Los dos Papas: la canonización de Bergoglio

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Los dos Papas.

El recientemente estrenado telefilme de Netflix, protagonizado por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, es una biografía edulcorada del Papa Francisco, con largos diálogos y sin entrar nunca en las complicaciones actuales de la Iglesia Católica.



Aunque se trata de un telefilme, y tiene una fotografía que se aleja del cine y la emparenta mucho con la de un programa de televisión, Los dos Papas recurre a ratos al tono documental, con imágenes verdaderas y otras recreadas sobre la asunción al Vaticano de Benedicto XVI, su posterior renuncia y la elección del Papa Francisco, Jorge Bergoglio.

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Con ese espíritu, el cineasta brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios) filma lo que, en rigor, más parece una alegoría personal del actual Sumo Pontífice, al que se le muestra desde el inicio como alguien cercano al pueblo, amante del tango y del fútbol, rompedor de esquemas y que, si llegara a convertirse en Papa, sería un revolucionario de la Iglesia Católica. Como antagonista, a Benedicto XVI se le muestra como alguien anticuado, estructurado, alejado por completo de los feligreses y deslumbrado por el poder y los lujos del Vaticano.

En ese cara y sello, por cierto, el guion de Anthony McCarten se ha tomado todas las licencias del mundo, como antes lo hizo en Bohemian Rapsody (para retratar el lado más superficial de Freddy Mercury, sin ahondar realmente en su personalidad y doble vida) o La teoría del todo (donde Stephen Hawking también es retratado en una sola capa).

Una película de ficción no tiene por qué basarse exclusivamente en los hechos reales, en caso de ser una biografía. El problema está cuando el guion intenta mostrar solo una cara y no más capas de un personaje, para que parezca real y no una caricatura básica, tomando en cuenta que se ha tomado dos horas para condensar algunos hechos. Lo que hace Meirelles es filmar desde el fanatismo, dejando de lado los dobleces: ni Benedicto XVI fue el peor Papa ni Francisco ha traído la revolución que los católicos y el mundo esperaban de él.

Más allá de los juicios valóricos, la película es una seguidilla de conversaciones entre los dos personajes (donde Luis Gnecco, en el rol de un cardenal brasileño se pierde entre la multitud de secundarios) que ficcionan conversaciones improbables y casi siempre discursivas y, a menudo, aburridas.

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Con el correr de los minutos, la película comienza a flaquear, especialmente cuando se vuelca por completo a la biografía de Bergoglio, donde su relación con la dictadura argentina es tomada con cuidado y, siempre, no dejando que el personaje se caiga. La cinta no solo está de su lado: lo que el guion nos dice es que el Papa Francisco es realmente un santo y ya viene siendo hora de que sea beatificado.

Esa majadería por ensalzar al personaje termina agotando y hace naufragar una película que flaquea casi por todos lados (aunque Hopkins y Pryce están solventes y hacen lo que pueden cuando les toca hacer contrapunto), que bien podría ser un manifiesto fílmico realizado por el Vaticano.

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¿De cine? Hay poco y nada, apenas un par de momentos donde se intenta apelar a la emoción, pero en la recta final y cuando ya es demasiado tarde. No hay posibilidad alguna con enganchar con algunos de los dos personajes y su retórica carente de cualquier tipo de riesgo se extraña de un cineasta como Meirelles, que se despacha un telefilme más digno de Hallmark Channel (famoso por hacer cintas edulcoradas) que de una compañía como Netflix. Peor aún: tras los recientes estrenos de El irlandés e Historia de un matrimonio, esto parece una muy mala (y soporífera) broma.

https://www.youtube.com/watch?v=epf-XMQ5Q8M

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