Matrimonio poliamoroso: "El amor en su máximo potencial no se divide, se expande"

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"Conocí a Paula hace 15 años, cuando estaba saliendo de la media y entrando a la universidad. Seguimos los pasos típicos: pololeamos, nos establecimos como pareja, tuvimos a nuestro primer hijo y luego al segundo. Fuimos, hasta el 2016, una pareja monógama. Pero luego de una segunda separación que tuvimos –más bien por temas económicos, porque amor siempre hubo y con disposición decidimos volver a intentarlo– conversamos la posibilidad de abrirnos al poliamor. Pero se trató de un proceso cuyo origen, para ambos, se gestó mucho antes.

Yo estudié pedagogía en una universidad católica pero que impartía la visión de los jesuitas, por ende, una mucho más humanista que busca que se cuestionen los ideales impuestos. Fue una época en la que cambié radicalmente mi manera de pensar: venía de una familia bastante conservadora y católica y fue durante esos años universitarios que empecé a cuestionar todo lo que creía saber hasta entonces. Dentro de esos cuestionamientos, también puse en duda la manera en la que las sociedades contemporáneas conciben el amor y el sistema monógamo imperante. Pero hasta ese entonces solamente lo cuestioné y no hice mucho al respecto.

A los 25 años renuncié voluntariamente a todos los sacramentos. Y la idea de que la monogamia –entendiéndola como una dinámica cuya función principal en un comienzo fue netamente económica y para establecer las descendencias– excluye y jerarquiza los afectos, se hizo cada vez más presente. Con Paula empezamos a plantearnos estos cuestionamientos en conjunto y nos dimos cuenta de que los habíamos aceptado mucho tiempo, pero que en realidad no nos hacían del todo sentido. La práctica monógama en sí estaba bien, porque la decisión individual es de cada cual. Lo que nos hacía ruido era el sistema que lo sostenía, que ponía en primer lugar a la pareja y al núcleo familiar cercano y el resto de los afectos en un segundo plano.

Todo eso veníamos pensando hace ya un tiempo cuando decidimos, después de nuestro segundo periodo de separación, volver a estar juntos y abrir la relación. Pero en un comienzo no fijamos un acuerdo y fue algo más bien ambiguo. Estaba la libertad de poder tener, de manera honesta y conversada, otros vínculos, pero sin mucha claridad. Hasta que conocimos a Jonny.

Jonny venía llegando de afuera y necesitaba ayuda con unos trámites. Y lo ayudé. La química se fue dando de manera casi inmediata, con mucha naturalidad. Yo había estado con otros hombres antes. Paula sabía y le acomodaba. Todo siempre había sido conversado. Porque eso, entre nosotros al menos, siempre ha sido ley. Y me atrevería a decir que debería serlo en cualquier dinámica de pareja. Cualquier relación que no se de con honestidad, poliamorosa o no, termina mal. Porque se trata de una vinculación y para que resulte tiene que ser sincera y genuina.

En poco tiempo, y con muchas conversaciones entre medio, dimos paso a una dinámica poliamorosa entre los tres. Al principio hubo miedo, porque era la primera vez que accedíamos a algo así de manera formal, pero en la medida que destripamos entre los tres todo lo que nos pasaba, se fue dando con mucha espontaneidad. Él vivió un tiempo en nuestra casa –supimos desde un principio que se trataría de un tiempo limitado, porque eventualmente él se iría a vivir con su hermana que también venía llegando del extranjero– y en ese tiempo compramos una cama King para poder dormir los tres juntos.

A nuestros hijos les explicamos, de la manera más simple posible, desde un comienzo. Es muy fuerte ver que no tienen los prejuicios que van adquiriendo y desarrollando los adultos, y para ellos fue totalmente natural. No les pareció raro y no lo pusieron en duda. Yo soy profesor y he podido ver cómo los niños y adolescentes de ahora no tienen problemas con ciertas cosas. Son mis pares, de hecho, los que nos cuestionan. Y cuando trato de explicárselo siempre se enfocan en lo sexual. Esa es una manera de reducir para poder entender.

Encontré una manera de explicárselo a algunos. Cuando nació mi primer hijo dije "no podría amar a otra persona de esta manera, nunca más". Fue un amor puro, una entrega absoluta. Pensé realmente que nunca volvería a sentir ese amor por alguien. Hasta que nació mi segundo hijo. Ahí el amor en su máximo potencial no se dividió, sino que se multiplicó y se expandió.

Creo que el amor no está limitado a una sola persona y ese es un ejemplo concreto. En las relaciones afectivas íntimas se da lo mismo, si es que así queremos que sea. A ratos cometemos el error de pensar que el amor es solo lo que se da con la pareja, pero también es lo que se da entre amigos –¿por qué a ese amor le hemos atribuido menos importancia, si los amigos son los que están y te apoyan?– y en múltiples formatos. La sociedad nos ha hecho limitarnos por temas económicos y ha impuesto el sistema monógamo como el imperante, pero si no estuviera esta limitación, el amor fluiría y si lo permitiéramos, se expandiría.

En este minuto entre los tres nos amamos por igual. Tengo un vínculo particular con cada uno así como entre ellos existe otra conexión. Con uno puedo compartir más intereses, con el otro una dinámica de juegos y risas. Se dan distintos tipos de convivencias, tal como pasa con las amistades.

Hay distintos tipos de configuraciones en el poliamor. Está el no jerárquico, que es el que tenemos nosotros, en el que los vínculos entre los involucrados tienen el mismo nivel de importancia, pero también hay configuraciones en las que hay un vínculo principal y una segunda vinculación. Esto depende de lo que se vaya conversando. Lo que sí es que siempre tendría que darse un acuerdo, como un contrato simbólico –que no es estático y puede ir mutando en la medida que la relación se vaya desarrollando– en que todas las partes expresen lo que está permitido y lo que no, lo que les acomoda y lo que no.

En mi opinión, eso debiese darse siempre, en cualquier dinámica. Si al final se trata de cómo uno se posiciona y desde dónde uno decide vincularse, pero hay que ser honesto con uno mismo y con el otro (independiente de cuántos otros). Se trata también de plantear límites, porque hay cosas que por la historia y desarrollo personal de cada cual pueden generar más ruido o van a ser más difíciles de asimilar. De estos miedos uno se puede liberar más adelante, y por eso es necesario revisar constantemente el acuerdo, ya que es importante que esas etapas y sus debidos tiempos se respeten".

Agustín Alvear-Blau (33) es profesor.

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