Aruba es mucho más que una postal

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Andicuri Beach es una de las zonas preferidas por los aficionados al surf. (Crédito: Alfonso Bezanilla)

Más de 800 mil visitas anuales recibe esta isla caribeña, que se ha popularizado como uno de los destinos con mejores playas y hotelería del Caribe. Pero Aruba es mucho más que una imagen fija de un descanso idílico. Picadas locales, una generosa cartelera cultural y rutas que invitan a conectar con su lado más salvaje -aunque seguro- son parte de su propuesta.


Pasada la hora de almuerzo del sábado, las calles del centro de Aruba se asemejan a las de un pueblo de provincia. En Oranjestad -así se llama colorida capital de la isla caribeña y muy reconocible por sus notorios rasgos holandeses-, sólo suena una bachata de fondo, mientras que uno que otro transeúnte mezclado con turistas caminan sin rumbo fijo buscando suerte entre las tiendas que permanecen abiertas.

Pero ni el locatario chino del supermercado "Hong Kong", ni la morena de acento venezolano que espera pasar el tiempo tras la vitrina de la tienda de joyas de marca parecieran emocionarse demasiado con los escasos clientes que se ven en las calles a esa hora. Aruba, la isla del Caribe vecina a Venezuela y Curazao, con sólo 179 kilómetros cuadrados ha adquirido una creciente popularidad entre turistas de todo el mundo: más de 800 mil llegan cada año. Pero al menos ese sábado en la mañana pareciera no enterarse de su calidad de destino en ascenso.

Pocos kilómetros más allá, el escenario es otro: en la zona de Palm Beach, área de la isla donde se acumulan las mejores cadenas de hoteles de cinco estrellas, restaurantes y bares, abundan los turistas que a esta hora se dedican a lo que mejor se hace en la que también es conocida como la "Isla Feliz": tomar sol en una extensa playa de arena perfecta y mar calipso. Esa actividad aquí está garantizada prácticamente todo el año, debido a un clima seco, donde la lluvia es siempre un fenómeno inusual.

Pero entre la calma de Oranjestad y la movida turística de Palm Beach hay un punto medio por descubrir, una faceta de Aruba que aún no ha sido descubierta del todo, pero con potencial para dar a los visitantes una mirada más integral del destino. El recorrido alternativo de la isla invita a perderse entre las calles de un país miniatura que en sus rincones sorprende con apuestas gastronómicas y culturales, dejando de lado los precios para bolsillo de primer mundo, en un ambiente amigable y seguro, donde los crímenes son aún más extravagantes que el mal clima.

"Estamos en Aruba, hermano", dice con un tono de obviedad Kevin, un guía de origen jamaiquino, cuando inocentemente un turista argentino le pregunta si puede dejar desatendida su mochila mientras explora una playa desierta del lado sur de la isla, el menos poblado y con las aguas más agitadas.

Llega a ser casi ofensivo siquiera insinuar que las pertenencias personales corren peligro, menos en esa área cercana al Parque Nacional Arikok, donde los locales se juntan a practicar bodyboard o a tomar una cerveza relajados, mientras los grupos de extranjeros que vienen guiados en caravana de motos de cuatro ruedas o jeeps 4x4, llegan, sacan algunas fotos y siguen su camino.

Los turistas pasan muchas veces por alto que es en este sector de la isla donde se esconden grandes tesoros naturales del país, como formaciones rocosas que dejan piscinas naturales, o monumentos naturales como Ayo Rock, una gran formación rocosa donde por mucho tiempo los aborígenes se escondieron de la invasión española que, enceguecida por la fiebre del oro, los buscaba para robarles o obligarles a hacer trabajos forzados.

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Eagle Beach, elegida por TripAdvisor como una de las diez mejores playas del mundo. (Crédito: Alfonso Bezanilla)[/caption]

Es Kevin también quien sin dudar recomienda otras picadas infalibles de Aruba: los bares de Nicky Beach Road, zona muy cercana al aeropuerto, donde sólo los locales comparten litros de Balashi, la cerveza local por excelencia, acompañados por platos de evidente descendencia norteamericana, pero cocinadas con un toque local, como las alitas de pollo o bolas de queso frito, mientras la música tropical anima el happy hour que se extiende hasta pasada la medianoche.

Pasa también que, en este tipo de locales, se sirven otros manjares como la polémica sopa de iguana, consumo que no es muy bien visto por algunos locales, pero que bien cocinada se traduce en un estofado sabroso, aunque algo incómodo de masticar, ya que la carne del reptil, aunque tierna, esconde huesos afilados con los que hay que tener con cuidado para no morir atragantado. Sin embargo, no es en su sabor donde está su gracia, sino en lo que sería su efecto: "Es nuestro viagra natural", señala Kevin soltando una carcajada.

Otro sector que esconde buenas picadas locales es San Nicolás. Aquí, en un muelle donde pescadores traen productos frescos del mar, está Zeerovers, quizás el mejor restaurante de toda la isla. Todo es simple: camarones de gran calibre se fríen junto a la pesca del día, la cual se vende por kilo, para ser consumido con las manos, en compañía de plátanos maduros, también fritos. Un festín tan grasiento como sabroso, que se unta con salsa tártara y otro producto local que no hay que pasar por alto: la salsa picante de papaya, la cual se ha transformado en un producto local casi tan famoso como los cosméticos de aloe vera, alga que aquí crece como mala hierba y que se exporta a todo el mundo.

El ADN holandés de la isla -es un país autónomo insular del Reino de los Países Bajos- no sólo ha gratificado a los arubianos con pasaporte europeo, sino que también con su cocina más sofisticada, la cual se ve representada no sólo en los restaurantes más elegantes de Palm Beach, sino también en joyas más ocultas como el Papiamento: en una elegante casa colonial, presenta una carta protagonizada por pescados y mariscos, de la cual hasta la reina argentina de Holanda, Máxima, es fanática. Tiene incluso una mesa reservada para cuando los visita.

Cartelera llena

Con una movida gastronómica tan intensa, llama la atención que, a diferencia de cualquier isla tropical donde el turismo es el motor de la economía, aquí en Aruba no exista una vida nocturna mayormente activa. No hay discoteques de lunes a lunes, ni calles de carrete, donde la madrugada se transforme en una pasarela de universitarios ebrios en plan de "spring break".

Aruba se ha ido definiendo a sí misma como una isla de descanso y vacaciones enfocadas en la pareja, en el bienestar y en la familia; y por eso la entretención está dosificada en una cartelera anual de actividades y festividades para todos los gustos y que pueda satisfacer tanto a los turistas como a los propios locales.

Uno de los eventos más esperados por los arubanos -y también por los visitantes- es la época de carnavales, que entre Año Nuevo y el día previo al Miércoles de Ceniza, reúne en las calles de la ciudad a grandes y chicos en noches temáticas de bailes exóticos, carros alegóricos y disfraces multicolores, comandados según la jornada por jóvenes, mujeres, niños o veteranos, precedidos por la elección del rey y la reina del año.

Otro imperdible de cada martes es el Bon Bini Festival (El festival de bienvenida), que se lleva a cabo desde las seis y media de la tarde, de manera gratuita, en los patios del Fort Zoutman en la zona histórica de Oranjestad. Allí se presentan bandas locales, que interpretan diversas piezas de bailes folclóricos, como el vals y la marzurka, además de tocar instrumentos de cuerda y percusión. También se abre una feria perfecta para comprar souvenirs más sofisticados que el clásico imán de refrigerador o la polera estampada con un "I Love Aruba".

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El Bon Bini Festival se efectúa en las afueras de Fort Zoutman, el edificio más antiguo del centro de la capital Oranjestad. (Aruba Tourism Authority)[/caption]

También hay festivales esporádicos como el Island Takeover, que trae a artistas de la talla de Bad Bunny o J. Balvin y que mueven masas que sorpresivamente no son sólo adolescentes. Además, una serie de eventos deportivos, culturales y cinematográficos pueblan el calendario anual para seducir a las visitas y a los dueños de casa, haciendo que el disfrute de la "Isla Feliz" sea democrática y no sólo un eslogan de marketing turístico.

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