Qué hacer cuando tu familia no acepta tu homosexualidad




Cuando Andrés (31) les contó a sus papás que era gay, no obtuvo la reacción que tanto anhelaba. Pese a que era consciente de que no se iba a tratar de una conversación fácil, una parte de él se aferrada a la ilusión de que, quizás, habría algo de comprensión por parte de ambos. Sin embargo, resultó ser todo al revés. “No Andrés, lo que pasa es que estás confundido y vamos a hacer como que esto nunca pasó”, le comentó su papá. Su mamá, en cambio, se puso a llorar desconsoladamente.

Han pasado dos años desde ese día y aún lo recuerda con mucho dolor. “Mi familia es súper conservadora y no hay nadie dentro de ese círculo que haya salido del clóset. Para ellos los homosexuales somos producto de un error. Por eso a mí me costó tanto asumir que lo era. Desde chico me sentí atraído por los hombres, sin embargo, siempre escuché al resto –y muchas veces también lo hice– burlarse de ‘ellos’ con cosas muy cotidianas. Por eso es que sabía a lo que me enfrentaba al contarlo, aunque en alguna parte había un grado de ingenuidad que no se esperaba esa reacción”, cuenta.

Pero el tiempo supo sanar algunas heridas y pese a que Andrés no volvió a hablar del tema con ellos, reconoce hacer un esfuerzo por mantenerse unido a su familia. “Sé que su reacción no viene desde la maldad, sino que desde el miedo. Y pese que no me pregunten sobre mi vida amorosa, siempre han tenido un interés en mí. Obviamente me distancié un montón y estuve casi seis meses sin hablar con ellos, pero me da pena que no sean parte de mi vida. Aunque tampoco sé qué tan parte pueden ser si no aceptan una de las características que me define como persona”, dice.

Casos como el de Andrés están lejos de ser la excepción. Y es que la homofobia es algo que se mantiene latente en nuestra sociedad. Según datos del Informe Anual de los Derechos Humanos de la Diversidad Sexual y de Género elaborado por el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh), el 2019 fue el año más violento para las personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales, registrándose la cifra más alta de denuncias por discriminación respecto a la orientación sexual. Y estas se extendieron, por primera vez, en todas las regiones del país.

El problema, explican, es que estas discriminaciones podrían explicar las razones de suicidio de quienes no se sienten aceptados. Según el estudio Suicidio en poblaciones lésbica, gay, bisexual y trans llevado a cabo por académicos del departamento de psicología de la Universidad Diego Portales, el intento de quitarse la vida en jóvenes LGBT es siete veces superior respecto a heterosexuales. El informe señala que esta población se ve afectada por un entorno hostil, que se caracteriza por el prejuicio, rechazo y exclusión, lo que conlleva a la depresión, abuso de sustancias, aislamiento social, conflicto con los padres y victimización.

“Este tema es importante porque se agrava con el rechazo o la negación por parte de los padres. Según otras estadísticas, pertenecientes a un balance realizado por la Fundación Todo Mejora, uno de cada cuatro homosexuales se ha tratado de suicidar alguna vez en su vida y esta cifra aumenta a ocho veces las probabilidades cuando hay un rechazo de algún familiar”, asegura el psicólogo clínico Juan Cristóbal Concha, quien atiende exclusivamente a personas LGBT+.

Según él, pese a que cada caso sea particular, generalmente este tipo de reacciones de los padres cuando alguno de sus hijos confiesa su homosexualidad es una respuesta al miedo y un intento de protección. Porque, desafortunadamente, los estudios y cifras demuestran que aún hay una parte de la sociedad que no tolera esto. Y es ese terror a que les toque una vida difícil el que los paraliza a actuar de manera adecuada. Los padres no intentan causar dolor, sino que intentan salvar a sus hijos de ese dolor.

“Dentro de no aceptar la diversidad sexual hay una preocupación muy grande porque le pase algo, entonces algunas padres prefieren no verlo ya que les da pánico pensar que su hijo puede sufrir. Es algo muy inconsciente pero que se ve harto en las terapias. Esto también se relaciona con el hecho de que, así como uno tiene expectativas de uno mismo, los padres las tienen para sus hijos y el soltar esa identidad requiere de un duelo, aunque se siga siendo la misma persona. Sin embargo, pese a que en muchos casos se requiera un proceso, es importante demostrar apoyo porque el que te acepten es un factor protector”, explica Juan Cristóbal.

¿Pero qué pasa cuando este proceso se convierte en uno eterno? ¿Hasta qué punto es sano aferrarse a padres que niegan la sexualidad de sus hijos? “Si los papás prefieren poner sus ideas por delante, recomiendo soltarlos. Hay que hacer un duelo de los papás y ver hasta dónde uno puede soltar ya que esto depende de la historia de cada uno. Hay algunos que prefieren mantener una distancia que incluya juntarse a almorzar los domingos, mientras otros que cortan el vínculo definitivamente. Pero no es sano aferrarse si es que esto provoca daño y yo creo que cada uno es capaz de reconocer sus propios límites”, dice el especialista.

No obstante, para que esto no termine afectando –dentro de lo posible– la recomendación es fortalecer la red. “El cómo le afecta a alguien salir del clóset depende mucho de su círculo de contención. Si se cuenta con una red sólida, el proceso es mucho más llevadero. Me pasa mucho que he visto a adolescentes que no tienen referentes, no conocen a nadie más homosexual y en esos casos es mucho más abrumador. Por eso es importante, si es que no se tiene este apoyo, salir a buscarlo. Hay muchas fundaciones y grupos en redes sociales para personas LGBT”, cuenta Concha.

Para quienes aún no se atreven a contarlo, Juan Cristóbal asegura que una de las claves para cuidarse frente a esto es anticipando las conductas del resto. “Hay que ir desafiando la red de contención para ver cómo reaccionarían. Preguntar qué opinan de la diversidad sexual y tratar de poner el tema sobre la mesa sutilmente. Esto sirve para manejar las expectativas. No quiere decir que garantiza una reacción adecuada, pero sí evitaría esa sensación tan dolorosa que trae el factor sorpresa”, concluye.

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