Qué es la dismorfia corporal y por qué vernos todo el día en una pantalla puede acentuarlo




Meredith Leston, psicóloga clínica de la Universidad de Oxford, explica en su charla Ted que mientras sufría de anorexia durante su adolescencia, se miraba al espejo y veía el reflejo de una mujer gorda. Por años esa imagen la torturaba y la hacía comprometerse con ella misma a dietas aún más estrictas y regímenes de alimentos cada vez más bajos en calorías. Sin embargo, cuando entró a la universidad y decidió buscar un tratamiento para su enfermedad, mientras subía de peso, su imagen corporal era completamente opuesta: cada vez que se veía frente al espejo se veía delgada y segura. Según ella misma explica, los trastornos alimentarios tienen una fuerte componente de dismorfia corporal, es decir, la condición clínica que ella define como la completa obsesión de un paciente en un percibido defecto físico y la ansiedad asociada a ello.

Si bien el trastorno dismórfico corporal típicamente se asocia a los desórdenes de alimentación —personas que se perciben con más sobrepeso del que realmente tienen— no se reduce simplemente a eso. “El trastorno dismórfico corporal consiste en una preocupación excesiva por algún defecto, ya sea real o imaginario, con respecto a las características físicas propias”, explica el psiquiatra Mario Hitschfeld. El especialista agrega que se trata de un diagnóstico que cae dentro de la familia del trastorno obsesivo-compulsivos debido a las características recurrentes, incontrolables y angustiosas que generan estas fijaciones en torno a ese defecto.

Hasta hace algunos años, no se sabía si las personas con dismorfia corporal realmente veían el mundo de forma diferente o no, y muchas veces el prejuicio en torno a este trastorno era que solo se trataba de exageraciones. Utilizando tecnología que monitorea los patrones que sigue la mirada cuando observa una imagen, investigadores australianos de la Universidad de Swinburne, pudieron constatar que, efectivamente, quienes padecen TDC observan el mundo de una forma diferente. “Un patrón saludable de observación se centra en los ojos y en la boca”, explicó la profesora Susan Rossell, investigadora a cargo de los estudios durante una entrevista. La razón por la cual las personas sanas nos enfocan en esos puntos —y no pierden tiempo en obsesiones con ciertos defectos o imperfecciones— es que esa triada de ojos y boca provee mucha información respecto de los sentimientos de la persona que se observa. Pero alguien que sufre de TDC no ve las cosas del mismo modo racional. “Sin importar el tipo de imagen que se les presente, el patrón de observación que siguen sus ojos es totalmente aleatorio”.

El problema es que no solamente las personas con un diagnóstico de trastorno dismórfico corporal pueden exhibir este tipo de comportamientos. “Hay personas que pueden tener algunos rasgos sin padecer un diagnóstico formal completo”, explica el psiquiatra Mario Hitschfeld. “Estas personas suelen ver exacerbados ciertos rasgos cuando padecen estados de estrés o ansiedad elevados”. Y probablemente muchos lo hemos vivido. Obsesionarnos con un defecto de nuestro cuerpo o incluso el rostro: una arruga, una mancha, una asimetría tan evidente para nosotras mismas en la cara pero que, por más que insistimos, ninguna de nuestras amigas es capaz de ver.

Según cifras de la Rebelión del Cuerpo, las chilenas pasan 3.6 horas al día pensando en su imagen corporal y el 90% cree que esa imagen afecta su nivel de satisfacción con la vida. Frente a estos números saber que podríamos tener una imagen distorsionada de nosotras mismas y que nuestra mente podría estar jugándonos una mala pasada, es clave.

Hitschfeld explica que este tipo de comportamientos en personas sanas pueden darse con mayor incidencia sobre todo cuando estamos sometidos a estrés. Pero, además, que estas tendencias podrían verse exacerbadas si repentinamente nos vemos expuestas de forma intensiva y recurrente a nuestra propia imagen como ha ocurrido para muchas en tiempos de pandemia, a través de las videollamadas de WhatsApp, reuniones por Zoom, conferencias en Meet o largas sesiones en redes sociales que nos tienen horas al día analizando nuestra propia imagen en fotos y video, más que antes. “Las personas con una vulnerabilidad previa podrían exacerbar las ideas obsesivas ante la exposición recurrente a su imagen”, explica Hitschfeld. “Pero en personas sin vulnerabilidad, no me parece que sea un riesgo”.

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