Patrice Bourdelais, historiador y demógrafo francés: “Todos los indicadores epidemiológicos estaban en rojo desde inicios del siglo XXI”
El investigador de epidemias y prácticas sanitarias, observa hoy “una ruptura histórica en el modo en que se venían manejando las epidemias desde el siglo XIX”, y llama a concentrarse en el control y el tratamiento.

“Una erradicación de las enfermedades infecciosas es simplemente inviable”. A mediados de marzo, el historiador y demógrafo francés Patrice Bourdelais (1949) publicaba una columna en Le Monde en la que hacía ver lo “ilusorio” del entusiasmo de antaño en cuanto a una progresiva e inevitable eliminación de patógenos altamente contagiosos.
No era nuevo ni oportunista, en su caso, preguntarse por qué deberíamos sorprendernos con la pandemia de Covid-19, que como todas obedece a “la competencia entre los humanos y los otros elementos del mundo viviente que tratan también de multiplicarse”. Seis años antes, en un artículo para la revista Extrême-Orient, Extrême-Occident, planteaba que otra pandemia es “siempre posible y, deberíamos decir, esperada”. Ahora que estamos en eso, el director de estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess) de París, autor de libros sobre epidemias, prácticas sanitarias y otros, guarda cuarentena.

¿Qué hay de nuevo en este caso? Por de pronto, la inclusión de variables que hoy no son vistas como antes, partiendo por la vida humana: aunque los muertos de hoy no son tantos como los de episodios anteriores, “nuestra sensibilidad respecto de la muerte ha cambiado. Hoy se aprecia más el valor de la vida, ¡y no nos vamos a quejar por eso!”.
La crisis del Covid-19 bien podría ser olvidada en algunos años, hasta que llegue la siguiente, plantea. Eso sí, “la sucesión de epidemias nuevas desde los años 2000 (SARS, gripe aviar, H1N1, MERS, Ébola, Covid-19) debería llevarnos a pensar en nuevos comportamientos y en nuevos modos de concebir el crecimiento”.
Y acá se pregunta si la humanidad es consciente de la aceleración de los episodios epidémicos, o se tranquilizará con el descubrimiento de vacunas. Lo que se ha visto es el confinamiento de miles de millones en todo el mundo, que en sus palabras constituye “una ruptura histórica en el modo en que se venían manejando las epidemias desde el siglo XIX”.
Esto nos retrotrae a 1860, cuando se creó el English system que puso fin a más de cuatro siglos de “control a la italiana”. Tras la peste negra (1347-49), las grandes ciudades de la península crearon dispositivos combinados (cuarentenas, lazaretos, cordones sanitarios militares) que “estuvieron vigentes en Europa Occidental hasta el primer tercio del siglo XIX, cuando el cólera reveló su ineficacia y evidenció las dificultades producidas por su aplicación (interrupción de intercambios comerciales, revueltas contra cordones sanitarios en Austria-Hungría)”.
El sistema inglés, explica Bourdelais, permitió “suavizar los controles”. Se hacía una visita médica a los barcos que llegaban: los enfermos eran dirigidos a los fever hospitals y los indemnes debían dar una dirección donde su salud sería controlada por una semana. Este sistema de identificación de casos individuales y de clusters, “permitió manejar todas las pandemias, desde 1870 hasta 2019”.
¿No quedó ahora más remedio que cambiar de sistema?
La cuidada puesta en escena de las medidas tomadas en Wuhan, dio a entender que se trataba de una epidemia muy contagiosa y muy extendida. Pero el número de muertos que se anunció en Wuhan, llevó a pensar que la letalidad no era muy elevada -alrededor del 2,5%-, mientras los casos asintomáticos no figuraban. La violencia de la mortalidad que se abatió sobre Italia (con una letalidad del 13%) sorprendió, entonces, a todos los responsables políticos, que se reencontraron con sus raíces históricas de control de las pestes y siguieron el ejemplo que los chinos exhibieron cuidadosamente al mundo. Cuando Boris Johnson se vio tentado a mantener el sistema inglés, ya no se trataba de una epidemia pequeña.
En 2014, usted observaba la falta de control respecto de la cantidad planetaria de desplazamientos…
Uno puede preguntarse si, en el caso de una epidemia grave, el English system es compatible con la cuantía de los desplazamientos visto a principios del siglo XXI. Entre 2006 y 2018, el número de pasajeros aéreos se ha duplicado, con 4.300 millones de viajeros hace tres años.
Un nuevo modelo, quizá
“Todos los indicadores epidemiológicos estaban en rojo desde inicios del siglo XXI, a causa de la velocidad del transporte aéreo y del crecimiento del número de pasajeros, masas que es imposible o muy difícil de controlar cuando llegan a destino”, observa hoy el investigador francés.
El nuevo modo de control, conjetura, “quizá siga el camino trazado por Corea del Sur: el uso de tecnologías modernas para testear a las personas enfermas y de smartphones para que cada quien sepa si se está acercando a personas contagiosas. Se trata de un mundo distinto, que da poca importancia a los datos personales. Sin embargo, frente a un peligro epidémico serio, es probable que muchos ciudadanos, entre ellos los europeos, acepten voluntariamente recurrir a esas tecnologías. Tal vez nos estemos moviendo hacia un nuevo modelo de control de las epidemias”.
¿Qué pensaba del futuro hace seis años, cuando escribió su artículo El regreso de los antiguos dispositivos de protección en la gestión política de las epidemias?
Pensaba en lo que hoy se sabe de las lógicas de la vida, de la creación natural de nuevos virus por recombinación. Se trata de una creación permanente que en general pasa al ser humano cuando consume carne mal cocida, por nuevos contactos entre hombres y animales por la deforestación, o al multiplicarse los mosquitos por el calentamiento global.
También tenía presente la fe en el progreso científico que tuvieron los médicos y que alcanzó su apogeo en los años 70. Su programa oficial, y el de la OMS, era erradicar, una a una, las enfermedades contagiosas, y no dudaban lograrlo con drogas y vacunas. Ese optimismo se vio quebrantado al advertirse que la mortalidad por enfermedades infecciosas volvía a aumentar en los hospitales, por la resistencia de ciertas bacterias a los antibióticos, y las nuevas dificultades de enfermedades reemergentes.
Mi idea era subrayar que había que volver a las dinámicas de los seres vivos -a las mutaciones de los virus- y a objetivos más razonables: el control y el tratamiento. Y no he cambiado de opinión.
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