Terrence Malick regresa con filme sobre objetor de conciencia

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El director de La delgada línea roja vuelve el jueves 13 a las salas chilenas con Una vida oculta: la historia de un austríaco que se negó a combatir en la Segunda Guerra Mundial.


"Muere el tirano, y su reinado termina; muere el mártir, y su reinado comienza", escribió alguna vez Søren Kierkegard (1813-1855). Y aunque las palabras del filósofo y teólogo danés no se ven en la gran pantalla, dan el vamos al guión que el estadounidense Terrence Malick escribió para Una vida oculta (2019). Lo que sí leen los espectadores es lo que viene a continuación: "La siguiente es una historia verdadera, basada en acontecimientos reales".

El noveno largometraje ficcional del aclamado director de Días de gloria (1978) y La delgada línea roja (1998), llega la próxima semana a salas chilenas, siendo el primero en hacerlo desde El árbol de la vida (2011). Y si bien su presupuesto fue más acotado -y su argumento, más llevadero- que en otros de sus filmes, los fans malickianos no tendrán mucho de lo cual quejarse (más bien lo contrario). Y el resto encontrará razones para admirar, o para perderse en la imaginería envolvente de un cineasta ya legendario.

Estrenada en la última edición del Festival de Cannes, Una vida oculta cuenta en casi tres horas la historia de Franz Jägerstätter (encarnado por el alemán August Diehl), granjero nacido en 1907 en el pequeño poblado austríaco de St. Radegund. La historia arranca en la misma localidad, en 1939: Franz aún vive allí, aunque ahora con su esposa, Franziska (Valerie Pachner), y las pequeñas hijas de ambos.

Después de que Polonia es invadida por Hitler (a quien se ve en imágenes de archivo al principio de la película), la vida apacible de los mencionados personajes es amenazada por el fantasma de la guerra. Y la belleza incontestable y prístina de los parajes de la Alta Austria no será lo único que los espectadores tendrán para ver.

Durante la II Guerra, advierte otra leyenda al principio de la cinta, a todos los soldados austríacos llamados al servicio activo se les exigía jurar lealtad a su compatriota, el Führer. Y ahí empezaban los problemas de Jägerstätter.

Este devoto campesino católico fue el único de su pueblo en votar en contra de la medida de anexión (el Anschluss de 1938). Y no ocultó mayormente sus posiciones contrarias al nazismo. En 1940, fue reclutado por el Ejército y cumplió con un entrenamiento de unos seis meses. De vuelta en su pueblo, ignoró las cartas de conscripción que le fueron llegando. Contra todos los consejos recibidos, se afirmó como un objetor de conciencia: "Creo que Dios me pide que mi conciencia me guíe".

En marzo de 1943, Jägerstätter se presentó ante el Ejército y declaró que no combatiría, ofreciéndose como auxiliar médico. Estuvo dos meses preso en Linz, tras lo cual fue trasladado a Berlin-Tegel, donde fue sometido a juicio y condenado a muerte por sedición. El 9 de agosto de 1943 fue decapitado. Tenía 36 años.

En junio de 2007, el Papa Benedicto XVI autorizó su beatificación, que tuvo lugar en Linz. En la ceremonia participaron su viuda, de 94 años, y sus cuatro hijas.

El poeta-filósofo

Esta historia ya había sido objeto de un telefilme austríaco-germano (Der Fall Jägerstätter, 1971). Sin embargo, el interés de Malick la ha hecho reverberar más que esta u otras vías previas de difusión.

Ante todo, y fiel a su estilo, el cineasta formado en la filosofía, se anima nuevamente a formularse preguntas acerca del entorno natural, del ser humano que lo interviene y de la propia naturaleza humana. Todo en uno, reiterando ese sello inconfundible que define las películas de Malick, cualesquiera sean nuestros pareceres al respecto.

Acostumbrado a rodar cientos de horas en un marco de creciente improvisación, sus propios actores no saben muchas veces si aparecerán mucho, poco o nada en sus filmes. Pero en esta película el guionista y director parece haber amarrado sus caballos, apegándose más a un guión y filmando menos. Y el resultado ha dejado más contenta a una crítica que se dividió frente a filmes como To the wonder (2012) y Knight of cups (2015), en las que no pocos vieron la afirmación de ciertos clichés malickianos, así como de un cierto cine de arte y ensayo que solo les habla a los conversos.

En The Telegraph, por ejemplo, hablaron de una sombría epopeya espiritual que "reclama su lugar entre los logros más profundamente sentidos y sólidamente elaborados del director". En tanto, para Justin Chang, de Los Angeles Times, Malick, "un poeta-filósofo cristiano cuyos significados pueden ser frecuentemente vagos y elusivos", resulta "inhabitualmente directo", obrando "una denuncia contundente de las complicidades entre la Iglesia y el Estado".

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