Mi dolor, mi arte: cuatro polémicas historias perdidas en tiempos convulsos

las patitas
"Pajareras", de Héctor Margaritas.

En octubre, los artistas Rocío Hormazábal, Diego Argote, Zaida González y Héctor Margaritas llegaron hasta la galería Bech de Santiago con obras cargadas de violencia e intimidad: maltrato infantil, violencia contra la mujer, gordofobia, depresión y serofobia. Tras el 18-O, la galería cerró y ese pesar autobiográfico quedó a la deriva. Hasta ahora.


Hace ya bastante tiempo, en una época oscura de mi vida, una amiga me dijo: "Toma tu dolor y conviértelo en arte". Entonces, me compré un piano. Vivir una experiencia dolorosa es íntimo, compartirla con tus amigos es íntimo y publicarla en una galería de artes no tiene por qué dejar de serlo. Así lo entendieron Rocío Hormazabal, Diego Argote, Zaida González y Hector Margaritas, cuyas vidas se cruzaron en el año 2014 para llegar a formar "El 4D", un colectivo artístico en el que se invitan mutuamente a seguir esa filosofía: transformar el dolor en una expresión tangible.

https://culto.latercera.com/2018/11/26/zaida-gonzalez-autorretrato/

Así lo demostraron con su última puesta en escena que la Galería Bech albergó hasta el pasado 30 de enero. Sin embargo, y aunque usted no lo crea, todas estas obras de impactante perfil autobiográfico vieron la luz por apenas cinco días. "El año pasado postulamos para mostrar nuestras creaciones en este espacio de Banco Estado y ganamos. Inauguramos todo el 10 de octubre, pero luego llegó el estallido, entonces cerraron la galería y desde entonces no pudimos retirar nuestras instalaciones hasta ahora", comenta Zaida.

Hoy, los cuatro buscan un nuevo lugar y esto es lo que tienen para mostrar.

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"¿Cuánto aguanta un niño?", de Zaida González.[/caption]

¿Cuánto aguanta un niño?

"Él apareció en mi vida en julio de 2018 y estuvimos unos meses juntos", cuenta Zaida González autora de la exposición Cuánto aguanta un niño, nombre que recibe también una de las canciones del cantante Jorge González, quien es —además— la voz tras el aclamado himno feminista "Corazones rojos".

La persona que refiere Zaida, se llama Yamir. "Se metió en mi vida y en la de mis amigos, de a poco. Él es un tipo que usa capucha de lentejuelas, que se involucra en espacios feministas, que se jacta de ser anarquista y también activista por los derechos humanos. Empezamos a andar, pero al poco tiempo, se puso borderline", recuerda.

-Dame un ejemplo.

-A la segunda cita, él llevó su cepillo de dientes. Yo lo encontré chistoso, pero luego instaló un montón de objetos, incluso un cubrecamas. A mí me dio desconfianza, pero sentía que él era una persona que lo estaba pasando mal. Creí que él en realidad tenía muchas tristezas, muchas cosas en su cabeza y no era así.

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"¿Cuánto aguanta un niño?", de Zaida González.[/caption]

El revolucionario feminista, era según Zaida, como un niño. "Yo tengo 42 años, no tengo hijos, soy independiente, pago mis cuentas sola, me separé y seguí en mi casa manteniendo todo", detalla. Cuando llegó este hombre, él adoptó el rol de los hijos que no parió. "Pasaba todo el día en mi departamento, tomaba mi agua, ocupaba mi gas, comía mi comida, no aportaba y me llevó a estancar mis proyectos por él", explica.

Zaida intentó terminar muchas veces. La vida que estaba llevando le provocó enfermarse a tal punto que hasta los dientes le dolían. "Para el año nuevo se me hinchó la boca. Todo era producto del estrés. Estaba viviendo una situación demasiado violenta".

-Define "violenta".

-En una pelea, Yamir se quebró la mano pegándole a un mueble. Él se sentía orgulloso de haberlo hecho, me mostraba su mano como un trofeo, quería que todos vieran que se había quebrado la mano, que todos supieran que hubo violencia.

El sujeto rompió casi todo en el departamento de Zaida. Cada cosa que está mala le recuerda su rostro y la llena de impotencia. Rompió la chapa de la puerta, también la ducha, un equipo de música y hasta la bicicleta. Otro punto clave, fue la cámara de fotos.

"Él la rompió", dice Zaida. "Llevaba mi cámara a las marchas feministas y volvía con fotos de torsos desnudos de mujeres que iban a protestar. En paralelo, vi que en Instagram era muy activo comentando fotos de mujeres sensuales. Al final, entendí que sus propósitos para entrar a las protestas, eran otros y eso cambió mi percepción de los espacios. Ahora creo que no deben haber hombres en algo que es nuestro, porque nunca sabremos a quién tenemos enfrente".

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"¿Cuánto aguanta un niño?", de Zaida González.[/caption]

Zaida no podía contarle a su familia ni amigos, tampoco podía decirle al conserje de su edificio que no lo dejara subir.

-¿Por qué?

-Por vergüenza y miedo. Sentía que se iban a empezar a armar rumores, la gente iba a hablar de más. Aparte, este tipo se iba a meter a mi casa. Pateaba las puertas, se ponía a llorar afuera, yo sentía que no podía salir de mi propio departamento. Me angustiaba, me sentaba en un rincón de mi pieza y esperaba hasta que se fuera.

Pese a que Zaida sabe poner límites, con él era imposible. "Cuando lo terminaba me decía cosas como 'pucha, no tengo nada para comer, no tengo plata', etcétera. Yo le decía que viniera a mi casa, me daba pena, pero después entendí que era súper manipulador".

Toda esta relación tóxica, que jamás se oficializó como pololeo por la negativa de Zaida ante el compromiso con Yamir, derivó en una seguidilla de violencia física y sicológica. Con el tiempo y el ímpetu de ella por apartarlo, los gritos de él se transformaron en amenazas y cada paso de Zaida, fuera de su casa, se transformó en una zona de riesgo. "No podía andar en la calle sola, porque sentía que él iba a aparecer. A veces iba por una cerveza al bar de la esquina y tenía que volver rápido porque creía que iba a llegar".

Las cosas pasaron a mayores. "Yo tomaba zopiclona para dormir. Un día, él vino cuando ya me había tomado la pastilla y me compartió unas cervezas", recuerda. Esa fue una de las tantas veces que él intentó volver, pero ella se durmió. Al despertar, moretones y mordiscos predominaban en su cuerpo. "Me había golpeado porque se enteró de que yo había conocido a una mujer con la que salí e invité a quedarse en mi departamento".

-¿Cómo lo supo?

-Mientras yo dormía, él tomó mi celular. Puso mis dedos en el lector de huella, revisó mis chats y se encontró con la conversación que revelaba esa noche en mi departamento. Me dolía todo cuando desperté, pero él me negó que hubiese hecho algo mientras yo dormía. Cuando me vi, me tomé fotos y me di cuenta de las heridas que me había dejado en todos lados. El tipo me sacó la mierda, yo le dije que se tenía que ir, que por favor me dejara tranquila y él me decía que no podía irse. Yo le gritaba, le hice escándalo y él, nada. Entonces, lo eché y él empezó a hacerse cuentas falsas de Instagram y Facebook para amedrentarme. 'Voy a ir a tu casa ahora', decía. Yo le respondía que no, que desapareciera. Al principio respondía, pero luego sólo me dedicaba a bloquear sus inventos. Una vez, él cambió su chip con otro teléfono y me llegaron muchos mensajes de él diciendo que vendría por mí.

Tras el término definitivo de lo que nunca tuvo nombre. Zaida encontró un mensaje en la bandeja "otros", del chat de Facebook. El remitente era una mujer, su nombre era Juana y entregaba un mensaje que la dejó perpleja: "Ella estaba desesperada y me preguntaba cómo es posible que él se jacte de ser feminista; de que ahora borda, como las mujeres; de ser buen padre de sus otros dos hijos; de andar conmigo, poco menos luciendo que teníamos una relación, si con ella tuvo una hija que tiene dos años y tanto, y nunca quiso reconocerla. Es una mierda".

Con la información clara, Zaida lo encaró. Sin embargo, sólo recibió excusas y cinco palabras que la hicieron crear ¿Cuánto aguanta un niño?: "Yo no quería ser papá".

"Esta es primera vez que trabajo desde una temática tan puntual, porque fue en base a una experiencia propia. Él era una plasta y luego de hablar, viajé a Puerto Montt a conocer a Juana y su hija", explica Zaida, comenzando aquí su travesía por los orígenes de la exposición.

Al ver a Juana, le propuso participar en esta puesta en escena. Ella le contó cómo habían pasado las cosas cuando se negó a abortar y él la abandonó. Juana es profesora y su vida no ha sido fácil, justo en la época que se encontró con Yamir había fallecido su papá. "Me mostró el delantal de su hija, también sus documentos y vi que la niña no llevaba el apellido de este hombre. Me dejó ver varias cosas simbólicas que yo fotografíe e incorporé a la exposición como una manera de demostrar las marcas que deja el abandono de los padres en los niños".

Algunas paternidades, considera, son "absolutamente inútiles". En ¿Cuánto aguanta un niño? Zaida expone además las cartas de personas que fueron abandonadas por sus padres o también los relatos de quienes asumen haber abandonado a sus hijos. Además, deja evidencias de la importancia del autocuidado. Por último, una foto de un feto marca un punto de inflexión: "Se trata de la necesidad de aprender a abortar relaciones tóxicas".

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"Yo, fulminada", de Diego Argote.[/caption]

Yo, fulminada

Vivir con VIH SIDA es un desafío constante, desde la aceptación hasta los últimos días de tu vida. El tratamiento es la triterapia y "llega hasta una cierta edad", dice Diego Argote. "A los adultos mayores que viven con VIH SIDA no los tratan".

¿Si eso no es abandono, qué? —se pregunta. "Yo, en mi propia cuerpa, soy seropositiva", asume a la vez que relata cómo vivir esta experiencia ha sido abrir una puerta que te enfrenta a las injusticias de un sistema serofóbico fulminante. "Una fulminación es una herida penetrante, como un rayo que destroza algo o como fracturas que van ocurriendo. Los disparos, también, son fulminaciones que dejan marcas o huellas en el cuerpo. Yo, fulminada, por lo mismo, intenta demostrar eso, pero además es la continuación de un proyecto anterior (Yo híbrido) que graficaba mi vida en torno a la violencia escolar y el encuentro con mi identidad híbrida".

En el año 2014, cuenta Diego, ya sospechaba que era portador del virus. Sentado, con sus manos tomadas en medio de las piernas, hace memoria y se describe: "No era una época fácil para mí, mis emociones estaban densas e intensas, eso me llevó a que todo me diera lo mismo. Tenía comportamientos complejos, autodestructivos y una sexualidad descontrolada". Lo primero que notó fue que sus ganglios estaban inflamados, lo sentía cada vez que se tocaba el cuello y eso le generó dudas que no confirmó hasta octubre de 2015, cuando decidió hacerse los exámenes para saber la verdad tras los nuevos estímulos que comenzaba a sentir en su organismo.

"Entonces lo supe, pero no reaccioné. Me dio una angustia tremenda, un nerviosismo punzante. Mi gata, hoy fallecida, fue la primera que supo. Se lo dije en mi cama, en ese espacio íntimo, solitario, donde se puede llorar sin que nadie te interrumpa. A mi madre le escribí un par de cartas, pero aún no lo hemos conversado. Me cuesta decirle porque, además, ella trabaja en el área de la salud y tengo el rollo de que se va a sentir súper decepcionada cuando sepa. Con ella tenemos una conexión de amor y odio, tenemos muchas peleas. Aún así, la amo. En mi cabeza orbitan pensamientos que me llevan a la vergüenza, pero sé que no debería ser así", dice Diego.

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"Yo, fulminada", de Diego Argote.[/caption]

-¿Y si se entera por este artículo?

-Entonces tendré que decirle, pero dudo que lo lea, no se mete a leer en Internet. A mi abuela tampoco le quiero contar, no quiero que sepa porque ella vivió la época en que se veía morir a mucha gente por SIDA y se puede asustar. Las abuelas son muy emocionales y esto puede afectarle mucho. Si se enteran por este artículo, no me importa. Todo tiene que ver con el miedo que cargo, aunque de seguro llegará el momento en que se rompa ese terror porque ya no tengo tanto recelo como al principio. Si se enteran porque les llegó el comentario, tendré que enfrentarlo nomás, aunque sea complejo.

Tras los procedimientos de rigor que determinaron su actual condición médica, Diego dejó pasar todo 2016 sin controlar su salud. "Yo nunca me negué que tenía VIH, pero me costaba ir al médico o contarlo. Llegué a un nivel en que estuve a punto de pasar de VIH (Virus de inmunodeficiencia humana) a SIDA (Síndrome de inmunodeficiencia adquirida) y eso es grave. Estaba al límite, ya no me sentía bien y ahí me decidí a tomar la terapia antirretroviral que logra disminuir el progreso de la enfermedad, evita infecciones y complicaciones secundarias. Con el tiempo le conté a mis amigos más cercanos", recuerda.

Su recorrido por las consultas hospitalarias comenzó el 2017. Tocó las puertas de una fundación que se encarga de apoyar a personas con VIH SIDA y ahí le indicaron que una punción lumbar sería el primer estudio médico que debería enfrentar. "El doctor que me la hizo era gay, muy canónico. Estiloso, musculoso, delgado, etcétera. Cuando me vio no dejó pasar un minuto y me cuestionó agresivamente por mi peso. Me dijo, sin pudor, que si no me cuido me dará un infarto cerebrovascular. Fue violencia médica y serofóbica terrible, porque no hay algo peor que la homofobia proveniente de homosexuales. Ese día fue duro".

Siempre que se realiza este transitorio, pero delicado exámen, los pacientes deben descansar en un lugar plano por un par de horas. Diego, impotente ante la situación, enfrentó al médico y se fue de inmediato. "No lloré en ese momento, pero sí cuando salí", comenta aún enardecido por la indolencia. Este disparo fue, tal vez, una de las primeras fulminaciones tras enterarse de que ahora habita con VIH. El día siguiente terminó en urgencias.

Diego recibe su medicación mes a mes de manera gratuita, gracias al GES. Sin embargo, esta moneda tiene otra cara ya que si quisiera ingresar a una isapre, no podría hacerlo porque el sistema privado rechaza a las personas seropositivas. Al mismo tiempo, asegura que tampoco corren con suerte los inmigrantes indocumentados y cesantes: "Ellos no reciben medicinas porque los obligan a tener una previsión que los respalde". Esta segregación, detalla, "es sumamente violenta porque al negarles el tratamiento su carga viral aumenta y la única opción que tienen es comprar la triterapia que alcanza valores escandalosos en Chile. Un mes de tratamiento bordea los $600 mil".

-¿Qué es lo más difícil de vivir con VIH?

-Creo que lo primero es el miedo a contarlo, porque nunca faltan los que te cuestionan en momentos que tú no quieres que lo hagan. Hacen preguntas violentas y hostigantes como, por ejemplo, cómo te lo pegaste. La gente se esfuerza por hacerte sentir mal constantemente, te repiten una y otra vez "por qué no te cuidaste", pero lo cierto es que no hay porqué dar explicaciones. Luego viene la etapa de autocompasión. Ahí tú mismo empiezas a preguntarte por qué a ti y eso te tortura por un tiempo hasta que aprendes a decir, empoderadamente, que vives con VIH.

En gran parte, dice Diego, la falta de educación sexual es un gran problema. "En los colegios no se habla de esto. Los niños y niñas no saben que hay diferentes tipos de condones, por ejemplo, porque un condón para sexo anal es distinto al clásico y lo mismo pasa con los tipos de lubricante", explica.

Además, considera que mucha gente ha perdido el miedo a contraer el virus, personas que tienen relaciones sin protección y que, a su parecer, no hacen más que faltar el respeto a la memoria de quienes murieron a causa del SIDA en una época donde la religión y la política impedían el uso de estos artefactos. "Hombres, mujeres, travestis y transexuales, homosexuales y heterosexuales, no contaron con las mismas herramientas de cuidado personal que existen hoy y no ocupamos. Eso es un logro, un legado y, en este aspecto, es insólito que aún la extrema derecha se niegue al uso de los preservativos. Eso sumado a un ministro de salud incompetente, agrava el problema", menciona.

https://youtu.be/-q4jBRmyZ5w

-¿Por qué es necesario hablar de VIH?

-Porque sigue habiendo gente que le dice a sus hijos que "el sexo es realmente seguro cuando no se ejerce" y eso es totalmente erróneo. Es una falta de educación y una violencia tremenda que se transmite abiertamente a la sociedad, más cuando eres un personaje público. Es urgente que existan políticas públicas reales que se sumen a un trabajo en terreno, pero no solo sea en colegios, sino también en poblaciones, en sectores vulnerables y directamente con las dueñas de casa. Además, el país necesita que a través de un mensaje simple y potente las personas reconozcan que quienes vivimos con VIH SIDA tenemos una vida tan normal como cualquier otra; normal, dentro de lo posible. La educación es importante para terminar con ese estigma que aún perdura en la idiosincrasia.

-¿Cuál es la realidad de las mujeres que son dueñas de casa? ¿por qué el hincapié?

-Porque esas mujeres que viven solas o se dedican a cuidar a sus hijos mientras el macho de la casa sale a buscar solvencia económica, muchas veces no conocen otro cuerpo que no sea el de su marido. Por ende, dan todo por ellos, pero un día tienen relaciones con esos honorables esposos que son su única conexión sexual en el mundo y se llevan la sorpresa de que sus cuerpos empiezan a reaccionar. Van al doctor, se realizan exámenes de rutina y ahí se enteran de que viven con VIH. Sus maridos son infieles, las engañan con otras mujeres o con hombres y eso también habla de una compleja, dificultosa y reprimida aceptación de la propia identidad.

-¿Aún existen tabúes respecto al VIH?

-Sí, aún hay personas que piensan que el VIH SIDA sólo es propio de homosexuales, trabajadores sexuales o de "raros" como los denomina un porcentaje triste de dogmáticos heterosexuales. Todavía seguimos con la herencia cristiana que nubla la posibilidad de dejar atrás esa sexualidad culposa. La libertad sexual y la educación sexual son derechos que no se deben reprimir ni criticar.

A raíz de estas experiencias, Diego reflexiona: "Para crear Yo, fulminada fue necesario conectar la violencia que he sufrido con las personas que ya no están, pensando en el 'yo' como uno múltiple, cavilando en hombres, no binarios y mujeres que han muerto por SIDA. En esta obra muestro un vídeo guiada por mi voz donde aparecen angiografías oculares, pulmonares y coronarias de manera poética. Es una reflexión corpórea y sanguínea que se mezcla con fotografías del pabellón médico donde fui víctima de violencia. También incorporo tres rostros travestis de la marcha Candlelight, realizada en Santiago, en mayo 1996. Son rostros históricos con los que hago alusión a tres amores, que son mis amigas de este colectivo '4D' y un autorretrato radiográfico que uno a cuerpos de personas que ya no existen, pero que recuerdo con amor".

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Algunos rostros de su exposición retratan a personas mutiladas durante el estallido social. Diego lo considera un homenaje, pues en la calle "hay personas seropositivas que manifiestan su furia y acompañan su dolor".[/caption]

Una pequeña muestra de su arte, es la fusión de imágenes de exámenes de carga viral con ojos de personas que abrazan esta enfermedad, personas negativas que empatizan o personas que viven con VIH. "Quienes aparecen están a favor de pelear contra un sistema que, en el fondo, te abandona. Hay una triterapia, hay un tratamiento, pero tú te sigues sintiendo vulnerable porque el Estado no te acompaña, no te apoya, no apoya al más vulnerable. Te deja morir cuando envejeces, te usan mientras puedas ser útil, pero luego viene la soledad, te desechan y si no te cuidas bien: llega el SIDA".

El virus, explica Diego, muta cada vez que la persona decide no tratarse por opción o por no tener acceso al tratamiento. En estas circunstancias la salud empeora y entonces queda la muerte. No obstante, "lo peor no es vivir experimentando las mutaciones de la cepa, sino sufrir la fulminación sicológica para la cual no hay remedio más que el afecto de tu familia, amigos y amigas, para seguir luchando, por la dignidad".

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"Venusterio", de Rocío Hormazábal.[/caption]

Venusterio

"Llega un día en que te aburres de tener autocompasión, de llorar en los probadores del retail y de prohibirte usar la ropa que te gusta porque eres gorda", dice Rocío Hormazábal. Fotógrafa, modelo y amante de los vestidos coloridos, acota que sí, se dice "gorda, no 'gordita', porque el diminutivo es lastimoso".

Pese a su seguridad, hace unos años esta mujer era otra. Vestía buzos y ropa hippie, holgada. Trataba de ocultar su figura entre las telas oscuras, se privaba de mostrar su estilo y ha de ser, tal vez, porque las etiquetas que la sociedad interpone sobre cada persona se transforman en una genuina cárcel. Dañan, despiertan el pudor, la vergüenza y entregan los azotes de la discriminación, en especial, a personas que tienen por único "pecado" habitar un cuerpo robusto. De lo contrario, ¿cómo se explica que su entorno los cuestione constantemente?

Preguntas relacionadas a su alimentación, como "¿estás segura de que vas a comer eso?" o frases del tipo "si sigues así, nadie te va a querer", son ya parte de la extensa lista de de comentarios que Rocío ha debido escuchar desde que tenía ocho años. "Cuando era chica, una profesora de química me ofreció subir mis notas si adelgazaba y una tía me dijo que, por mi físico, jamás iba a encontrar el amor, 'si no adelgazas, nadie se va a fijar en ti'. Para ella, yo siempre iba a ser la 'gordita simpática' si no cambiaba".

Rocío es activista contra la gordofobia, que no es lo mismo que promover la obesidad, sino aprender a sentirse bien con cada defecto y virtud del cuerpo que dominamos, sin importar nuestra contextura.

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"Venusterio", de Rocío Hormazábal.[/caption]

-¿Por qué abanderas esta causa?

-Porque las gordas somos constantemente discriminadas. En Chile, ser flaco es sinónimo de éxito y a nosotras nos queda el fracaso. Una de las cosas más fuertes es tener que lidiar con la violencia que viene desde las propias mujeres porque esa es una violencia diferente, astuta, sigilosa. Una mujer, sabe perfecto qué decir para dañar a la otra, sabe perfecto, cómo, dónde y cuándo usar las palabras precisas para dañar el autoestima.

Sean honestos al responder esto, ¿alguna vez han visto, en Chile, una mujer gorda bañándose en bikini? La respuesta más frecuente puede que sea "no". Cuando una mujer gorda se baña en público, lo hace generalmente en short y polera. Al mismo tiempo se sienta en el agua para que esta llegue hasta su cuello. "Se esconden, tratan de que nadie las vea y es sabido que no ocurre lo mismo con los hombres, por eso mi énfasis es en nuestro género porque a los hombres rara vez los cuestionan o interpelan para que bajen de peso. A nosotras, en cambio, todos nos intentan adaptar al estándar canónico del deseo sexual masculino. Y, bueno, esto del bikini pasa con el resto de las prendas en todas las épocas del año, la diferencia es que cuando no te tapas la gente te cuestiona hasta porque hay niños y familias presentes".

-¿Cuál es la solución, entonces?

-Mira, ni siquiera hay sostenes bonitos y sexys para gordas, eso es algo básico que todas deberíamos tener, lo que hay en el mercado es siempre feo y fome. Yo promuevo, además de un cambio cultural, que revivamos a las modistas de barrio porque la culpa no es tuya, es de la prenda y del comercio porque venden cosas que incluso a los cuerpos delgados les sientan mal. Esto es porque no somos sujetos de revista y hay que entenderlo.

En el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, Rocío caminó en-bi-ki-ni desde Universidad Católica hasta el epicentro de las movilizaciones. Su traje de baño se lo trajo una amiga, desde Europa. Pese a la buena recepción de los manifestantes, en sus redes sociales no se ausentó el bullying.

"Yo siento que al país le conviene que estemos disconformes con nuestro cuerpo", sincera la fotógrafa. En este sentido, ejemplifica que la angustia sobre el aspecto físico desata una cadena de consumo: "Cuando te das cuenta de las dificultades que enfrentas por tu peso, vas y compras productos para adelgazar —en farmacias coludidas. Inviertes en nutricionista y alimentos saludables que a veces son más caros. Te mantienes bien ocupada gastando horas de tu tiempo en reflexionar sobre tu cuerpo y tras el ajetreo del día laboral, pagas además un gimnasio, en cuotas. De ahí sales agotada y luego pierdes más tiempo en llegar desde ese punto hasta tu casa. Una vez ahí, en tu refugio, terminas tan cansada que el círculo vicioso te quita hasta las ganas de cocinar lo que compraste".

-¿De qué forma te meten el dedo en la llaga?

-De todas las que puedas imaginar. La gente siempre va a necesitar ningunearte de cualquier manera para sentirse mejor consigo mismo. A algunas mujeres que son muy flacas les preguntan, de mala onda, si están en la pasta (si cayeron en las drogas). Es decir, siempre hay un motivo para herirnos.

-¿Qué es lo peor que te han dicho?

-En persona, rara vez pasa algo, pero a través de Internet el bullying es cobarde y viene desde personas reales y cuentas falsas. Hacen memes de mí y me etiquetan. A mí ya no me importa, pero esto sólo me demuestra cómo la gente ya no se queda conforme con opinar de la "chancha guatona" porque ahora quieren que las víctimas sepan lo que dicen de ellas. Antes me daba lata, hoy pienso que hay que dejar que los perros ladren porque si el activismo no pica, no contagia. Sin embargo, hay gente que sufre con estas cosas y ninguno de los que escriben esos comentarios se detiene un minuto a pensar en ese dolor sicológico.

Las gordas también aman. "Solicito venusterio, quiero tener intimidad con mi pareja", dicen algunas internas dentro de la Cárcel de Mujeres de San Joaquín. Así lo escuchó la artista visual en una de sus charlas de auto-aceptación al interior del recinto. "Las visitas conyugales son algo que pueden pedir tras demostrar una buena conducta y lo que quiero decir a través de este concepto es que nosotras mismas nos apresamos. El venusterio es tu derecho de amar, de sentirte bien y de abrirte a ser amada", explica.

Presas de nuestros propios prejuicios, cuenta Rocío, las mujeres nos hemos asignado una condena que naturalmente nadie nos atribuyó y se trata de complacer al resto. "Apagamos los colores de nuestra ropa. Ocultamos nuestras estrías. Compramos cremas para la celulitis. Nos preocupamos de los movimientos de nuestro cuerpo durante el sexo y un largo etcétera, inaudito, que generalmente hacemos pensando en satisfacer al hombre o a quien sea nuestra pareja sexual, además de a quienes se sienten con la libertad de opinar sobre nosotras".

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Autorretrato del amor de Rocío y Felipe.[/caption]

Las mujeres gordas tienen una vida sexual real, parejas reales y dramas reales. En su exposición, Rocío muestra su relación con Felipe, su pareja. En la pared coloca frascos con preservativos usados, rotulados con lo que hacían el día de cada encuentro amatorio, como una salida al cine, una maratón de series o cualquier otro panorama que hacen las personas normales, como tú, como ella, como yo.

En la composición artística se ven tres cajas de galletas. En una hay fotografías, en otra hay cartas, en otra golosinas y en otra sachets de preservativos. "Las gordas también somos deseadas y eso es lo que quiero demostrar. Además, hay dos fotos que son muy especiales. Una muestra a Felipe con su cabeza rapada y a mí con mi pelo tinturado verde. Como todas las parejas, en un minuto rompimos nuestra relación y eso nos llevó a experimentar estos cambios físicos. La gorda no sólo tiene derecho a tirar o tener una vida sexual, también tiene relaciones que no son idílicas, son reales, como todas y, por lo demás, también somos joteadas y aquí dejo evidencia".

-¿Por qué no incitas a las personas a adelgazar?

-Primero, porque no es mi tema y, segundo, porque pienso que hacerlo debe ser una opción personal y no una presión social. Conocí a una mujer a través de mi Instagram, que me dijo que había decidido adelgazar por amor. Sus hijos fueron diagnosticados con una discapacidad intelectual y ella pensó que necesitaba estar más hábil para atenderlos. Ese es un motivo potente porque proviene del amor y, el amor, también puede ser propio. Lo importante es que si te decides a bajar de peso sea por ti y no para darle el gusto al mundo.

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"Pajareras", de Héctor Margaritas.[/caption]

Pajareras

"¿Has oído el sonido de los pájaros en Puerto Varas? Está lleno de golondrinas, queltehues y un gran número de especies que retumban mis oídos", dice Héctor Margaritas, que reside en esa ciudad al sur de Chile. Los pájaros para él son más que aves. Su padre es mueblista y Margaritas —como lo llaman sus amigos— le pidió cuando tenía unos cinco o seis años que le fabricara una pajarera para que estas especies silvaran sus secretos en la puerta de su casa.

"Todas las noches esperaba que se llenara de pajaritos buscando refugio. Cuando yo despertaba mi papá ya estaba trabajando y yo corría a buscarlo a su taller para preguntarle si las aves nos habían visitado. Yo pesaba, pero a él no le importaba. Caminábamos juntos hasta la pajarera, me cargaba sobre sus hombros y me acercaba para que yo misma viera si habían entrado o no los pájaros. Siempre habían rastros de que sí, de que en la noche la habían usado", recuerda entre sonrisas.

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"Pajareras", de Héctor Margaritas.[/caption]

Un día que no recuerda, sacaron la instalación. Así como esos trozos de madera ubicados estratégicamente para atraer a las aves, su infancia también comenzó a desaparecer para dar paso a la adolescencia y el descubrimiento de su identidad. "A los 17 años empecé a salir del closet. Parto como escritora en ese entonces, empiezo a redactar lo que significaba este proceso para mí en una libretita que luego transcribí en hojas de Word. De esta forma empecé a mostrar mi activismo y en él el erotismo es fundamental. En mi trabajo performático hablo de mi culo, de la tensión sexual y también de lo que no es tan bueno, como vivir con depresión".

-¿Depresión?

-El año pasado empecé a sufrir esta enfermedad y comencé una terapia psicológica y psiquiátrica. En ese tiempo yo me había ido a vivir a Santiago y por los síntomas decidí volver a Puerto Varas. Estaba pasando por un lapsus maniaco-depresivo y no podía hacer nada por las pastillas. Ni siquiera podía trabajar, estaba destruida.

Como usualmente sucede con poetas y cronistas, el amor mueve las letras y el desamor las radicaliza. "Es ese desamor el que me lleva a escribir", explica. La patología de Margaritas queda en evidencia cuando se enamora de un poeta capitalino que radica en Berlín. "Lo conocí en Santiago, me enamoré, lo viví y lo sufrí cuando me dijo que debía volver a Alemania. Tras su partida, intensa y doliente, como un luto, se abrió el paso de mi derrumbe".

Desde ese día comenzó a correr el calendario hasta que unos meses después encontró escombros de su antigua pasión. "En el departamento donde vivía, encontré unas camisas que eran de él. Entonces comencé a escribir las cosas que él me decía y eso coincidió con la invitación de una amiga a participar en un festival de poesía dramatizada".

La escena que ocurre es la siguiente. Entrada la noche del encuentro artístico-literario, Margaritas escribe sobre las camisas de su ex pareja, luego las coloca sobre una antigua artesa metálica. Esas grandes fuentes donde las abuelas solían lavar ropa, fue el espacio simbólico que usó para refregar cada prenda sumergiéndolas en vino. Luego las colgó, las secó y las botó. "Siempre he hecho cosas a través de mis fragilidades y esta fue una de ellas".

-¿Cómo se vive una depresión?

-Yo me sumí mucho en las adicciones. Consumía alcohol a destajo y pastillas psiquiátricas que hasta ahí nadie me había recetado. Eso, sumado a los problemas de la cotidianidad como ser freelance y tener que pagar el arriendo, además de comer, vestirme y ojalá tener vida social, me hizo colapsar junto con cada recuerdo propio de la desolación que invade la cabeza cuando tu corazón se rompe de un momento a otro. Pensaba que si no seguía las cosas que me decía mi pareja y él me abandonaba, yo me iba a morir. Ahí me di cuenta de que estaba súper frágil y que frágil no es sinónimo de débil.

¿Que tiene que ver esto con las pajareras? Cuando retorna a su tierra natal, Margaritas encuentra dos cosas que lo llevaron a crear su obra: una cámara polaroid y el refugio para pájaros que su papá le construyó. "Entré en una pieza de la casa que ha sido una verdadera caja de Pandora para mí y despertó mi creatividad en medio de un prolongado tiempo sin sentir motivación".

Apenas la vio, lo primero que hizo fue correr hacia su padre, como al inicio de esta historia cuando te imaginaste a ese pequeño llegando a tomar la mano de su padre en el taller. "Cuando la vio nos emocionamos mucho, recordamos esos momentos en el que él, cansado, hacía un esfuerzo y me daba su atención con amor y gratitud".

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"Pajareras", de Héctor Margaritas.[/caption]

En esta puesta en escena su padre resulta clave. Cada pajarera que conforma la obra fue fabricada por sus manos y dentro de ellas hay fotografías que sólo pueden ser vistas cuando tomas una linterna y apuntas hacia su oscuro interior. "Él las fabricó, yo pinté la madera y las fotos que fueron tomadas con una polaroid nueva -porque la original estaba mala- demuestran lo más íntimo de vivir con depresión, con una patología diagnosticada y un tratamiento después de todo".

Los autorretratos de su cuerpo son acompañados por sus escritos. "Yo no sé si está bien lo que hago, pero intento hacer performances donde la gente sí pueda vislumbrar algo. Escribo trato de mostrar alguna fotografía o de pasar un video. En los cinco días que la gente pudo ver mi arte, algunos tenían miedo de romperla y no la tocaban, otros se entusiasmaban y alumbraban el interior de las oscuras pajareras con las linternas que estaban dispuestas para eso".

No obstante, crear la muestra artística no fue fácil. "Mis amigas me invitaron a participar, pero yo no sabía qué hacer porque en mi cabeza rondaban preguntas de autoboicot y nada más. Cuando estás en depresión no crees, no proyectas, no encuentras razón alguna para algo".

Lo primero que muestra Margaritas es su cuerpo desnudo, con un pañuelo en el cuello y el labio rasgado, "que ya indicaba una intención suicida". Seguido de ello muestra una foto que rompe con los estándares morales y revela otro ángulo de su anatomía donde deja ver sus genitales. "Eso es algo que se oculta, pero es parte de todos. Para mí mostrar mi cuerpo no es algo comercial. Vivo en androginia, tengo hormonas femeninas y eso me empodera a la vez que me hace sentir amor propio. Mi busto crece y así es como soy". Al final de las imágenes llega la parte más dura: "Hay fotos de mis pastillas. Eso me dolió mucho porque cuando partí con el tratamiento tenía que tomar más de las que tomo ahora, ya he bajado considerablemente la cantidad".

Los elementos visuales son acompañados con un texto. Un poema impreso en una hoja de oficio, un material sencillo que lo hace sentir un quiebre con la burocracia, con lo monetario y con lo estético. "La pajarera nace desde la sencillez, desde evidenciar un proceso borderline al que inconscientemente le bajas el perfil, pero no debe ser así. Además, también es una crítica al sistema público de salud mental".

La depresión, detalla, es un proceso largo, pero llevadero cuando tienes un diagnóstico que te revela por qué te comportas de una forma, por qué tus actos inmortalizan ese razonamiento y cómo atreverte a ocupar la materialidad hace posible que despegues nuevamente, como vuelan los pájaros.

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Cada una de estas obras conecta con un pesar autobiográfico que unidos son, a la vez, una muestra de las demandas colectivas ratificadas por el estallido social. Paradójicamente, el contexto nacional y la decisión de la Galería Bech de no abrir sus puertas fueron la causa de que hoy no haya lugar para "4D". La violencia contra la mujer, el abandono del sistema de salud público y hasta una crítica a la idiosincrasia, están hoy en tela de juicio, entre tantos otros temas, pero no así en las artes.

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