Por Javier SajuriaLa derrota incondicional de la derecha tradicional

El derrumbe de la derecha moderada en Chile debiera preocuparnos, pero no sólo por el futuro de sus actores o de sus partidos, sino que porque son esenciales en la sobrevivencia de una democracia. Tal como ha quedado demostrado en distintas partes del mundo, las democracias no son capaces de sobrevivir sin fuerzas moderadas, tanto de derecha como de izquierda. Esto no se refiere a un centro blando y sin convicciones, sino que a actores políticos con ideas claras y distintas pero, sobre todo, dispuestos a llegar a acuerdos y respetar las instituciones democráticas. La capitulación sin condiciones que hemos visto en estos días no da buenos augurios.
Según Levitsky y Ziblatt, en su libro sobre cómo mueren las democracias, uno de los roles principales de los partidos políticos es actuar como guardianes del sistema democrático, impidiendo que fuerzas más extremistas puedan llegar al poder. Hay muchas maneras en las que estas fuerzas dejan de cumplir ese rol. Una de ellas es lo que hemos visto estos días, ofreciendo apoyo explícito a las fuerzas de ultraderecha sin mayores condiciones, con el sólo objetivo de mantener a sus oponentes fuera del poder. Pero esta capitulación no partió el 17 de noviembre, sino que se viene dando hace mucho tiempo.
Las ultraderechas europeas han sido menos efectivas que las americanas en controlar el Poder Ejecutivo. Una de las principales razones de esto es el sistema político: los presidencialismos fuerzan al electorado a elegir entre dos opciones, lo que termina siendo una pelea por el mal menor. En cambio, los sistemas parlamentarios, particularmente aquellos con resultados proporcionales, permiten que la gente vote por sus opciones reales y obliga a las fuerzas políticas a transar para poder acceder al poder. No es una forma infalible, el caso de Hungría lo demuestra, pero ha servido de salvaguarda. También ha reducido los incentivos para que la derecha tradicional le abra la puerta, al menos formalmente, a sus primos más extremos.
Pero la derrota más importante de la derecha tradicional, y de la democracia, es en la renuncia a defender ideales y valores de convivencia, respeto a los derechos humanos y las instituciones. Como plantea Cas Mudde en su libro sobre la ultraderecha, el mayor triunfo de ese sector es en el discurso. Cuando los actores moderados ocupan el lenguaje y las ideas de los extremos, la pelea está a punto de perderse. Cuando la derecha tradicional en Chile se dedica a pelear por quién pone más cárceles, echa más inmigrantes, o quién rechaza más a la izquierda, pierden la oportunidad de defender los ideales que la hacen distinta. Pero lo que es peor, dejan de ocupar su rol de salvaguarda contra los extremos, a cambio de nada.
Un estudio reciente se preguntó cuándo eran más efectivos los mensajes extremos, si cuando los proponían los actores extremos o los moderados. La respuesta es clara, es cuando los actores políticos moderados sirven de voceros de los extremos. Con ello, se confirma que la verdadera desgracia de la caída de nuestra derecha tradicional no es la caída misma, sino que los heridos que dejan en el camino. Y debo repetirlo nuevamente, lo hicieron a cambio de nada.
Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia Política, Queen Mary University of London, y director de Espacio Público
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