Opinión

Inteligencia artificial: entre el empleo, las materias primas y la geopolítica

A comienzos de este año, la atención de los mercados se centraba en la escalada comercial y en las posibles medidas de la administración Trump. Sin embargo, el impacto económico de esas tensiones ha sido acotado, por lo que el foco ha girado hacia los efectos de la masificación de la inteligencia artificial (IA). Hoy, el debate se articula en tres dimensiones principales: el mercado laboral y la productividad, la demanda por materias primas estratégicas y la disputa geopolítica por la hegemonía tecnológica.

Primero, en lo laboral, dado que este es un fenómeno reciente y aún en desarrollo, aún se están desarrollando formas para medir sus impactos, y por ahora se concentran principalmente en encuestas directas a las empresas. En Estados Unidos, una encuesta de McKinsey muestra que 88% de las empresas ya usa IA, aunque solo 7% la considera madura. En Chile, el Banco Central destacó en su Ipom de septiembre que las firmas perciben una “nueva normalidad” organizacional con dotaciones más reducidas, atribuida en parte a la adopción tecnológica. Teóricamente, la IA puede desplazar tareas, complementar habilidades humanas elevando productividad y crear nuevos tipos de empleo. Sin embargo, aún no contamos con métricas sólidas para dimensionar su impacto real y cuál de estos tres usos está predominando.

Segundo, el requerimiento global de materias primas necesarias para el desarrollo de estas tecnologías y de la arquitectura que le da soporte a su funcionamiento. La IA depende de grandes volúmenes de minerales críticos para su infraestructura y almacenamiento energético. Los países que extraen minerales y tierras raras deberían beneficiarse especialmente de esta tendencia, experimentando un aumento de las exportaciones, una mejora de los términos de intercambio y un aumento de la inversión. El mineral por excelencia en esta transición será el cobre, en donde destacan Chile, Perú y el Congo, y Argentina cuenta con un amplio abanico de proyectos que podrían permitirle entrar al club del cobre. El litio, esencial para el almacenamiento de energía y mayor estabilidad energética, también será clave, en donde destacan Australia, Chile, China y, más atrás, pero acortando distancias, Argentina.

Sin embargo, si bien la extracción de minerales se encuentra parcialmente diversificada a nivel global, el refinamiento está fuertemente concentrado en China, que procesa alrededor de la mitad de los minerales del mundo: 27% del níquel, 44% del cobre, 65% del litio, 80% del cobalto y casi 90% de las tierras raras. En tierras raras, el dominio chino es prácticamente absoluto, tanto en extracción como en refinación.

Tercero, la competencia por el liderazgo tecnológico global. Estados Unidos encabeza la revolución de IA, pero China busca disputarle esa posición. En su 15° Plan Quinquenal (2026-2030), las autoridades chinas establecieron como objetivo el “desarrollo de alta calidad”, lo que incluye la meta de aumentar la autosuficiencia tecnológica. El comunicado sugiere que esto se logrará mediante una fuerte inversión en industrias nuevas y emergentes, a la vez que se modernizan las industrias tradicionales para hacerlas más ecológicas e inteligentes. Por su parte, el gobierno de EE.UU. lanzó hace unos días la Genesis Mission, un programa nacional de gran escala para acelerar el progreso científico mediante IA y supercomputación, con objetivos de dominancia energética, fortalecimiento de la investigación público-privada y mayor seguridad nacional.

En suma, analizar los efectos económicos de la IA es crucial, pero insuficiente si no se considera la interacción entre mercado laboral, recursos estratégicos y competencia geopolítica. La IA no solo redefine productividad, también podría llevar a un reordenamiento de las cadenas productivas y alterar el equilibrio de poder global.

*El autor de la columna es economista LarrainVial Research

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