N de Nothing Compares to you de Sinead O’Connor: No tenemos nada que comparar

La primera vez que escuché Nothing Compares to you –la canción de Prince que hizo famosa a Sinead O’Connor a comienzos de los años 90–, era una adolescente enamorada, que hasta entonces entendía poco inglés. La primera vez que vi el video, además de la belleza de esa mujer, me quedé hipnotizada escuchando algo que aunque no entendía muy bien, percibía que hablaba de amor, de un amor doloroso, ese que crecimos creyendo que era parte de la vida.
Y no digo que no lo sea. Esa canción me acompañó en muchas penas de amor. Es de las pocas canciones que me logran estremecer profundamente. Obviamente es una mezcla de muchas cosas: ver a Sinead llorando mientras interpreta con una fuerza que es capaz de poner los pelos de punta a cualquiera, su letra que luego entendí, sus compases perfectos y una melodía que envuelve. No por nada llegó al número 1 en 37 países, facturando más de 10 millones de copias vendidas y siendo posicionada por la revista Rolling Stone en el puesto número 162 entre las 500 mejores canciones de todos los tiempos. Algunos melómanos incluso han señalado que si no fue el mayor éxito de todo el año 1990 a nivel global, se quedó cerca.
Sin duda, un clásico de las canciones de amor o más bien de desamor. Porque si hay una definición musical del típico dicho ‘cortarse las venas’, es esta canción. “Desde que te fuiste, puedo hacer lo que quiera, puedo ver a quien elija, puedo cenar en un restaurante elegante. Pero nada de esto puede quitarme esta tristeza, porque nada se compara a ti”, dice en una de sus estrofas. Y es probablemente todo lo que sentimos después de un quiebre o una pérdida, que nada va a poder reemplazar la felicidad que nos hacía sentir esa persona que ahora no está. Es lo que nos enseñaron en películas, novelas y canciones como ésta. El tema es que no tenemos por qué reemplazar esa felicidad, sino que guardarla en la cajita de las experiencias y partir de nuevo, en búsqueda de la siguiente.
Y aunque no me arrepiento de las noches escuchando Nothing compares to you llorando junto a mi almohada o en el auto a todo volumen y con lluvia –la escena perfecta–, hoy a diferencia de esa adolescente que la escuchó por primera vez, soy capaz de entender que mi vida sigue después de una pérdida. No sé si son los años o las historias y sus aprendizajes, pero es lindo ver como el tiempo nos enseña a disfrutar las cosas de una manera distinta. A mis treinta y tantos, vuelvo a escuchar Nothing Compares to you y tengo otra sensación. Me sigue estremeciendo su voz y esa melodía que envuelve, pero soy capaz de entender que esa idea de amor romántico, en la que el amor es solo uno y si se acaba, nada más se va a poder comparar a él, no es sana ni muy verdadera. Porque lo cierto es que nadie muere por amor.
Hoy sé que me encanta amar, me encantan algunos gestos románticos de ternura y cuidado; y es más, me atrevo a decir que incluso me encantan esos momentos de sufrimiento en los que queremos escuchar canciones como éstas una y otra vez. Finalmente todo es parte de la vida y sus aprendizajes, esos mismos que me han hecho entender que no tengo nada que comparar.
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