Charles Baudelaire: una nube maligna que lo muestra todo

A 200 años de su natalicio, en Culto analizamos la figura de uno de los poetas franceses más trascendentales. Influyente en nombres como Roberto Bolaño, Baudelaire dejó una obra marcada por Las flores del mal –por el cual debió comparecer ante la justicia–, pero también por ensayos en prosa que dan cuenta de una intimidad y una manera de ver el mundo. Dos poetas nacionales se refieren a su figura y su literatura.


En una carta que le envió a la crítica literaria Soledad Bianchi en 1993, desde su residencia en Gerona, Roberto Bolaño comparó a diversos nombres de la poesía chilena con personajes del lejano oeste, con un análisis hilarante. Sin embargo, finalizó su carta haciendo una comparación de sí mismo.

“Y cuál es mi papel?, te preguntarás, como BAUDELAIRE [sic], yo soy una nube, una nube delgada, afilada que pasa por la gran pradera. O bien una lagartija que toma sol en el tejado del salón. O el chino de la lavandería china”.

Que el poeta Charles Baudelaire haya sido parte del imaginario de Bolaño da cuenta de la importancia que el francés tiene en la poesía mundial. Este 9 de abril se cumplen 200 años desde que vino al mundo, en París, en 1821.

A los seis años sufrió un duro golpe: la muerte de su padre, en 1827. Su madre Caroline –según cuenta Marta Nieto Muñoz en El malditismo de baudelaire y su influencia en las traducciones al español de les fleurs du mal– debió internarse en un sanatorio debido a tal pérdida. Pero salió adelante y al año siguiente volvió a casarse, esta vez, con un militar, con el que Baudelaire nunca tuvo buena relación.

El joven Baudelaire, compelido por su padrastro, ingresó a estudiar Derecho, pero su interés estaba en la literatura. Desde ahí empieza a crear sus primeros poemas. Tiempo después, acaso para que “sentara cabeza”, su familia lo envió de viaje a Calcuta, India. No alcanzó a llegar y se devolvió a Francia decidido a dedicarse a su pasión.

El Salón de 1845 se llamó la primera obra que publicó, justo en ese año. No era poesía, sino una especie de ensayo donde hacía crítica de arte. En eso se nota la influencia de su padre, quien fue un pintor aficionado. Al año siguiente, repitió el ejercicio y publicó Salón de 1846, influenciado por su amistad con el pintor Eugene Delacroix, el mismo del cuadro La libertad guiando al pueblo.

Para el español Javier Pérez-Segura, estos ensayos destacan por algo esencual: “Ya tiene perfecta y casi monolíticamente definida su idea de belleza y de arte. La obra es la naturaleza reflejada, recordada y subjetivizada por el individuo; su destino no puede ser la mímesis sino la belleza, su búsqueda obsesiva”, explica en su artículo Nuevas imaginerías del arte: el juguete como escultura moderna. Esa búsqueda de la belleza marcaría su carrera.

Poeta maldito y Las flores del mal

Charles Baudelaire suele ser encasillado en la categoría de los “poetas malditos” franceses de mediados del siglo XIX (aunque se suele incluir también a Edgar Allan Poe, estadounidense). Curiosamente, el mote no lo inventó él. Fue el poeta Paul Verlaine, quien en 1884 publicó un volumen de ensayos titulado justamente Los poetas malditos, donde hablaba de vates de mediados del XIX contemporáneos a Baudelaire. Menciona a gente que conoció: Tristán Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore (la única mujer), Auguste Villiers de L’Isle-Adam, y a él mismo.

¿Y a Baudelaire? Solo fue el inspirador del título, pues Verlaine se basó en su poema Bendición, que abre Las flores del mal. En él, Baudelaire escribe únicamente dos veces algo relacionado con maldecir: “¡Maldita sea la noche de placeres efímeros!” y “yo haré rebotar tu odio que me agobia. Sobre el instrumento maldito de tus perversidades”.

Maldito más, maldito menos, para el editor y poeta chileno Guido Arroyo (35), lo rescatable de Baudelaire como figura pública es su posición contra los estándares sociales de su tiempo. “Siento que si bien se ha encasillado su biografía dentro de la figura del poeta maldito, o del sujeto bohemio, hay una búsqueda vital que él realizó. Hay mucho de poner en obra esas posturas y dar cuenta de esos espacios que él frecuentaba rompiendo la lógica moralista de la época”, explica a Culto.

Guido Arroyo

Esa pulsión por ir en contra de lo establecido la dio cuenta en su clásico poemario Las flores del mal (1857), donde le dio una vuelta al concepto de belleza. Habla de marineros cazando albatros, gitanos, la carroña de la que se alimentan las aves, mendigas, ciegos, el vino, además de otros tópicos como la muerte, o la religión, reinterpretada de manera bastante crítica.

“En general –señala Arroyo–, los espacios que habitan las personas que están fuera de un sistema o de una normatividad cultural, educacional, las sociedades tienden a esconderlos. En el mismo Santiago de Chile, la sociedad esconde el loquero, el cementerio, los deja del otro lado del Mapocho invisibilizándolos. Lo que hace Baudelaire en Las flores del mal, es yuxtaponer esas imágenes para visualizar en esos espacios, belleza. Visualizar en lo nauseabundo, lo oscuro, espacios lúgubres para la sociedad, algo que era moralmente agradable, bello. Por eso siento que es un autor tan revolucionario”.

El libro salió a las calles el 21 de junio. Meses después, el 20 de agosto, Baudelaire debió ir a comparecer ante la justicia, que lo acusaba por ofensas a la moral pública debido al texto. Eran los primeros años del Segundo Imperio francés, con Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III, a la cabeza, y su sello era autoritario. Los ecos de la revolución de 1848 aún se escuchaban en el aire, y el sobrino de Napoleón I ofrecía una cierta garantía de estabilidad para quienes le apoyaban.

“A la gran mayoría de los franceses, Napoleón III les ofreció lo que estaban buscando y ellos lo apoyaron durante dos décadas. Su autoridad significaba una garantía para la propiedad y la riqueza, una seguridad política y económica basada en la ley y el orden”, explica el historiador J.A.S. Grenville en su libro La europa remodelada 1848-1878 (Editorial Siglo XXI).

Napoleón III, emperador de los franceses.

En ese contexto de una Francia que esperaba “ley y orden”, fue que el procurador Ernest Pinard formalizó a Baudelaire por su responsabilidad objetiva en transgredir la moral.

“Su principio consiste en pintarlo todo, en ponerlo todo al desnudo. Baudelaire escudriñará la naturaleza humana en sus pliegues más íntimos, utilizando, para hacerla visible, tonos vigorosos y penetrantes, exagerando sobre todo en su lado repugnante, aumentándola desmesuradamente, con el fin de crear la impresión y la sensación en el lector”, dijo Pinard en el juicio.

Esa idea de “mostrarlo todo” fue la que guió a Baudelaire al momento de escribir el libro. Tiempo después, escribió un artículo llamado Les drames y les romans honnêtes, donde se refirió al tema y defendió la idea de “mostrarlo todo”.

“El vicio es seductor, hay que pintarlo seductor; que este trae consigo enfermedades y dolores morales singulares, hay que describirlos. Estudien todas las heridas como un médico que hace su servicio en un hospital, y la escuela del buen sentido, la escuela exclusivamente moral, no encontrará de dónde agarrarse”.

Arroyo agrega: “Pinard se preguntaba justamente por los desbordes de Baudelaire, y en esa postura radica algo muy fuerte”.

Por su lado, la poeta nacional Rosabetty Muñoz (60) explicita la relación que tiene con el clásico de Baudelaire. “No sé si decir que me gusta o me gustaba. La relación con el libro tiene más que ver con algunos encuentros definitivos en la vida que no son agradables, tal vez, pero sí son inevitables y necesarios. Es fascinante lo que construyó Baudelaire con las palabras y – guardando las debidas proporciones – siento que esa búsqueda de sentido en distintos planos de la experiencia humana es también mi motor”.

Finalmente, el tribunal condenó a Baudelaire a una multa de trescientos francos y ordenó la supresión de seis de los poemas del volumen: Las joyas, El Leteo, A la que es demasiado alegre, Mujeres condenadas, Lesbos y Las metamorfosis del vampiro. Hoy, se pueden encontrar en cualquier edición del poemario.

Una cosa personal

Fue en su natal Chiloé donde Rosabetty Muñoz se topó con la poesía francesa del XIX; ahí se encontró con Baudelaire, aunque su punto de inicio fue otro. “Muy joven, empecé (como muchos, pienso) con Rimbaud y su lírica rebelde, terminal y fogosa. Desde ahí, como en una corriente fuerte que arrastra piedras, ramas y hace remolinos, seguí a Verlaine, Baudelaire. Entre los demás poetas hablábamos de los poetas malditos con esa necesaria sensación de ingresar a mundos prohibidos y ocultos que ellos develaban”.

¿Qué cosas de la poesía de Baudelaire le atrajeron a la autora de Ligia? Haciéndose un tiempo entre su campaña como candidata a la Convención Constituyente por el distrito 26 (Puerto Montt, Chiloé, Palena) apoyada por el Partido Liberal, responde a Culto.

“La entrada a un territorio lejano para mí, criada como católica practicante con una fuerte conciencia del deber y el pecado. Todo ese lenguaje que exalta el goce de los sentidos y que se interna en las profundidades del ser humano sin escamotear la perversión, el dolor, la podredumbre ha servido como espejo para nombrar desde estos lugares también buscando respuestas en la complejidad de quienes somos”.

Rosabetty Muñoz.

Por supuesto, toda actividad creativa suele alimentarse de lo que vino antes. Muñoz desarrolló ese gusto por la poesía de los franceses en un poema que tituló A Rimbaud, y que se encuentra en el volumen compilatorio Misión circular (Lumen, 2020). Pero reconoce que de Baudelaire también ha tomado elementos para su poesía.

“Lo primero es decir que esas lecturas tempranas son definitivas en mi poesía; cuesta identificar qué elementos vienen de dónde, más bien se va formando un sedimento en el que se escarba y revuelve con la propia vida –dice Rosabetty–. Pero reconozco que versos como ‘Yo sé que el dolor es la nobleza única’ aparecen como iluminaciones en varios sectores de mi poesía; el uso de imágenes aparentemente triviales, de la vida cotidiana es también un recurso que reconozco”.

La autora de Técnicas para cegar a los peces agrega: “También por ausencia, respondiendo ¿no? Con el alejamiento de su sentido del tedio por la vida, de cómo buscó forzar movimiento en la repetición –aparentemente– sin sentido de los actos y el tiempo”.

Rosabetty Muñoz no es la única poeta que reconoce el influjo de Baudelaire. Uno que siempre lo hizo, aunque devino en narrador, fue Roberto Bolaño. Más allá de su correspondencia privada, en su obra siempre destacó al vate parisino.

En su ensayo Literatura + enfermedad = enfermedad (incluido en El gaucho insufrible), Bolaño señala: “La poesía francesa, como bien saben los franceses, es la más alta poesía del siglo XIX…esa gran poesía fue escrita por un puñado de poetas y su punto de partida no es Lamartine, ni Hugo, ni Nerval, sino Baudelaire. Digamos que se inicia con Baudelaire, adquiere su máxima expresión con Lautréamont y Rimbaud, y finaliza con Mallarmé”.

Y no se quedó solo en el enunciado. En el mismo ensayo toma el poema El viaje incluido en Las flores del mal bajo el cual desarrolló una particular tesis. A partir del verso “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”, el autor de Los detectives salvajes plantea una singular salida para lo que él llama “la enfermedad del hombre moderno”: el aburrimiento.

“Para salir del aburrimiento, para escapar del punto muerto, lo único que tenemos a mano, y no tan a mano, también en esto hay que esforzarse, es el mal. O vivimos como zombis, como esclavos alimentados con soma, o nos convertimos en esclavizadores, en seres malignos”.

Años después, “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento” quedaría como epígrafe de su monumental novela póstuma 2666.

Poeta en prosa

Pero Baudelaire no solo vivió de la poesía. También fue ensayista y tuvo publicaciones de poesía en prosa, como El spleen de París (1862, disponible en Chile vía LOM ). Guido Arroyo lo sabe bien, pues en su editorial Alquimia Ediciones publicó El poema del hachís, un libro híbrido donde mezcla ensayo y poesía. Con la particularidad de que está escrito en prosa.

“Creo que es un excelente ensayista y un autor en prosa íntima, tanto en diario de vida como en prosa reflexiva. Escribió diversos ensayos que son revolucionarios hasta el día de hoy. Por ejemplo, El poema del hachís es un texto que hasta hoy se puede leer no solamente como un manual o una reflexión en torno al origen de una variante del consumo de la cannabis, sino una reflexión en torno a la naturalización de ciertas prácticas del consumo muy serias. No desde un snobismo o una postura más adolescente”, dice el valdiviano.

En esta dimensión, Arroyo rescata otros textos de Baudelaire en esta misma línea. Mi corazón al desnudo y otros escritos íntimos (disponible vía Ediciones UDP) y sobre todo Años en Bruselas. “Son textos que bordean el aforismo, que bordean las reflexiones más poéticas, que tienen mucho de biografía, pero tienen también una intimidad”, señala.

Años en Bruselas fue escrito durante la última etapa de vida de Baudelaire cuando residió en Bélgica. Ahí sufrió problemas económicos y enfermó. Es uno de los favoritos del autor de La poesía chilena no existe. “Es un diario que él compone en sus últimos años en Bélgica, donde la pasa pésimo, termina sufriendo cierto anonimato, hubo cierta cultura que le era ajena y que no lo tomaba en cuenta. Me parece que ese costado de Baudelaire es también súper luminoso”, explica.

Además, Baudelaire también tuvo un lado importante como traductor, y dio a conocer en Europa a un autor entonces desconocido: Edgar Allan Poe. “Como señala Alan Pauls, fue un traductor crucial de Edgar Allan Poe, gracias a él, Poe no terminó como un opúsculo de la literatura”, señala Arroyo.

¿Cómo analizar el legado de Baudelaire? Rosabetty Muñoz lo pone como un punto de referencia obligado para quienes se interesen en la poesía. “Es fundamental la lectura de Las flores del mal para cualquier poeta que se inicia en la escritura y, más aún, debiera serlo para los jóvenes en general, en tanto un recorrido vital feroz en búsqueda del sentido de la existencia”.

Por su lado, Guido Arroyo rescata los lados menos mainstream de su obra. “Estos dos siglos deberían ser una invitación a releerlo desde ciertos espacios más periféricos, menos publicitados de su obra, y es alucinante que un autor siga teniendo ese carácter disruptivo”.

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