Pandemonio (nuestra parte de noche)

"Contagio es la película del momento. Es una cinta de género que se extravía un poco hacia el arte y lo fino, pero subvierte a todo y cree en su título: cualquiera puede caer, incluyendo las estrellas de cine".


No todo arte es capaz de hablar de su época. Y no todo arte quiere hacerse cargo. Se entiende por qué. A veces, enfrentar la época (que es otra manera de decir el ahora, ese apocalipsis del ahora) es demasiado. Un poco mucho, excesivo, poco estético. Falta distancia, y en el arte, se supone, todo se procesa vía filtros y distancia y...

Distancia (que no se me olvide volver a esto).

Cuando ciertos artesanos se dan de artistas (o mejor ciertos artistas se permiten sumergirse en el género) algo pasa. He evitado los cines, porque se agotaron las mascarillas y porque uno de los que me gustan lo quemaron y he aprovechado Netflix, torrents, ciertas nuevas plataformas, el cable cuando no estoy en casa y la televisión abierta que a veces brilla sin que lo sepa.

Vi Epidemia, de Wolfgang Petersen, antes de que él quisiera tener respeto con Dustin Hoffman y Morgan Freeman dudando si enfrentarse a un mono puede ser bueno para sus carreras (¡lo fue!, ¡lo fue!) y vi Contagio, de Soderbergh, que ahora, nueve años después, mejora, madura, revela, fascina y aterra y agarra más realismo, porque ahora parece filmada, en parte, en la calle. Contagio es la película del momento. Es una cinta de género que se extravía un poco hacia el arte y lo fino, pero subvierte a todo y cree en su título: cualquiera puede caer, incluyendo las estrellas de cine. Tom Hanks (es mejor ser náufrago que vecino, al parecer) no es parte del extraordinario elenco de Contagio, pero ahora, infectado, debe estar arrepentido, mientras Gwyneth Paltrow encarna cómo alguien bella (e infiel, ojo) puede convertirse en una "paciente cero". Contagio (que actualmente es la cinta más vista en el mundo) es el tipo de arte que necesitamos.

Nadie confió en el cine de catástrofe setentero.

Confiemos.

Quizás era arte-de-vanguardia que se adelantó a su época. Dicen que esto es el fin del mundo. Suena R.E.M. No creo. Pero es el comienzo del reinado de los géneros. Todo se ha vuelto B. El país, los discursos, la cobertura de la epidemia. De la pandemia.

Estamos en la era de la estética pandemónica que viene de pandemonio y sí: demonio es parte de la palabra que no significa una epidemia que no se puede parar, sino este vocablo se refiere a un paraje, lugar o sitio en que hay bastante ruido, sonido, tumulto, confusión, desorden o un caos; antiguamente se refería a un palacio o torre en el medio del infierno, o sea todo muy Game of Thrones y, ojo, que también puede ser una capital ficticia e irreal del reino infernal, conocido también como el paraíso perdido.

—Esto es bestial— me escribe A. desde España—.

Estamos en un toque de queda virtual, me acotan desde Madrid.

—Por suerte viví el primer derrumbe allá en octubre. Ustedes van a tener un programa doble, chaval.

La gente comienza a hablar como en una cinta B.

Esto es muy zombie, me dicen vía audio desde Génova.

—¿Qué podría ver? ¿Me recomiendas algo?

Todo es B y aquellos que leen las señales pagarán: basta mirar los cines vacíos, donde toser aterra más que los gritos de la pantalla. Yo soy leyenda parece el material de un corresponsal tratando de alargar su despacho. Algo claramente está extraviado o enviando señas curiosas o quizás son aquellos que desean escapar por los túneles bajo esa cárcel de alta seguridad llamada La Moneda. Ahora, Mañalich agarra el típico rol del secundario perdedor que de pronto se vuelve protagonista. Pixar estrena Unidos, lo que se lee como una desobediencia civil; Elizabeth Moss se transforma por fin en la estrella y el símbolo de esta era enfrentando el fin de semana del 8 de marzo a El hombre invisible (ojo, que el villano invisible es hétero); la nueva de terror se llama La presencia del mal, y una inspirada y honesta cinta de amor gay chilena llamada Los fuertes demuestra que los débiles son los que le temen al cambio.

Solamente el arte que se puede entender como metáfora y a la vez es muy literal es el que ahora triunfa y sobrevive. Parásito cada vez gana más espesura y ahora, además de social es acerca del miedo de los ricos al olor del resto y, por cierto, a sus microbios. Pero Parásito también parece vintage, porque no se hace cargo de que ahora los ricos (los que viajan, desde luego) pueden infectar al resto. El turismo, como lo predijo Hostel, puede ser sangriento.

En los tiempos del ahora-es-todo, lo clave es que todo ahora se trate de una sola cosa (y no solo estoy hablando de Chile) y todo debe ser binario. Eso en el mal arte brilla. Así se hacen los blockbusters: una idea, malos, salvarse. Acá (o en el ahora-es-todo) lo importante, dicen, es zafar, sobrevivir, calmarse, que el pánico no gane, que se mantengan la paz y el orden y ahora la salud (de pronto hay que proteger a la tercera edad) para que gane el héroe. Pero el público se ha vuelto traicionero: no siempre quiere que gane el héroe o que alguien gane.

El escenario en el que todos pierden, nadie se salva, es un género adorado y en extremo comercial. La nueva narrativa (la narración, la épica) insiste en que es bueno salvarnos (que se salve Chile, por cierto, que tiene la ventaja de haber enfrentado el derrumbe antes) y que lo haremos. Son en estos momentos (todos sabemos que este es uno de estos momentos) cuando más se necesita de un cierto tipo de arte (o de entretención o de productos ligados a lo narrativo) que roza lo torpe, lo excesivo, lo melodramático, lo histérico y, por cierto, lo masivo. Ahora que es -literalmente- peligroso ir al cine y cancelan recitales, festivales, obras y todo lo que es masivo es cuando más necesitamos de emociones (y consuelos) masivas.

Mantengamos distancia.

Distancia social.

Es hora de conectar y no podemos.

Esto suena muy Ingmar Bergman (adiós Max von Sydow, que al final va a ser recordado más por combatir el mal en El Exorcista o ser una encarnación de él en Flash Gordon), pero es más John Carpenter o Stephen King.

Debemos temer del otro.

Bolsonaro infectado no es cine B, es cine Zeta por lo obvio y por darle al público hambriento lo que quiere.

Hay que temerles a las emociones, al sexo, a los desconocidos, a interactuar. No estar tan cerca dejó de ser el protocolo de la élite (nada mejor que tratar de usted a la gente que temen para tomar distancia) para ser un tema de salud y de autocuidado, la nueva autoayuda que todos pregonan. Lo cierto es que, tal como una cinta B de rotativo, todos pueden ser los malos, infectar. Todos somos portadores y todos podemos infectar y ser infectados. Esta plaga (ya, ok, pandemia) no es solo acerca de ellos o los otros, sino de todos. No de los gays, no de los africanos, no de los pobres.

Todos.

Hay algo poético en esto, algo del que se hace mal arte o arte muy comercial y es lo que sostiene la tele mala y basura: la idea de que aquellos en que confiamos pueden infectarnos.

Es la base del terror.

Pero claro, es cierto: esto ya lo sabíamos.

Sabemos de distancia social.

Lo colectivo asusta.

Parece un invento facho, un llamado a la paz y la orden emitida por Dios o por el demonio, pero es parte del pandemonio: Chéjov tendrá que esperar y aquello que siempre se ha mirado en menos (Stephen King y compañía, Generación perdida con todos esos lost boys recorriendo la noche que arde, la canonización de lo zombie, la comprobación de lo monstruoso, el nuevo uso del término vampiro, el regreso de las momias, el remix de las cintas de romanos y vikingos, la necesidad de repensar los narcocorridos y las series salen de su iconografía) se ha vuelto el alcohol-gel nuestro de cada día. Es Nuestra parte de noche para citar a Mariana Enríquez y el libro del verano para los que se quedaron en la "zona cero". Quizás Mañalich tiene razón: estamos preparados para la pandemia. Claro: ya lo vivimos, ya lo llevamos viviendo qué rato. El miedo ya no asusta, cansa. Necesitamos quizás un nuevo director para esta saga sin presupuesto. Marzo ya no se aparece, se anuncia de a poco. Marzo es el inicio de la nueva temporada.

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