Opinión

Jara y el síndrome Guillier

Foto: Andrés Pérez. Andres Perez

Para la elección de 2017 el oficialismo -entonces agrupado en la Nueva Mayoría- enfrentaba diversas tensiones. Tributarios de un gobierno marcado por sus conflictos internos y por el caso Caval, la posibilidad de reelección se asomaba como incierta y existía el temor no solo a que Bachelet entregara por segunda vez el gobierno a la oposición, sino a que el resultado del experimento neomayorista derivara en una superación desde la izquierda o en una regresión concertacionista.

Ante ese escenario, las tesis de los diversos grupos diferían en forma y fondo y poco a poco los partidos comenzaron a encontrar en Alejandro Guillier, que entonces mostraba una posición ascendente en las encuestas, una vía de resolver, al mismo tiempo, la necesidad de contar con una carta competitiva y de no entregar la hegemonía del sector a los dos polos que la disputaban. La historia es conocida, la promisoria posición de Guillier tendió a estancarse hasta un punto en el que casi no le alcanzó para pasar a segunda vuelta. Y perdió contundentemente la segunda.

El caso de Guillier, aunque específico de su época, presenta varias similitudes con la situación que hoy enfrenta Jeannette Jara en su esfuerzo por consolidar un holgado triunfo interno para convertirlo en orden y competitividad con miras a la elección nacional.

Tal como Jara, Guillier convenció inicialmente por su crecimiento en encuestas, por su cercanía y por su carácter llano. Mientras fue candidato “contra Lagos”, esas condiciones le valieron apoyo y unidad suficiente para imponerse, pero una vez que el exmandatario salió de escena -traición socialista mediante- la campaña del periodista no leyó adecuadamente el cambio de escenario y comenzó un estancamiento que hizo resaltar las diferencias internas y los errores del propio candidato.

Ante esta realidad, los partidos hicieron lo usual: alejarse, criticar la conducción, las estrategias y demandar golpes de timón (cada uno llevando agua a su molino). Frente a esto, el comando de Guillier se aferró en las supuestas fortalezas personales del candidato y su aparente conexión directa con las audiencias. El resultado fue el de una campaña que se fue alejando de su condición de amenaza real al piñerismo y en la que el candidato se encerraba en un círculo de leales cada día más estrecho.

Muchos de estos elementos se repiten hoy, incipientemente, en torno a la candidatura de Jeannette Jara. Tras erigirse como la más idónea para derrotar a Tohá y aunar voluntades diversas con ese fin, la estrategia de Jara parece no encontrar el tono para dar el salto de la campaña de primarias a la nacional. La confluencia de esto con un cierto estancamiento en encuestas ha desatado la diáspora y tironeo de los partidos y, en ese contexto, los errores y vaivenes de la campaña sobresalen por el contraste que generan los intereses contrapuestos.

De ser acertada la afirmación que Marx hacía sobre la repetición de la historia -a la que aludía Hegel- Jara debería observar con atención la tragedia de Guillier, porque aún está a tiempo de evitar repetirla como farsa.

Por Camilo Feres, director de Asuntos Políticos y Sociales de Azerta.

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