En crudo

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Antes de ser una famosa chef, Virginia Demaria supo de grandes dolores, la golpeó una depresión y, muy distinta en apariencia, fue "un torito". Aquí, la reina del handmade habla del lado menos conocido de su vida, de cómo la marcó la muerte de su papá cuando tenía 7 años, y del camino que hizo antes de hacer de su nombre una marca. También, de su campaña contra el pelambre. "Hay una onda muy poco leal entre las mujeres, muy de criticar todo".




Paula 1238. Sábado 4 de noviembre de 2017.

Antes de la Virginia Demaria que todos conocen hubo otra Virginia Demaria, muy distinta. Una irreconocible en apariencia, zigzagueante en su camino, "oveja negra" para su entorno. "Era un torito", dice mostrando una foto vieja con uniforme escolar con 17 años, mientras que, a propósito de una con 20 y pelo muy corto y morado, explica "aquí estaba muy mal, deprimida". Hasta esa edad, Demaria, 36 años, hoy casada, madre de tres hijos (con ganas de tener un cuarto), chef, reina del handmade, autora de cinco libros, rostro sonriente de TV y voz de radio, embajadora de marcas y seguida por 204 mil usuarios de Instagram, jamás imaginó que haría de sus habilidades, cara y estilo de vida, una empresa con su nombre. A su alrededor, los pronósticos tampoco eran muy auspiciosos.

En la familia y en el colegio fue siempre "la buena para las manualidades". "Desde chica tuve noción de que con eso podía sacar aplausos, pero a la vez, hasta bien avanzada la adolescencia, sentí que, ante los ojos del resto, ser buena para dibujar y pintar no tenía el mismo valor que ser buena en otras cosas", recuerda sentada en la terraza de su casa en Vitacura, mirando el jardín a cargo de su marido, el ingeniero comercial Arsenio Molina.

Tal vez la única señal clara que recibió en esa precuela de lo que es hoy se produjo una Navidad. La última junto a su papá. "Yo tenía 7 años. Estábamos todos en el living, yo sentada y abrazada a mi papá, quien me dio una maleta de arte profesional, con óleos, pinceles y papel mantequilla. Una maleta negra que no era para niña chica. Era para grandes. Fue como que me dijera 'te la compro', 'te tomo en serio'. Tengo la certeza de que, a la larga, eso me marcó hacia adelante para haber sido todo lo rebelde que fui y haber peleado por lo que quería", cuenta.

La menor de cinco mujeres (dos arquitectas, una periodista y una diseñadora), tenía 3 años cuando a su papá le diagnosticaron cáncer al pulmón que luego llegó al cerebro. Al día siguiente, él y su mujer, Lilian Avedril, partieron a Houston para comenzar un tratamiento. Las niñas se quedaron al cuidado de los abuelos. Fue el inicio de cuatro años de recuperaciones y recaídas, hasta que el 5 de septiembre de 1988, con un vestido hecho por las bordadoras de Conchalí, Virginia despidió a su papá en el Parque del Recuerdo. Antes del funeral, reconstruye, "tuvieron que llevarme a caminar porque no paraba de llorar. No tengo mucho más en la cabeza ni en mis sentimientos, salvo que me picaba el vestido y que mi mamá no se vistió de negro sino de damasco, y eso me encantó. Cuando todos se fueron, y nos quedamos mi mamá y mis hermanas con las cenizas de mi papá, con las llaves del auto dibujé un Snoopy sobre la ánfora".

¿Qué recuerdos tienes de él?

Me acuerdo muy poco de mi papá y los recuerdos que tengo están también construidos con lo que me han contado mi mamá y mis hermanas. Me cuesta no haberlo tenido y haberlo tenido menos que todas, porque crecí con una persona de la que todos sabían más que yo. No era raro escuchar "¿crees que el papá te hubiese dejado hacer eso?". ¡Cómo iba a saberlo! Además del poco tiempo que lo tuve, conocí a un papá enfermo, al que le diagnosticaron un cáncer con 90% de probabilidades de muerte.

¿Tu casa era un lugar triste?

Para nada. A mi mamá la recuerdo siempre muy firme y en las diapositivas que tengo de mi relación con él, parece que mi forma de ser le daba la alegría que necesitaba. Yo tiraba comentarios del tipo "no puedo comer esta comida porque tengo cáncer". La primera vez que llegó pelado a la casa, agarré las tijeras y me corté al ras la chasquilla como para empatizar. Abrió la puerta y le dije "¡papá te ves demasiado bacán, igual a Kojak, el detective!". Se reía mucho conmigo. Mis recuerdos son súper alegres, cachando que estaba quedando la cagadita, pero alegres.

¿Cómo se reordena tu familia después de su muerte?

Rápidamente mis hermanas tomaron un papel importante en mi vida, especialmente la mayor, que asumió el rol de estar bien arriba mío mientras yo crecía.

La mamá de Virginia tenía 39 años cuando quedó viuda y a cargo de las cinco "niñitas Demaria", como se les conocía en el colegio La Maisonnette. Antes, durante y después del cáncer, la casa siempre fue el centro de reunión, con amigos y pololos que entraban y salían, y una madre a la que "no hay nada que le guste más que alimentar. En su casa se ha comido siempre en una mesa bien puesta, con entrada, plato de fondo y postre. Cuando en Chile nadie conocía el sushi, mi mamá ya lo hacía", dice Virginia.

Una casa acogedora y con reglas estrictas. Sábados, domingos, feriados y vacaciones, incluso después de fiestas de amanecida,  Virginia y sus hermanas debían estar levantadas a las 10 de la mañana, máximo. La flojera no era permitida. Tampoco el "no puedo". "Fuimos criadas para eventualmente bancarnos lo que venga solas. Todas tenemos nuestras carreras, todas trabajamos y si hay que hacer un arreglo, sacamos martillo y taladro y ya. La gente suele encasillarme en que soy intensa y que hago mil cosas todo el día. Las cinco somos exactamente iguales. Así fuimos educadas".

No tan iguales. Mientras las hermanas fueron siempre de sacarse las mejores notas y llevarse todos los reconocimientos académicos,  Virginia no supo de diplomas. "A lo más en la libreta de comunicaciones encontrabas un 'esta gordita exquisita dibuja precioso'. Hasta me llevaron a la sicopedagoga para ver 'por qué la Virginia tiene 6,3 y el resto de sus hermanas 6,8'. Mi cabeza es como Pinterest, mi memoria es visual, soy negada para las matemáticas y mientras todos comentan el best seller del momento, yo jamás he podido leer un libro completo, porque llego a la página 50 y hace 30 que estoy imaginando dónde voy a colgar el nuevo plato de mi colección o lo que quiero cocinar. Cuando la gente me dice 'pucha es que tú eres buena para todo: bordas, tejes, cocinas, dibujas', la verdad es que no es así".

En 2016 Virginia Demaria recibió el primer premio de su vida: fue elegida una de las 100 Mujeres Líderes. Dos días después de ser homenajeada, se encontró en un mall con una periodista que la felicitó. Se le llenaron los ojos de lágrimas. "Por fin en mi familia me van a creer", comentó.

Este año cumple 12 en televisión desde que fue descubierta por Claudia Conserva. Hacía su práctica como chef en el desaparecido restorán El Agua, de Chris Carpentier, cuando la animadora preparaba el debut de Pollo en Conserva, en La Red,  se interesó por ella y la invitó a un casting. Hace dos años tiene su programa propio, Plan V (canal 13C), donde cocina, recorre lugares y descubre personajes y oficios. Suma un espacio diario en radio Oasis y los libros. Este 9 de noviembre, en la Feria del Libro, lanza Recetario, su sexto título con editorial Planeta. Día a día, de 2015, lleva 15 mil ejemplares vendidos. En esta nueva entrega, Demaria vuelve al recetario clásico y se concentra en preparaciones acompañadas de las fotografías de Pin Campaña, además de otras 25 dibujadas por ella. Otra vuelta de tuerca estilo Demaria.

Para hacer todo eso tiene un equipo editorial consolidado, una persona que maneja su relación con las marcas y asesoría en contabilidad.

Colapso y amor

Salió del colegio y se matriculó en Arte en la Católica. "Mi mamá debe haber hecho como 900 mandas para que me cambiara a Diseño, aunque ya le bastaba con que estudiara algo", recuerda. A los pocos meses colapsó. La carrera la frustró. Funcionaba perfecto en taller, pero la aburría lo teórico. "¡Imagínate yo leyendo a Duchamp!", dice soltando una de sus carcajadas. Tenía 20 años. Los tiempos de la foto del pelo corto y morado. De la mirada tristísima. "Me dio una depresión que me dejó botada ocho meses. Botada-botada, de no poder salir de la casa, ni ver a nadie más que a mi familia. Ni de querer bañarme ni vestirme. Probé con varios siquiatras, tomé todas las pastillas de todos los colores y mis únicos amigos eran los del Backgammon online".

El detonante fue la muerte de su abuela materna. Un 5 de septiembre. "Estaba enferma hacía tiempo y estuvo muchas veces a punto de morir. Con mi mamá estábamos en la clínica acompañándola y, como pocas veces, nos pusimos a hablar de la relación que yo había tenido con mi papá. Ese día era el aniversario de su muerte. Ahí mi mamá me contó que, para protegerme, él siempre fue muy consciente de dosificar su relación y cariño conmigo, porque sabía que la enfermedad iba a terminar mal y no quería que la distancia fuese tan brusca. Ahí entendí por qué siempre había sentido una distancia física. En medio de esa conversación, mi abuela se murió. Yo estaba al lado. Es muy fuerte ver morir a alguien. De un segundo a otro algo se sale del cuerpo, desaparece la energía, el cuerpo queda como una figura de cera y se acaba todo. La vida me dio vueltas como en una juguera".

 ¿Has vuelto a vivir una depresión así?

No, por suerte. Creo que ese fue el momento de hacerme cargo de todo lo que había vivido y, como soy intensa, lo hice de manera intensa, con esos ocho meses espantosos.

Recuperada, se puso a estudiar en Culinary. La cocina la fascinó. "Y fue un alivio para mi familia. Yo creo que imaginaban que podría armar una pyme de comida para llevar o algo así". Tiempo después conoció a quien hoy es su marido hace 10 años y del que habla como si llevara seis meses de pololeo.

Te casaste joven.

Sí. Conocí a mi marido y supe de inmediato que él era la persona. Yo ya me había pegado una vuelta larga de varios pololeos cortos con el hippie, el roquero, el conservador. Con Arsenio se me ordenó todo. Ya quiero que seamos los dos viejos, nos imagino en el campo, en el sur, cocinando, mirando ovejas.

¿Te asustan las pérdidas?

No, para nada. Sí creo que la pareja no es gratis. Hay que alimentarla y yo la alimento. Soy de hacer regalitos sorpresa, de dejar tarjetitas escondidas, tenemos nuestros viajes solos y somos muy partners. Con nadie lo paso mejor. Lo mismo la familia. Comemos todos los días juntos en la mesa, porque es el momento de saber en qué estamos. Soy negada para las tareas y Arsenio las hace todos los días con los dos más grandes. Cocino y él es quien va al supermercado y tiene las mejores picadas. Nos complementamos. Y hace tres años partimos todos los viernes a la playa para salirnos de la máquina de Santiago.

Hace unas semanas, en su Facebook, posteó por primera vez una opinión sobre un tema personal: un pelambre. Desde entonces anda repartiendo entre mujeres pulseritras rojas hechas por ella con la técnica de frivolité. "Es mi campaña", dice.

"Un familiar escuchó cómo dos mujeres se referían a mí y me hizo pensar en cómo las mujeres predicamos sobre feminismo y solidaridad entre nosotras, pero a espaldas hay una onda muy poco leal, de criticar todo. Si hablan mal de mí porque subo fotos en Instagram cocinando o tejiendo, bueno, es lo que hago. Hice de lo que me gusta una profesión y me siento afortunada y orgullosa".

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