La nueva “normalidad” del proselitismo electoral



Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

Los tiempos pandémicos son un reto para el normal desarrollo de los procesos electorales no solo por las medidas de distanciamiento social para el día de los comicios, sino también pensando en que los candidatos puedan realizar sus actividades proselitistas. La múltiple campaña electoral que se desarrolla en la actualidad -en la que se eligen alcaldes, concejales, gobernadores y convencionales constituyentes-tiene una particularidad adicional: la interacción cara a cara entre políticos y electores se ha visto limitada obligatoriamente, potenciando aún más las virtudes y defectos de la comunicación mediática. ¿Cuáles son las consecuencias de este tipo de activismo electoral confinado?

El primer aspecto del proselitismo electoral que se resiente es el relativo al mantenimiento del engranaje de la maquinaria partidaria (precisamente en tiempos de crisis de éstas mismas). Tradicionalmente, la relación entre cuadros, militantes y simpatizantes ha dependido de interacciones personales en medio de un sistema de rituales partidarios -programáticos, clientelares y/o identitarios- que nutrían una cultura partidaria. Si bien, últimamente, el relajamiento de medidas de confinamiento ha permitido mayor contacto territorial, estamos ante una campaña que obligatoriamente ha impuesto un proselitismo dominantemente virtual, sin preparación previa de quienes estaban acostumbrados a “bajar a bases”.

Pero el activismo partidario no solo promueve cohesión orgánica, sino que además es fuente de información. No solo porque subsisten sectores sin acceso a Internet, sino simplemente por muchos ciudadanos no emplean este medio para informarse de política o para formarse una opinión electoral. Estamos ante una reducción de flujos de información política y el desborde de mensajes políticos en redes sociales virtuales de entretenimiento ha tenido un efecto perverso: ha frivolizado los contenidos programáticos. La modalidad tik-tok deforma los mensajes programáticos, al punto de convertir al ridículo en un atajo cognitivo empleado desesperadamente por un candidato para hacerse notar. La divulgación acelerada de fake news a través del empleo de medios digitales genera aún mayor desconfianza entre los receptores. Como consecuencia, el proselitismo 2.0 no solo ha sido improvisado, sino que además no transmite los mensajes con claridad, libre de contaminación conspirativa.

Así entonces, en la nueva “normalidad” del proselitismo electoral las marcas partidarias tradicionales -de posiciones ideológicas y de candidatos conocidos- tienen una ventaja por sobre las organizaciones más novatas y los personalismos independientes pues éstos terminan extraviados en el mundo de las mensajerías virtuales. Solo aquellos independientes que ya pertenecen a una posición de élite -y con capital político propio- están en condiciones de superar las condiciones de desventaja que trae la nueva normalidad del proselitismo para quienes buscan renovar la política desde todas sus aristas.

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