Opinión

El vecino ejemplar

Hace dos años, Javier Milei, el actual presidente argentino, tomó la posta de Jair Bolsonaro. El expresidente brasileño se había convertido en un faro y un ejemplo de ideas para la ultraderecha local. Durante su período en la presidencia, Bolsonaro trazó una línea que dividió a Brasil entre quienes lo apoyaban, es decir, los que tenían la razón y estaban del lado de los iluminados -en un sentido incluso religioso-, y sus adversarios, a quienes apuntó como un grupo digno de ser insultado y maltratado. Cuando el brasileño perdió la presidencia en 2022, el ascenso de Milei lo reemplazó como líder inspirador regional para un sector político chileno extremo. Rápidamente las ideas sobre seguridad, economía, cultura, relaciones internacionales y ciencia del argentino eran un camino de futuro progreso para sus contrapartes locales.

En septiembre recién pasado, el tribunal supremo de Brasil condenó a Jair Bolsonaro a 27 años de prisión, acusado de liderar una organización criminal que tuvo como objetivo dar un de golpe de Estado tras perder la reelección en 2022; esta semana, en tanto, un juez federal transandino ordenó 25 allanamientos en el marco de una denuncia hecha por un abogado cercano a Milei que involucra a la hermana del presidente -que mantiene un rol clave dentro de la casa de gobierno- en un caso de corrupción: Karina Milei habría cobrado coimas por la venta de medicamentos a una institución pública de atención a discapacitados.

Javier Milei asumió la presidencia de una Argentina agobiada por un mal gobierno anterior, prometiendo recortes fiscales que pagaría “la casta”, un concepto fantasmal de bordes difusos, aplicado preferentemente a quienes viven de la política o han sido beneficiados por ella en una sociedad que normalizó la corrupción hasta el punto de hacer del descaro venal un rasgo folclórico. Quienes votaron a Milei lo hicieron, en gran medida, porque buscaban un castigo para esos grupos a los que las crisis económicas sucesivas nunca dañaron. Con esos antecedentes de fondo, y el agotamiento frente al avance de la inflación, argentinos y argentinas eligieron a un hombre que prometía castigo para los malos, sacrificios para los buenos y un culto a la crueldad con el prójimo a gran escala como etiqueta de convivencia democrática.

No hay plata, dijo Milei cuando asumió, y encendió la motosierra despidiendo funcionarios, recortando ayudas sociales, auxilio médico, presupuestos y fondos a la ciencia y la educación superior, cerrando instituciones culturales, cortándoles beneficios a jubilados y paralizando todas las obras públicas. La inflación fue controlada, el precio del dólar comenzó a fluctuar en una banda de flotación, pero el costo de esta nueva normalidad no lo estaba pagando “la casta”, sino los comunes y corrientes. Todo indica ahora que el aparente control de la economía del que el propio mandatario argentino se jacta como un “milagro”, tiene una trastienda financiera enclenque: el que Milei definiera como “el programa económico más exitoso” de la historia argentina, con aplomo rioplatense, debió ser rescatado por el Fondo Monetario Internacional en abril de este año. Como diputado, el propio Milei había calificado antes este tipo de acuerdos con el FMI como un “impuesto a las generaciones futuras”, sosteniendo que “la fiesta de la generación presente se la están cargando en el bolsillo de aquellos que ni siquiera han nacido”. Hizo exactamente lo que repudiaba, y como los dólares prestados no fueron suficientes, volvió a rogar por más seis meses después, pero en otra ventanilla.

Esta semana el equipo económico de Milei logró un nuevo acuerdo, esta vez con Estados Unidos, que le concedió los dólares que evitarían momentáneamente la debacle financiera, al menos hasta antes de las próximas elecciones parlamentarias del 26 de octubre, a las que el oficialismo presentaba a la reelección por la provincia de Buenos Aires -la más rica y poblada del país- al economista José Luis Espert, a quien Milei llama “el profesor”. Espert fue obligado a bajar su candidatura tras aparecer estrechamente relacionado con un empresario investigado por la justicia de Estados Unidos por sus tratos con el narcotráfico.

El lunes recién pasado el presidente argentino presentó su nuevo libro -el anterior fue denunciado por plagio- llamado “La construcción del milagro”. El lanzamiento fue con un espectáculo musical que tuvo al propio mandatario como estrella principal. Milei interpretó canciones de rock argentino con una banda que incluyó a una diputada libertaria en los coros y a otro diputado libertario en la batería. El concierto fue transmitido por la televisión pública transandina. El presidente argentino se comportó con un talante eufórico que resultaba inexplicable dado el contexto: era el ímpetu esperpéntico de un hombre a cargo de un país que juega a ser estrella de rock mientras permanece a la espera de una investigación en Estados Unidos por una estafa piramidal en criptomonedas en la que está involucrado, y cuya hermana –a quien llama “el jefe”- está acusada de corrupción.

En período de elecciones locales, la ultraderecha chilena, que ha tenido en Bolsonaro y Milei dos fuentes de inspiración, debería explicarle al país cuál de esos dos liderazgos considera dignos de imitar. Los candidatos de ese sector deberían aclarar si el aprecio por las instituciones democráticas que defienden es parecido al del expresidente brasileño, o si el plan económico que ofrecen está a la altura del establecido por el actual mandatario argentino; si la idea de libertad y patria que proponen se acerca más al asalto de los partidarios de Bolsonaro a la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia en 2023, o al del concierto en el que Javier Milei versionó “Demoliendo hoteles”, de Charly García, cantando voz en cuello versos ajenos, queriendo demostrar con desesperación que todo estaba bien, aunque como dice la canción, a la noche, a fin de cuentas, y por más que gritara lo contrario, todo estaba mal.

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