
El talento femenino: la mitad del país aún en la banca
Las recientes cifras sobre el desempleo en Chile han desatado las esperadas opiniones de diversos sectores; sin embargo, hay una dimensión que no es noticia porque refleja una vez más una realidad que se reproduce y nos hace sentir otra vez en el día de la marmota: el rezago de las mujeres. Sus causas son antiguas, estructurales, y no permiten desatar los grandes nudos que impiden que el trabajo tenga por fin cara de mujer.
El último informe del PNUD y la OIT (2025) confirma lo que se sabe: la participación laboral femenina apenas alcanza el 52,1%, frente al 71% de los hombres. Los sueldos son 21,4% más bajos y la informalidad, 11,5% más alta. Incluso en sindicatos, donde uno pensaría que la solidaridad manda, ellas son minoría: 38,7% frente al 61,3% masculino.
Pero los números solo cuentan parte de la historia. Las voces de las propias mujeres son más elocuentes: trabajar muchas veces no compensa porque el sueldo se va en transporte, cuidados o alimentación. Además, persisten las brechas culturales: la expectativa de que sean ellas quienes carguen con el trabajo doméstico y de cuidados, incluso cuando también cumplen una jornada laboral remunerada.
La maternidad sigue siendo una encrucijada. Mientras se proclama que la familia es el núcleo de la sociedad, las políticas que faciliten compatibilizar trabajo y crianza son insuficientes. Guarderías, horarios flexibles o corresponsabilidad real son todavía aspiraciones más que derechos. En muchos casos, la maternidad se convierte en un “filtro” que reduce las posibilidades de acceder a empleos de calidad.
Hay que entender que la baja inserción laboral femenina no es solo un problema de equidad, sino también de productividad. El país pierde al mantener a la mitad de su talento en la banca. El Banco Mundial estima que si la participación de las mujeres se equiparara a la de los hombres, el PIB podría aumentar hasta en un 15%. No es caridad, es economía.
Al mismo tiempo, debemos mirar los sectores donde sí han irrumpido con fuerza. En salud, educación y servicios comunitarios, la presencia femenina supera el 70%. Sin embargo, esos son justamente los sectores más precarizados y peor remunerados. En contraste, en tecnología, energía o minería, donde se concentra la mayor generación de valor, su presencia no alcanza ni al 20%.
Las soluciones requieren voluntad política, incentivos para la contratación, y cambios culturales profundos. No basta con leyes: se necesita un cambio en la mentalidad de empresas, gobiernos y hogares. Solo cuando entendamos que el empleo femenino es un motor de desarrollo, dejaremos de estar cada año en la misma discusión.
Por Paloma Ávila, consejera de ComunidadMujer
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