Enfermera aislada de sus padres: "Sé que no podré abrazarlos por lo menos por un año"

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"Desde hace 12 años trabajo en la unidad de emergencia del hospital regional de Chillán, en la región de Ñuble. Soy dirigente gremial de la Asociaciones de Enfermeras y Enfermeros de Chile (ASENF) hace dos. Cuando el coronavirus llegó a Chile a principios de marzo, fuimos la segunda región con más contagios después de la Metropolitana. Ahora hemos pasado a ser la quinta o sexta y a la fecha tenemos 23 pacientes hospitalizados –de estos nueve están en la UCI– y 700 contagiados.

Toda la vida he vivido con mis papás y, aunque he tenido mis propias casas, nunca he podido independizarme del todo. Mi mamá es hipertensa diabética y hace dos años le diagnosticaron cáncer de mama. Y mi papá es cardiópata. Cada vez que intentaba irme, pasaba algo que requería de mi atención. Soy, además, una regalona de ellos, entonces antes que dejarlos al cuidado de terceros, siempre preferí encargarme yo.

Dado el historial de ambos, y considerando que los dos son adultos mayores, a principios de abril –cuando ya no había cómo negar que la propagación del virus se aceleraba cada vez más– tomé la decisión de buscar un alojamiento temporal mientras fuera necesario. Una puede tomar las medidas sanitarias y tener los implementos de protección personal, pero el virus había mutado tanto de un país a otro, que realmente no sabíamos qué esperar. Puse todo en una balanza y llegué a la resolución de que para protegerlos lo mejor era irme. ¿Pero quién me iba a recibir?

Por ese entonces, varias colegas habían decidido separarse de sus familias por miedo a contagiarlos. Sabían que estaban más expuestas y el gran temor, más que enfermarse ellas, era enfermar a sus seres queridos. Carolina, mi colega y presidenta de la ASENF, era una de ellas. Había tomado la decisión de dejar de ver a su madre por completo para no correr ningún riesgo y me propuso que me fuera a vivir a su casa.

Nuestros turnos eran similares –tenemos turnos de 24 horas y luego tres días libres–, así que entenderíamos nuestros horarios y nos podíamos acompañar en nuestra labor gremial. Además de acompañarnos en lo emocional. Porque ciertamente a la carga laboral aumentada se sumaría también la alta carga emocional de vivir una pandemia, con todo lo que eso conlleva.

A principios de abril agarré mis cosas y me fui. A mi mamá le dio mucha pena, pero lo supo entender. Les dejé todas las instrucciones sanitarias que tenían que seguir al pie de la letra.

Las enfermeras somos muy estructuradas, entonces cuando llegué a la casa de Carolina al tiro generamos un sistema y establecimos las reglas de convivencia en un contexto sanitario anormal. Definimos la zona limpia y la zona sucia, en la que dejamos todo lo que viene desde afuera antes de entrar a la casa. Ahí dejamos los zapatos y las carteras. En la casa nos ponemos las pantuflas. Nos repartimos las compras y tratamos de hacerlo de manera tal que ninguna tenga que pasar mucho rato afuera.

Entre las dos les pasamos a dejar alimentos a nuestros papás en las rejas de sus casas. Cuando coincidimos en la casa y estamos sin turno vemos una película juntas o aprovechamos de hacer ejercicio. También hablamos de nuestros miedos, de lo que irá a pasar y del hecho que sabemos que antes de poder volver a abrazar a nuestros padres va a tener que pasar un año. Porque el periodo crítico de la pandemia va ser durante el invierno, hasta octubre más o menos. Pero el distanciamiento social se va transformar en un estilo de vida que vamos a tener que incorporar hasta que se encuentre la vacuna.

Este tipo de cosas las conversamos porque las entendemos como no muchos las entienden. Hemos presenciado, de cerca, lo que está pasando. Y también vemos que cuando levantan el cordón sanitario, la gente vuelve a las calles como si nada. Eso nos frustra y nos recuerda que tenemos para rato. Entendemos, también, que todos están acostumbrados a sus rutinas, pero debemos encontrar una manera de transmitir que la pandemia es real, porque no se le ha tomado el peso. Debemos generar consciencia entre todos: tenemos responsabilidades individuales y colectivas. Porque somos gregarios y vivimos en comunidad.

La parte afectiva es lo que más ha costado este tiempo. Pero si el resto de las personas están bien, nosotras, que estudiamos por vocación, podemos seguir adelante. En eso también nos hemos apoyado. Porque en definitiva, compartir con Carolina es hacerlo con alguien que está pasando por exactamente lo mismo.

El 25 de marzo estuve de cumpleaños y en un acto simbólico armamos una torta con varias galletas de arroz y una velita, acorde a los tiempos que estamos viviendo. No hubo fiesta, no hubo abrazos y no hubo muchos ánimos festivos, pero pude ver a mis amistades y seres queridos por video llamada y después nos quedamos conversando.

Lo más difícil es no saber cuánto va durar esto. Yo, al menos, tengo claro que no voy a volver a la casa de mis papás en mucho tiempo más. Los veré a lo lejos, pero no podré convivir en el mismo espacio hasta que salga la vacuna y esté segura de no ser un riesgo para ellos. Tampoco sé cuánto rato estaré en la casa de Carolina, por ahora ha sido lo más práctico. Tenemos los conocimientos y las herramientas para ayudar. Mientras las tengamos, eso es lo que vamos a seguir haciendo.

Como les dije a mis papás antes de irme: mientras ellos estén bien, tendré la fuerza para seguir dando esta batalla".

Vanessa Alderete (40) es enfermera de la unidad de emergencia del Hospital Clínico Herminda Martín y dirigente de la ASENF.

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