Culto

Éric Lartigau, cineasta francés: “Me gusta la idea de las películas para todo público”

El estreno de #TeSigo, acerca de un chef francés que viaja a Corea del Sur para conocer a una amiga virtual, trae de vuelta a las pantallas locales al realizador de La familia Bélier (2014), quien conversó con La Tercera.

Alain Chabat (izq.) y Bae Doona, en un fotograma de #TeSigo, de Éric Lartigau. FOTO: Gentileza de BF Distribution.

Stéphane Lucas (Alain Chabat) es un chef francés del país vasco. Un tipo más bien simpático y hasta querible, con dos hijos ya adultos y una exesposa que es también colega. Y aunque no busca un giro radical en su vida, ha encontrado sin embargo vía Instagram ese pequeño escalofrío con el que muchos sueñan. Intercambiando fotos de paisajes y de pinturas con una mujer surcoreana más joven, se siente “enganchado” con ella y, sin certeza de que el enganche sea mutuo, decide volar a Seúl con la esperanza de conocerla. Tras su llegada al aeropuerto, se le abre un mundo insospechado.

Cierta alegoría contemporánea se cuela en el metraje de #TeSigo (2019), de Éric Lartigau, película que él mismo ha definido como una “comedia romántica solitaria” y que puede también ser vista como un relato iniciático con fondo de redes sociales. El filme, que acaba de llegar a las salas online de Cinemark y Cinepolis (cinemark.cl/cineonline), es el primero del realizador francés desde La familia Bélier, dramedia que en 2014 se convirtió en insospechado hit internacional, al punto que logró algo que no pudieron sus cintas anteriores, entre ellas comedias como Prête-moi ta main (2006, protagonizada también por Chabat) y el thriller L’homme qui voulait vivre sa vie (2010): llegar a la pantalla grande en países como Chile.

Según informa allocine.fr, el guión de #TeSigo (en francés, #Jesuislà, algo así como “#EstoyAcá” o “#YaLlegué”) nació de un artículo acerca del cual le habló su productor: la historia de un ciudadano sueco que viajó a China para casarse con una mujer que conoció en Internet. Y la primera pregunta a Lartigau, vía Zoom entre Santiago y París, va por ese lado.

¿Qué tan importantes son para usted las historias reales a las hora de construir sus ficciones?

En realidad, no tienen por qué ser historias reales, aunque tengo cada vez más la sensación de que, salvo mis dos primeras películas, que eran pura comedia deschavetada, todas las historias que he contado pueden haber existido ya. En todo hay una parte de ficción, efectivamente, pero artículos como el que usted menciona... hay por miles cada día en todos los países. Anécdotas completamente increíbles. Lo que me gusta es la idea original, sea cierta o no: puede venir de un libro, o de cinco líneas de un periódico, o de algo que has vivido, de algo que te has encontrado en la calle.

El protagonista de #TeSigo es alguien con quien no cuesta identificarse. Sin embargo, su debilidad por el celular, por las redes sociales, por los hashtags, empieza a hacer de él un tipo molesto, no obstante hace exactamente lo mismo que hacen millones de personas en el mundo. ¿Qué quería mostrar?

Lo que tienen de droga las redes sociales. Veo a mi alrededor gente que se pasa el día en sus pantallas. Incluso cuando están trabajando, su Instagram está encendido todo el tiempo en sus celulares. Es increíble. Hay una especie de locura en la que siempre hay que ver la actualidad, o la inactualidad, que a menudo son efímeras. Eso es lo que me interesaba: esa especie de túnel en el que la gente se adentra, esa especie de ascenso vertiginoso y totalmente desproporcionado. Hay gente construyendo sus vidas en torno a eso. Ahora, en Instagram me he encontrado con artistas, como un pintor japonés, por ejemplo, que hacen cosas muy interesantes. Esto es algo que puede ser muy nutritivo, pero también toatlmente esquizofrénico. Nos podemos volver locos.

¿Cree que el público ha entendido este mensaje?

No lo sé, aunque espero que sí. En todo caso, la gente joven con la que he conversado sobre la película me dice que reconoce los códigos.

Éric Lartigau (al centro), durante el rodaje de #TeSigo. FOTO: Gentileza de BF Distribution.

Ud. parece sentirse cómodo en la comedia y en el thriller. ¿Cómo trata la noción de género?

Tengo ahora, por ejemplo, dos películas en proceso de escritura. Una de ellas es un filme social sobre sobre dos niñas que ven la parte sombría de los adultos, donde lo que me interesa es el descubrimiento de la preadolescencia. Es una adaptación de un cómic japonés. La otra es una comedia totalmente zafada, una idea que me vino a la cabeza no sé cómo. Son las ganas las que me aportan los temas.

Tal vez no haya muchas comedias entre las películas francesas “de autor” (más personales, quizá un poco más lentas), pero las hay. ¿No podrían entrar en esa categoría gente como Denis Podalydès, Noémie Lvovsky, Emmanuel Mouret, o usted mismo?

El punto de la comedia es el ritmo. Si rompes ese ritmo... puedes perder una risa por un cuarto de segundo. O agregas un cuarto de segundo, y es menos divertido. No sé por qué. Muchos directores con los que hablo de esto me dicen que en la comedia se corren muchos riesgos, que es muy difícil hacer reír a la gente, que por qué lo hago. Yo lo hago porque me gustan todos los géneros: me gusta hacer reír a la gente, me gusta la idea de la película para todo público, que le hable a mucha gente, jóvenes y mayores, me gusta cuando las capas generacionales se ven superadas. Ahora, hay tipos de humor que no me gustan: no me gusta el cinismo ni las cosas retorcidas. Sólo me concentro, de hecho, en un determinado tipo de comedia.

“Morir es fácil, hacer comedia es difícil”, decía Billy Wilder. Imagino que usted estaría de acuerdo.

Sí, sí, sí (ríe).

Al ver una película francesa ocuparse de los sentimientos de sus personajes, no cuesta pensar en Renoir, Sautet, Truffaut. ¿Ve una tradición francesa a este respecto, o no es algo que tenga que ver con la nacionalidad?

No conozco mucho el cine chileno, pero me da la impresión de que cada país tiene su propia forma de expresarse. Siempre ha sido variado en Francia, con distintos estilos y con genios como Sautet o Renoir. Es de esta diversidad que aprendo con cada nueva película. Tenemos esta necesidad de diversidad, me parece, y es ahí donde nos encontramos. Me fascina Claude Sautet (Las cosas de la vida), es mi director favorito. Junto a Bertrand Blier (Demasiado bella para mí), son muy importantes para mí. Y hoy están surgiendo nuevos talentos, con nuevas formas de rodar, así que es un placer. Y va a ser aún más variado.

Desde hace ya buen rato que las series de Netflix y otras plataformas resultan muy atractivas para los cineastas. ¿Cómo ve este escenario? ¿Qué cree que podría pasar con el largometraje como formato?

Netflix saca muchos largometrajes con un gran número de realizadores que lanzan sus películas directamente en la plataforma. ¿Qué va a pasar con este formato?. No lo sé. Aspiro a que vuelva la curiosidad de la sala de cine. Hay una necesidad de encontrarse entre extraños en una sala para descubrir una historia, una propuesta. Hoy vemos cosas diferentes, y el sistema de las series ha cambiado mucho las cosas. Y es apasionante. Breaking bad puede ser resumida en una película de dos horas y media, pero la presentaron en cinco temporadas.

¿Le han propuesto trabajar en una serie?

Sí. Me hicieron una propuesta, pero la rechacé porque estaba trabajando en un largometraje.

¿Cómo explica la popularidad de su anterior película, La familia Bélier, y la conexión que tuvo con públicos muy diferentes?

Tuvo un gran éxito en países como Colombia. No sé por qué (risas). No sé qué pasó (más risas). Tengo la impresión de que, a pesar de todo, existía esa fuerza motriz de la protagonista, una adolescente que va a florecer, que se va a abrir al mundo gracias a su voz mientras vive con su familia de sordos. Claude Lelouch (Un hombre y una mujer) me dijo que la película debería recibir reembolso de la Seguridad Social. Que nos hace bien. Tengo la impresión de que hubo algo natural, fresco, que llegó en el momento adecuado. Pero el éxito siempre es raro.

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