Columna de Marcelo Contreras: Como una piedra rodante

El propio público sabe que las giras de despedida no se tratan de dinero exclusivamente -aunque nunca deja de tratarse de dinero- sino, en el caso de la élite de la música popular, de millonarios reacios a aparcar el jet y dirigirse a una mansión a esperar la llegada de la muerte con la televisión encendida, en una sala colmada de premios y discos de oro.



Entramos en un loop, una especie de nuevo territorio donde el tiempo y el calendario de las grandes estrellas se relativiza, mientras los ciclos se expanden en la medida que la expectativa de vida crece, y la edad de retiro se posterga por motivos económicos, pero también por la necesidad de sentirse activo.

Aquellos artistas embarcados en largas despedidas que eternamente suman fechas como Elton John y Kiss, o con dramáticos anuncios de alejamiento de las pistas como Ozzy Osbourne, seguirán presentándose de una forma u otra, etiquetando tours con nombres socarrones como la “primera gira de despedida” de Roger Waters, anunciada ayer para el próximo 25 de noviembre en el estadio Monumental.

El propio público sabe que no se trata de dinero exclusivamente -aunque nunca deja de tratarse de dinero- sino, en el caso de la élite de la música popular, de millonarios reacios a aparcar el jet y dirigirse a una mansión a esperar la llegada de la muerte con la televisión encendida, en una sala colmada de premios y discos de oro. Saben que si se detienen no sobrevivirán demasiado sin la adictiva combinación del aplauso y el reconocimiento, que seguir en movimiento es una manera de mantenerse con vida, y que el público está dispuesto a acompañarlos masivamente en los últimos recorridos del trayecto artístico, mientras la propia audiencia envejece en busca del arrullo de los recuerdos, convocando a hijos y nietos. Es un trato justo, una retroalimentación perfecta entre artistas y seguidores tras una larga relación.

Las estrellas con más de medio siglo en el escenario no solo están ahí por voluntad y ego, sino porque existe demanda, y es extraordinariamente rentable tener a una leyenda aún en condiciones de brindar un buen espectáculo. “Quiero tocar hasta que tenga 90 años”, declaró hace unos días el capo de la batería Dave Lombardo (Slayer, Fantômas), sobre el deseo de seguir en el escenario a pesar de las demandas del instrumento.

“No es un trabajo, es una puta pasión”, resumió Ozzy, uno de los padres fundadores de las despedidas con puerta giratoria, cuando se lanzó en 1992 con No More Tours Tour. A pesar de achaques como el parkinson y tras acaparar titulares en febrero anunciando que dejaba la carretera, su nombre figura en el festival Power Trip de octubre en California, en una conjunción de la realeza del rock pesado y el heavy metal junto a Metallica, AC/DC, Iron Maiden, Guns N’ Roses y Tool.

(Photo by Evan Agostini/Invision/AP, File)

El evento es como la segunda generación del Desert Trip de 2016 -”el festival del siglo”-, la cita cúlmine de la nostalgia con los Stones, Paul McCartney, Bob Dylan, The Who, Roger Waters y Neil Young, promocionado en su minuto como la última posibilidad de ver a los protagonistas de la historia musical del siglo XX. Siete años después todos siguen activos.

En algún momento será el turno de una reunión con Pearl Jam, Red Hot Chili Peppers y Foo Fighters, entre otros clásicos de los 90, como la siguiente será encabezada por Green Day y Blink 182. Hay múltiples posibilidades de line up con la crema y nata musical de varias generaciones.

En Chile Los Jaivas celebran 60 años de historia, Luis Miguel suma fechas en el Movistar Arena en su calidad de ídolo máximo ajeno al tiempo y las novedades, y The Cure debiera agotar apenas se confirme su visita, a una década del debut en el Estadio Nacional.

Los más grandes ídolos encontraron la manera de eternizarse, al negarse a la despedida. Dicen adiós a decir adiós. Quien lo necesita.

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