Política

Piñera en jaque: El relato no contado de su segunda administración

Iniciado el 18 de octubre de 2019, tras un alza de 30 pesos en el transporte público, el estallido social tomó por sorpresa al gobierno del Presidente Sebastián Piñera, quien durante semanas se volvió dubitativo y errático. La forma en que su administración encaró la crisis es uno de los episodios reconstruidos en detalle por el libro Piñera en Jaque, gracias a más de un centenar de entrevistas con asesores y autoridades de su mandato, además de líderes de la entonces oposición y familiares del fallecido gobernante. A continuación, un extracto sobre los primeros días de las protestas, que en la madrugada del 19 de octubre llevaron al gobierno a sacar a los militares a la calle. La obra es publicada por el sello “Un día en la vida”, de Editorial Catalonia. El título llega esta semana a librerías.

MARCELO SEGURA

El estallido social dividió a La Moneda en dos bandos. En una vereda estaban quienes sostenían que se trataba de una crisis profunda, que no se solucionaría rápidamente y que había que buscar diálogo con los sectores moderados de la oposición, ya que los más radicales comenzaban a entusiasmarse con la caída del gobierno. En este grupo se alinearon los asesores más jóvenes, como Benjamín Salas y Magdalena Díaz, pero también el ministro secretario general de la Presidencia, Gonzalo Blumel, y el titular de Justicia, Hernán Larraín, entre otros.

Al frente estaban quienes demandaban “mano dura”. Era un grupo muy influyente, que incluía al ministro del Interior, Andrés Chadwick, y su subsecretario, Rodrigo Ubilla; al canciller Teodoro Ribera, la ministra de Educación Marcela Cubillos y el jefe de asesores del Segundo Piso, Cristián Larroulet. “Debemos resistir. Dos semanas y se encauza todo”, señalaba Larroulet a Piñera.

El Mandatario era bombardeado por distintas opiniones. Varios de sus colaboradores más cercanos confesaban que Piñera no tenía un diagnóstico de la crisis y que, por lo mismo, su capacidad de decisión estaba debilitada.

La división en el gobierno se replicaba en el oficialismo. En las semanas que sucedieron al inicio del estallido se improvisaron varias reuniones entre los miembros del gabinete y los parlamentarios de Chile Vamos, casi siempre en el Salón Montt Varas de La Moneda. En una de ellas se registró un áspero intercambio entre el senador Manuel José Ossandón (RN) y la ministra Cubillos, que reflejó el parteaguas en la derecha.

“Esto no se maneja así, hay que tomar medidas de fondo para neutralizar las protestas”, señaló Ossandón alzando la voz, al tiempo que apuntaba a los ministros, a quienes acusaba de “no tener calle” y “faltarles conexión social”.

El ambiente se cortaba con cuchillo.

“A ti lo que te falta es lealtad”, replicó Cubillos, desatando aplausos entre los representantes de la UDI.

En la primera administración de Piñera había nacido la denominación de “Halcones” y “Palomas” para clasificar a sus autoridades. La diferencia entre ambos grupos era, a fin de cuentas, ideológica, aunque también tenía un fuerte componente generacional. Los “Halcones” se alineaban con las ideas tradicionales del sector: mano dura en el orden público, ortodoxia liberal económica y conservadurismo valórico. En este grupo estaban algunos de los principales líderes de RN y mayoritariamente los de la UDI.

Las “Palomas”, por su lado, promovían introducir eficiencia en el aparato estatal, pero con mayor énfasis social. También buscaban dotar al sector de valores más liberales. En este bando destacaban los dirigentes de Evópoli, un partido que había nacido al calor del primer gobierno de Piñera y que apostaba por transformarse en una nueva derecha con una agenda liberal.

Los “Halcones” y las “Palomas” renacieron con el estallido y la desesperada búsqueda de soluciones a la crisis. En La Moneda sus enfrentamientos emponzoñaban el ambiente. Pero esta vez había algo distinto. Piñera, que siempre parecía disfrutar administrando tales desencuentros, estaba irascible y con poca paciencia. Se mantenía al margen de las discusiones.

Varios consultados afirman que el Presidente advertía que no daba con el tono para afrontar el trance. Se quejaba constantemente de que no disponía de información clave para entender la crisis. Los aparatos de inteligencia, tanto de Carabineros, como militares y la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), demostraron su fragilidad al no adelantarse, ni mínimamente, a un conflicto que estalló en sus narices.

La presión a ratos era tal que Piñera buscaba momentos de soledad y se recluía en la pequeña capilla en el primer piso de La Moneda, para rezar y meditar.

Quienes lo conocían bien coinciden en que el estallido lo “descolocó absolutamente” y que “no supo cómo manejarlo”. Son dos de las frases que más se repiten entre sus excolaboradores cuando recuerdan esos días.

Varios de estos consultados también coinciden en que un factor importante de esa desorientación fue el desmoronamiento de Chadwick, quien sentía que sus habilidades habían quedado en jaque al no adelantarse a las protestas ni a su intensidad. El principal consejero de Piñera andaba cabizbajo y tomaba nota como pocos de la fragilidad policial. No se trataba solo de falta de equipamiento. Además, los carabineros estaban sobrepasados y —peor aún— no sabían cómo enfrentar a los revoltosos. Así, desde el día uno la amenaza de las acusaciones por abusos policiales quedó sobre la mesa.

El titular de Interior intuía que su permanencia en el gobierno había iniciado su cuenta regresiva.

“¿Qué había pasado?”. Era la pregunta que se cruzó en esos días por la cabeza de varias autoridades y, sin duda, por la del propio Mandatario.

Hacía menos de un año y medio, el país había vuelto a elegir a Piñera por un amplio margen. Y apenas 10 días antes de las protestas, el 8 de octubre, el Presidente había destacado en televisión la excepcionalidad de Chile frente a sus principales vecinos. “En medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile: es un verdadero oasis, con una democracia estable, el país está creciendo, estamos creando 170 mil empleos al año, los salarios están mejorando”, planteó.

Las primeras medidas adoptadas por el gobierno no lograron aplacar las movilizaciones. El primer lunes del estallido no abrieron bancos ni supermercados, se suspendieron las clases en colegios y universidades y, dado el deterioro del transporte público, millones de personas tuvieron dificultades para llegar a su trabajo.

En una suerte de estado de shock, la principal preocupación de La Moneda era lo que denominaban “volver a la normalidad”. “El país tiene que estar funcionando cuanto antes”, repetía como mantra el Mandatario en las reuniones con el Segundo Piso y sus ministros.

Por lo mismo, cuando los disturbios aún estaban lejos de ceder, pese a la presencia militar, luego de la declaración del estado de emergencia, algunos personeros se dejaban llevar por el voluntarismo. En su cuenta de Twitter, el subsecretario de Obras Públicas, Lucas Palacios, publicó una propuesta para organizar grupos con el objetivo de retirar escombros y limpiar las estaciones de Metro dañadas. Al llamado se sumaron otras autoridades que replicaron el hashtag #LimpiemosLaEstación y no fueron pocos los funcionarios del Ejecutivo que acudieron, escoba y cloro en mano, a fregar estaciones atacadas.

La idea había sido de la jefa de gabinete presidencial, Magdalena Díaz, quien hizo la convocatoria interna, descolocando a varios inquilinos de Palacio que resentían que la atención del gobierno estuviera en ese tipo de medidas, cuando no lograban recuperar el orden en las calles.

La Moneda, como era natural, terminó convertida en el centro de operaciones para gestionar la crisis, y el resto del gabinete entró en una especie de pausa. Hubo ministros sectoriales que por varios días simplemente se recluyeron en sus casas, a la espera de instrucciones.

Pronto se hizo evidente que uno de los ministros más afectados por el estallido era la titular de la Mujer, Isabel Plá, quien terminó renunciando en marzo de 2020.

Varios episodios que afectaron a otros ministros se mantuvieron en reserva por esos días. Algunos hijos de secretarios de Estado pasaron malos ratos en sus colegios y los números de celulares de todo el gabinete fueron viralizados. Los ministros fueron conminados a reforzar su seguridad. Los pocos que lo hacían debieron dejar de tomar locomoción colectiva o trasladarse en bicicleta.

Pero nadie lo pasó tan mal como Plá, de 55 años, quien durante todo el estallido fue objeto de agresiones del movimiento feminista, algunas de cuyas líderes resentían su rol y la acusaban de no solidarizar con las mujeres víctimas de la represión policial. Después de varias funas, que incluyeron insultos y daños a su vehículo, el acoso llegó a su límite una mañana de marzo de 2020, cuando la ministra abrió una cortina de su departamento y los árboles aledaños habían sido cubiertos de papeles. “No puedo más”, le confesó a Piñera, quien en más de una ocasión intentó contenerla.

El Presidente pasaba largas horas en La Moneda a solas, intentando recabar información de fuentes diversas sobre el origen de las protestas. Uniformados, políticos, empresarios y hasta analistas fueron contactados para conocer sus lecturas. Por la oficina de Piñera, incluso, pasaron, en estricta reserva, consejeros espirituales, chamanes y “brujas”, que eran recomendados y traídos por Magdalena Díaz y por la ministra Karla Rubilar, en el afán de que todo podía ayudar a superar el trance. Entre los visitantes estuvieron la tarotista Latife Soto y el astrólogo e ingeniero Jovani Apablaza, especialista en herramientas holísticas como la numerología, la meditación y el I Ching.

Díaz incluso consiguió el permiso de Piñera para distribuir velas de color azul en los rincones de La Moneda y hacer una “limpieza” en el edificio.

“Lo empecé a ver errático, sin margen de acción. Nada calmaba la violencia…”, comenta un excolaborador. Sus típicos tics nerviosos se hicieron más notorios: levantaba un hombro y se tiraba de la manga de la camisa de manera compulsiva.

En Palacio probaron varios diseños de manejo de crisis. También se multiplicaron las vocerías, tomando nota de que uno de los déficits del primer fin de semana de convulsión fue la sobreexposición del Mandatario, cuya figura parecía atizar el malestar.

Para intentar mitigar ese rechazo, en el gobierno se les ocurrió convocar al asesor en comunicación y consultor político catalán Antoni Gutiérrez-Rubí, quien llegó hasta La Moneda acompañado por Cecilia Morel, para participar de un encuentro con Piñera. Por entonces, Gutiérrez-Rubí se había hecho ampliamente conocido en América Latina, luego de haber sido uno de los artífices de la coalición que llevó a la Presidencia de Argentina a Alberto Fernández y a la vicepresidencia a Cristina Fernández de Kirchner. La idea era que el asesor imprimiera un tono más empático a las intervenciones de Piñera.

Colaboradores del Segundo Piso recuerdan que el consultor se reunió en una oficina de Palacio con el Mandatario, Morel y asesores de la Presidencia, para revisar algunos de los discursos de Piñera durante el estallido. El Jefe de Estado perdió la paciencia rápidamente.

—¡No tengo tiempo para esto, tengo que gobernar un país! —reprochó a los presentes.

—Tienes que escuchar, Sebastián —le pidió la primera dama, mientras Gutiérrez-Rubí miraba en silencio.

No hubo más reuniones con el consultor catalán.

Más sobre:Sebastián PiñeraEstallido socialPiñera en jaqueLibroLa MonedaAndrés ChadwickANI

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

Contenidos exclusivos y descuentos especiales

Digital + LT Beneficios$3.990/mes por 3 meses SUSCRÍBETE