién le corresponde conmemorar los 30 años del 5 de octubre se ha tornado absurda y responde más bien a una forma tosca y pequeña de recordar uno de los acontecimientos más importantes de nuestra historia.

El triunfo del No fue en definitiva de todos los chilenos, pero eso no significa olvidar que hubo quienes influyeron con acierto para que eso fuera posible. Hay que recordar entonces a los dirigentes políticos visionarios que se dieron cuenta de que el movimiento antidictatorial debía aprovechar el espacio que daba la propia legalidad del régimen para incorporar a millones de chilenos a la definición del futuro. Uno de ellos, poco valorado en su enorme importancia, en particular por su partido, fue Edgardo Boeninger, quien vislumbró antes que otros la posibilidad de dar la batalla del plebiscito de 1988, que Pinochet creía sería un mero trámite de ratificación de su poder, y que a juicio de Boeninger ofrecía una oportunidad de victoria para los demócratas. Para ello, era clave que hubiera nuevos registros electorales, que se validara la actividad de los partidos, que hubiera supervisión de un tribunal calificador de elecciones que ofreciera garantías, que se abriera la TV a los opositores, que el escrutinio fuera en las mesas de votación, etc.

La campaña por el No permitió derrotar el miedo. Mucha gente se incorporó a los miles de comités a través del país. Además, el comando nacional del No actuó con inteligencia y creatividad para asociar la opción de rechazo al dictador con una perspectiva positiva, de concordia y reconciliación. Eso fue determinante para que fracasara la campaña del terror del régimen y para que las propias FF.AA. se hicieran la idea de que venía un cambio en la vida del país.

Es válido hablar de "la fuerza del lápiz", como lo hace la Fundación Aylwin, que está estimulando la entrega de testimonios respecto de lo vivido hace 30 años. Por cierto que el triunfo fue una acumulación de pequeñas y grandes batallas, la más importante de las cuales fue la defensa de los DD.HH., pero a los chilenos no se les pidió otra cosa que atreverse a marcar No el día del plebiscito. No era una acción heroica, sino modesta, pequeña, ciudadana, pero que tenía una inmensa trascendencia. Eso fue lo que hicimos quienes votamos por la libertad aquel 5 de octubre.

El plebiscito permitió que Chile se reconociera a sí mismo en la cultura cívica que fue su patrimonio por largo tiempo. La represión, la censura, el estado de sitio, las arbitrariedades, la proscripción de los partidos contradijeron las mejores tradiciones de nuestro país, y por eso la campaña del plebiscito hizo posible que Chile volviera a ser lo que nunca debió de dejar de ser. Tratándose de campañas electorales, los chilenos estábamos en "nuestra salsa", teníamos recuerdos de las campañas pasadas en que los resultados se conocían el mismo día de la votación. La campaña del plebiscito hizo posible que la política volviera a ser una expresión de civismo y tolerancia. Casi no hubo actos de violencia en la campaña. El país fue adquiriendo conciencia de que podíamos volver a vivir en democracia y que no hacía falta que los militares nos mantuvieran encañonados.

Fue la victoria del camino pacífico hacia la democracia. Después de tantos dolores, dimos un paso fundamental para dejarlos atrás. Un año después, elegimos al primer presidente de la recuperación democrática. Allí también Edgardo Boeninger tuvo un papel relevante; es justo recordar su impronta, especialmente en momentos en que es difícil encontrar, en la política, figuras de su tonelaje intelectual y capacidad de articulación de grandes acuerdos.

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