Columna de Lucas Miranda: ¿Quién vigila a los vigilantes?

¿Quién vigila a los vigilantes?

¿Quién vigila a los vigilantes?

Esta pregunta formulada por Juvenal en sus sátiras es una de las más difíciles e importantes que enfrenta cualquier sociedad.

¿Cómo se la puede encarar?

Una alternativa es objetar su principal supuesto: en realidad, no hacen falta vigilantes. Se trata del ideal anarquista: eliminados los vigilantes, seríamos capaces de convivir armónicamente sin la amenaza del garrote.

Felizmente, hoy existe amplio consenso acerca de lo ilusorio de este ideal. La ausencia de vigilancia no conduce a la paz perpetua, sino que algo más cercano a una guerra de todos contra todos. El violento asesinato de tres carabineros en la Araucanía constituye un hito más en la caída de esta ilusión anárquica, que hace poco gozaba de domicilio en el espectro político.

Ha sido justamente señalado que el gobierno ha romantizado la anarquía y denostado a la policía, adjudicándose con ello una capa de responsabilidad ante la crisis. Afortunadamente, han cambiado el discurso, enfatizando la importancia de la seguridad. No obstante, la crisis está lejos de resolverse y urge saber si las acciones tomadas van en la dirección correcta.

Para saberlo, vale la pena analizar otra alternativa a la pregunta de Juvenal: en realidad, los vigilantes no necesitan vigilancia. Platón, en La República, plantea esta idea, confiando en que la virtud de los guardianes será suficiente para evitar su corrupción. Esta alternativa constituye una ilusión simétricamente opuesta a la anterior, creyente en un poder al mismo tiempo absoluto y benevolente.

Instituciones como la separación de poderes constituye una alternativa a ambas ilusiones: los vigilantes deben vigilarse mutuamente a través de un sistema de pesos y contrapesos, orquestado por el imperio de la ley.

¿En qué estado se hallan estas instituciones?

Ante el crimen ocurrido en Cañete, el gobierno salió a blindar al general Yáñez. A cambio, el director de Carabineros afirmó que siempre ha sentido el apoyo de Boric. Se puede argumentar que la situación amerita esta cohesión entre autoridades. Sin embargo, este espaldarazo mutuo podría estar reflejando una tendencia a creer que la solución a los problemas de seguridad pasa por dejar de vigilar al vigilante.

Ante esta tendencia es necesario hacer una distinción tajante: se puede argumentar que el actual entramado legal es un obstáculo a que Carabineros cumpla con su trabajo. Si es así, deberíamos esforzarnos por modificar esas leyes. Pero ello no debe llevar a pensar a que es saludable liberar a Carabineros del imperio de la ley y de la vigilancia cruzada que este imperio requiere.

Al igual que toda agencia estatal, Carabineros buscará que el Ejecutivo aumente su presupuesto y disminuya su monitoreo. Y esto, en lugar de hacerlos más eficaces para enfrentar el crimen, podría hacer lo contrario por múltiples vías, siendo la corrupción la más peligrosa de ellas. Es necesario instalar una idea incomoda, pero necesaria: se debe recuperar la autoridad de Carabineros sin esquivar platónicamente el problema de Juvenal.

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