La importancia de llamarse Errázuriz

Ejecutivo


En 2017, un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) listó los apellidos de más de ocho millones de chilenos, y averiguó qué porcentaje de ellos tiene un título en las profesiones mejor pagadas: médicos, abogados e ingenieros.

Matte, Délano, Edwards y Errázuriz aparecen en el top ten; en el extremo opuesto, 50 apellidos mapuches, como Melinao y Huaiquipán.

Pero, aun entre quienes rompen esa barrera educacional, la cancha sigue siendo dispareja. Para el mercado laboral, algunos apellidos son mejores que otros.

El domingo pasado mostramos que un egresado de uno de nueve colegios particulares del barrio alto de Santiago que supere los 627 puntos en la PSU ("Pedro", lo llamamos) ganará, ocho años después, en promedio $1.496.601. Otro joven con igual puntaje PSU, pero que venga de un liceo público ("Juan"), ganará sólo $910.550. E incluso menos que un compañero de colegio de Pedro ("Diego") que obtenga entre 418 y 486 puntos, quien ganará $1.141.580.

¿Por qué el mercado laboral premia al mediocre de clase alta antes que al brillante de clase baja? Una explicación sería que Juan gane menos porque eligió una universidad menos prestigiosa o una carrera menos lucrativa que Pedro y Diego. O que tenga debilidades en áreas no medidas por la PSU, como el dominio del inglés.

Esos factores fueron despejados por Javier Núñez y Roberto Gutiérrez (2004). Ellos compararon los sueldos de egresados de una misma escuela (la FEN de la Universidad de Chile) según su rendimiento en la universidad y cuatro marcadores de clase: origen y valoración social de sus dos apellidos, comuna de procedencia y colegio al que asistieron.

Los resultados fueron controlados por nivel de inglés, posgrados y antecedentes de liderazgo. Expliquémoslos ahora con nombre y apellido.

Pedro Matte viene de Vitacura. Asistió a un colegio de élite y estuvo en el 10% mejor de su generación en la FEN. Gana $1.838.060.

Su ex compañero de colegio, Diego Errázuriz, también de Vitacura, estudió en la misma facultad y estuvo en el peor 10% de su generación. Pese a ello, gana casi lo mismo que Pedro: $1.818.681.

Juan Meliano viene de un colegio de La Pintana, y, tal como Pedro, estuvo en el mejor 10% de su clase en la FEN. Su sueldo, sin embargo, es mucho más bajo: $1.341.132.

Esta "brecha de clase" en los ingresos de profesionales equivalentes en Chile es de 35%, el doble de lo medido por investigaciones similares entre blancos y negros en Estados Unidos (17%). Un apartheid laboral más fuerte que el racismo.

En otro estudio entre egresados de las mismas facultades, Seth Zimmerman (2019) descubrió que Pedro y Diego tienen 3 veces más probabilidades que su compañero de universidad Juan de llegar a posiciones de liderazgo empresarial, y 4 veces más de entrar a la élite económica (el 0,1% de mayores ingresos).

"Los lazos entre pares provenientes de colegios privados son un importante mecanismo" para formar equipos de liderazgo en empresas, revela Zimmerman. En otras palabras: Pedro contrata a Diego, a quien conoce desde el colegio, aunque sea peor profesional que Juan.

El clasismo de la sociedad puede ser otro factor. "Por ejemplo, que los clientes o contrapartes de esa empresa prefieran ser tratados por alguien de alto estrato social, o que sus redes y contactos le aporten productividad. Son mecanismos que reproducen desigualdades basadas en el origen social", plantea Núñez.

Un estudio de la socióloga Rosario Undurraga (2019) concluye que en Chile hay "discriminación severa y explícita en el mercado laboral", y recoge confesiones de head hunters como estas: "Pregunto con quién están casados, cuántos hijos tienen y a qué colegio van"; "primero miro el colegio: colegios tradicionales"; "el cliente te dice que quiere alguien de x escuela, x universidad, y viviendo en x barrio"; "las empresas multinacionales son más abiertas, pero en compañías chilenas buscan en cinco colegios".

Toda esta evidencia es muy incómoda para los Diegos Errázuriz. Revela que muchos consiguieron sus altos cargos por una cadena de privilegios heredados, y que su estatus no sólo es injusto, sino también ineficiente.

Que, bajo el barniz de modernización capitalista, meritocracia y libre mercado, sigue primando (para parafrasear a Wilde) la importancia de llamarse Errázuriz.

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