Me enamoré de mi compañero de oficina




“Nos conocimos en el trabajo a finales del 2021, en ese entonces estábamos con teletrabajo. Ambos en relaciones estables y con proyección, de hecho inicié el 2022 contando a mis compañeros la noticia de que me iba a vivir con mi pololo y en respuesta él contó que llevaba más de cuatro años viviendo en pareja.

En marzo de 2022 reabrieron las oficinas y nació la amistad. De manera natural, nos hicimos muy amigos cuatro compañeros, entre los que estaba él. Nos empezamos a contar nuestras vidas, crudas y sin censura, nos reímos, lloramos y fundamos así la amistad. Llamamos a nuestras juntas “terapias grupales” y a nuestro grupo “panel de inexpertos”.

Luego de la primera terapia grupal, supe que él había llegado a remover mis cimientos. Llegó, habló y resonó en mí profundamente. Me prometí, que cualquiera fuera el desenlace de nuestra amistad, le agradecería por cruzarse en mi camino y mostrarme su humanidad compleja, su modo de amar sin exigir, sus formas tan nuevas para mí en un hombre.

En paralelo, mi relación andaba por las cuerdas, si bien nunca tuvimos problemas de convivencia, yo no era lo que él quería y empezaba a descubrir que llevaba tres años dedicada a encajar sin conseguirlo. Por esos días recuerdo que escribí una frase: “Eres tan sutil al usar mis faltas para suavizar las tuyas, que dudo de mi consciencia”. Y es que sentía que empezaba a ver la luz, en lo que no sabía hasta entonces, era mi túnel.

Fue así que un 17 de septiembre le confesé al que entonces era mi pololo, que no veía con claridad un futuro juntos. Ni siquiera dije que no lo veía, solo dije que lo veía borroso. A lo que él respondió que no podía tolerarlo, y terminó conmigo. Pasadas unas horas le propuse intentarlo y no quiso. Pasadas otras horas me lo propuso y no quise. Terminamos.

Esperé días en silencio, y de vuelta de las fiestas, se lo conté al panel de inexpertos en la oficina. Antes de contarlo, les pregunté por sus dieciochos, a lo que mi amigo contestó que no había sido fácil y que creía que su relación no andaba bien. Sólo después de escucharlo y contenerlo, confesé mi parte: que me habían terminado.

Con esa bomba de noticia, nos juntamos el panel de inexpertos luego de la oficina. Llegaron las once, y no alcancé el metro. Mi amigo se quedó conmigo a lo que sería pagar la cuenta, sin embargo, pedimos mojitos. No uno, no dos, tres. Le conté sobre mis embarradas más feas en cuestiones de amor, él me contó sobre su historia previa a conocernos. Me levanté al baño y cuando regresé, mientras sonaba de fondo Cómo quieres ser mi amiga?, en voz de Pau Dones (de Jarabe de Palo), él se quedó mirándome. Le pregunté ¿qué pasa?, y apuntó al techo donde están los parlantes y me dijo: “esto, esto pasa”.

Esa noche le confesé lo que más arriba describí, que había llegado a removerlo todo. No pasó nada, pero pasó todo. No hubo nunca besos, caricias, ni confesiones de amor. Solo resultó que esa admiración enorme y ese eco que hacía en mí su existencia, era un fenómeno absolutamente recíproco.

Él terminó su relación al día siguiente, y desde entonces estamos juntos.

Vivimos un mes como gitanos, entre sofás, casas, departamentos prestados, y hoy cerramos el año cada uno viviendo en su propio lugar, tal cual añoramos. Mi ex ha inventado todo tipo de historias sobre infidelidades a medias y cuernos que no tiene, pero poco de eso me interesa. Estoy más feliz y plena de lo que nunca imaginé. Y es que la alegría y tranquilidad de cubrir la necesidad de cuarto propio que bien describe Virgina Woolf en su obra homónima, se me juntó con este amor tan completo e inesperado, que recién ad portas de mis 31, empiezo a sentirme más que suficiente, para el mundo, para quién amo, pero especialmente, para mí”.

Javi tiene 31 años, es lectora de Paula y prefirió resguardar su identidad.

Lee también en Paula:

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.