El dramático asesinato de Robert Kennedy (y las emotivas palabras que le dedicó un comunista chileno)

Cómo fue el asesinato de Robert Kennedy.

Tras ser mortalmente herido la noche anterior, el 6 de junio de 1968 -hace 55 años- falleció el senador por Nueva York, quien disputaba la nominación del Partido Demócrata de cara a las elecciones presidenciales de ese año. Su autor fue un joven inmigrante palestino. En Chile, el suceso detonó una emocionada intervención durante la sesión del Senado. Esta es la historia.


La primaveral noche del 1 de abril de 1968, los estadounidenses vieron atónitos por la televisión el mensaje presidencial del mandatario Lyndon B. Johnson. Lo que anunció era impactante. Con el semblante adusto y una expresión seria, indicó : “No buscaré, ni aceptaré, presentarme como candidato de mi partido a la presidencia para un nuevo mandato”.

Hasta entonces, el texano era uno de los nombres que irían por la nominación demócrata para las elecciones de ese año. Siendo el Presidente en ejercicio, tenía cierta ventaja. Había asumido de emergencia la primera magistratura de la nación tras el dramático asesinato de John F. Kennedy (a quien todos llamaban “Jack”), en noviembre de 1963, por ser vicepresidente titular. De hecho, juró el cargo en el mismo avión que trasladaba los restos del malogrado Jefe de Estado de regreso a Washington.

Luego, con el impacto del crimen aún fresco en la gente, había ganado con comodidad las elecciones de 1964, logrando un 61.1 % contra apenas un 38.5 % de su rival republicano, Barry Goldwater. Si bien había comenzado con mucho apoyo, y su gestión se había dedicado sobre todo a los derechos civiles y las ayudas sociales, en esos años finales de la convulsa década de los 60, la situación era otra.

Lyndon Johnson jura como nuevo presidente de Estados Unidos, el 22 de noviembre de 1963, solo horas después del asesinato de John F. Kennedy.

Ocurre que no solo los problemas internos acosaban a Johnson, también la Guerra de Vietnam, en la cual cada día quedaba claro que sería una clara derrota para Estados Unidos, y por ende, ya se hacía más impopular en la población. En tiempos donde ya existía una incipiente TV vía satélite, sin moverse de sus casas los estadounidenses se informaban de la crudeza de las acciones y que nada andaba muy bien.

“La ofensiva del Tet, lanzada en enero, vio cómo las fuerzas norvietnamitas (el Vietcong) entraban en el terreno de la embajada de los Estados Unidos en Saigón al tiempo que sitiaban la base aérea estadounidense de Khe Sanh, cerca de Laos, acontecimientos todos ellos que la población norteamericana pudo seguir gracias a una amplia cobertura televisiva y mediática”; comenta Susan-Mary Grant en su libro Historia de los Estados Unidos de América.

El Presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, y Martin Luther King

A ello se le suma una creciente ola de violencia y disturbios ocasionados por los conflictos raciales, una herida que estaba más abierta que nunca en el gigante del norte. De hecho, solo 3 días después, fue asesinado el reverendo Martin Luther King Jr. desatando una ola de desórdenes y desmanes. De hecho, además del magnicidio de Kennedy también habían sido asesinados otros defensores de los derechos civiles, como Malcom X, Medgar Evers o James Chaney. Y el país no olvidaba los violentos incidentes ocurridos en 1962 en la Universidad de Misisipi por el ingreso del primer joven afroamericano, James Meredith, alentados incluso por el gobernador del Estado, el duro segregacionista blanco Ross Barnett.

Por ello, pese a que la Constitución le permitía a Johnson volver a postularse por un período más, en su partido, el Demócrata, surgieron nombres dispuestos a pelearle la nominación presidencial. Uno, el senador por Minnesota Eugene McCarthy; y el otro, el senador por Nueva York, Robert Francis Kennedy.

Robert Kennedy.

Un hombre cercano

Impactado por la noticia, Robert Kennedy -de solo 43 años- veía cómo su gran rival, Johnson (con quien nunca tuvo buenas relaciones, a diferencia de su hermano John), daba un paso al costado. Cuando fue asesinado Jack, parecía natural que él tomara el relevo de inmediato en una candidatura para 1964, pero Johnson -a quien le correspondía asumir por ser vicepresidente- no quiso saber nada de eso. “Johnson le rechazaba porque quería que su administración fuera totalmente johnsoniana y no una segunda edición de la administración Kennedy”, señala William Nicholas en su libro El Robert Kennedy que nadie conoció. Pero ahora la pista le quedaba semidespejada.

Así que este parecía ser el momento de “Bobby”. El rubio senador representaba un modelo poco convencional en la política. Fiscal General durante la presidencia de John F. Kennedy, era un hombre cercano, empático y deportista. Su discurso encontraba eco en las masas, sobre todo en aquellos grupos menos favorecidos.

Robert Kennedy, como fiscal general de los Estados Unidos, junto a su hermano, el Presidente John F. Kennedy.

“Cuando Bobby visitaba Harlem o cualquiera de los barrios negros o puertorriqueños de Nueva York, las muchedumbres le seguían. Tenía entre ellos un millón ochocientos mil votos incondicionales, que no se pasarían a su adversario, cualquiera que fuera su personalidad o su programa. Saben que Kennedy era el que más había trabajado en el programa de lucha contra la pobreza”, indica Nicholas.

Esa cercanía era una rareza en la política de aquellos años. También el hecho de que -a contrapelo de la mayoría protestante del país- los Kennedy eran católicos (de hecho, el actual presidente, Joe Biden, es el segundo presidente católico de toda la historia de los Estados Unidos). Pero a diferencia del siempre libidinoso Jack, Robert se tomaba la fe con mucha más seriedad. “De joven, Bobby pensó seriamente hacerse sacerdote. Abandonó su idea en seguida, pero conservó su espíritu piadoso e incluso, siendo Fiscal General y Senador, acudía frecuentemente a Misa. Sin ser de comunión diaria, como su madre, era un practicante devoto; rezaba el rosario en familia y leía la Biblia diariamente durante media hora”, agrega Nicholas.

Además, era un hombre de vicios controlados. “Fumaba muy poco. A los 21 años recibió un premio de mil dólares por haberse abstenido del tabaco hasta ese momento. De vez en cuando se tomaba un martini o dos antes de cenar”, escribe Nicholas. Estaba casado con Ethel Skakel, con quien ya tenía 10 hijos, y para esos primeros meses de 1968 ya iba otra hija en camino. Una numerosa prole de 11 retoños.

Robert Kennedy, su esposa Ethel, y sus hijos.

La fatídica celebración

Sin perder tiempo, Kennedy buscó afanosamente ganar las primarias que en cada estado se desarrollarían para así obtener la nominación demócrata. Además, sorpresivamente tras la bajada de Johnson apareció un nuevo candidato: el vicepresidente Hubert Humphrey, quien despertaba muchas simpatías al interior de los operadores políticos del partido. La tarea no sería fácil.

El comienzo fue bueno para “Bobby” porque ganó las primarias en Indiana y Nebraska pero perdió en Oregón. No saboreó la derrota mucho rato, pues el rumbo se enmendó tras vencer en Dakota del Sur, y el 4 de junio de 1968, se apuntó la mayor victoria en su carrera al ganar las primarias de California.

Robert Kennedy proclama su victoria en el Hotel Ambassador, en California. Es la noche del 5 de junio de 1968.

Esa noche, Kennedy proclamó su victoria en el Salón de los Embajadores del Hotel Ambassador, en Los Angeles. En su discurso, rodeado de Ethel y de sus asesores, fue conciso: “Gracias a todos. Vamos a Chicago y a ganar”, dijo. El reloj ya marcaba la medianoche y se iniciaba el 5 de junio. Había trabajo que hacer. Su asistente, Fred Dutton, había arreglado una rueda de prensa para que el candidato departiera con los medios, y para ello, debía ir al otro lado del hotel, así que sugirió que pasaran a través de la cocina. Kennedy no protestó. Lo acompañarían Ethel y su escaso séquito de seguridad, conformado por William Barry, un exagente del FBI, y dos guardaespaldas no oficiales, que habían sido atletas profesionales.

En la cocina, por supuesto, se armó un jaleo. El personal de hotel, y la gente presente se aglutinaba para ver al candidato y poder saludarlo. Mientras Dutton y Barry despejaban el camino, un asistente de cocina llamado Juan Romero, de 17 años, se acercó a estrecharle la mano a Kennedy, quien, presto, se la otorgó.

Y en eso estaban cuando entre la multitud apareció el joven palestino Sirhan Bishara Sirhan, de 24 años, residente en Los Angeles. Abriéndose paso le disparó cuatro tiros a quemarropa a Kennedy con un revolver calibre 22 Iver-Johnson Cadet. Tras la conmoción, fue Barry quien golpeó a Sirhan, derribándolo, y junto a los guardaespaldas redujeron al agresor.

Luego, Barry se dirigió al sangrante Kennedy, quien había sido impactado por tres balas: una entró por detrás de su oreja izquierda, dispersando fragmentos en el cerebro. Otras dos entraron por su axila derecha impactando de lleno en el pecho y en el cuello. Romero aún sostenía de la mano a Kennedy, así que le sostuvo la cabeza y le colocó un rosario en la mano. Los fotógrafos presentes aprovecharon de registrar las imágenes del senador caído.

Robert Kennedy yace junto a un impactado Juan Romero. Acaba de recibir los balazos de Sirhan.

Luego llegaron Barry y la desconsolada Ethel, quien desesperada pedía ayuda. Barry comentó años después: “Supe inmediatamente que era un calibre 22 pequeño, por tanto esperaba que no fuera tan grave, pero entonces me percaté del agujero de bala en la cabeza del senador”.

Aún consciente, Kennedy fue trasladado de urgencia al Hospital The Good Samaritan, de Los Angeles. Fue intervenido a las 3:12 a. m. de la madrugada de ese miércoles. Al principio su condición pareció mejorar, sin embargo, entró en estado inconsciente. Su vida pendía de un hilo.

Un discurso desde Chile

La noticia causó impacto mundial. Mientras Kennedy luchaba por su vida, en Chile, durante la sesión del Senado del 5 de junio de 1968 (disponible en la Biblioteca del Congreso), tomó la palabra el senador y escritor Volodia Teiltelboim, del Partido Comunista, quien pidió “dedicar algunos minutos, un tiempo breve, a referirnos al acontecimiento que ha conmovido hoy a toda la humanidad el atentado al Senador Robert Kennedy”. Se le asignaron 10 minutos para su speech, los cuales aprovechó de manera notable, amén de una pulida oratoria.

Robert Kennedy tenía cierto vínculo con Chile, pues había visitado el país en noviembre de 1965, como parte de una gira que realizaba para promover la Alianza para el Progreso, una iniciativa del gobierno de su hermano que entregaba ayuda económica, política y social a Latinoamérica. Todo para evitar el influjo de la Revolución Cubana en el cono sur americano.

“Cinco detonaciones derrumban al Senador por Nueva York, heredero del trágico sino político de su hermano John, destino que no está forjado por una fatalidad, por el azar ni por una maldición divina. Son los hábitos de violencia, aposentados profundamente en la entraña misma de amplios sectores de la vida norteamericana, los que, convertidos en verdaderas máquinas de matar, organizadas, conectadas y accionadas por un poder oculto tienden una línea de continuidad entre el homicidio de John Kennedy, el asesinato de Martin Luther King y, ahora, el atentado criminal a la vida de Bob Kennedy”.

Robert Kennedy junto a Juan Romero, tras ser baleado.

“La guerra de Vietnam ha obligado a buena parte de la juventud norteamericana, en un estado de inmadurez psicológica, a ir a un país lejano a matar por deber, en una especie de deporte patriótico. Todo ello se paga terriblemente. Creemos que detrás de este atentado, como de los otros, está el negocio de la sangre humana, porque hay gente que ve la paz de Vietnam como la más catastrófica de las desgracias políticas y la más ruinosa de las pérdidas financieras, puesto que significaría un detente en la industria de armamentos. Son los enemigos jurados de los derechos civiles para los negros y de la paz internacional los que movieron la mano en el atentado de esta mañana; son los descendientes directos de los que mataron a Lincoln.”

“Ese proyectil, seguramente, puede haber inferido a Kennedy una lesión cerebral grave, pero el daño encefálico más hondo radica en la sociedad enferma donde está incrustado en ese sistema de vida en que prospere la propaganda de la muerte y del pistolero, aquel terrible negocio de la sangre”.

“El cable angustioso de las últimas horas habla de que Robert Kennedy está resucitando. Pero lo que debe resucitar sobre todo, junto con él, es la salud mental y el respeto a la vida en ese mundo corrompido hasta los huesos por el dinero, dinero que también allí es producido por la violencia porque el negocio es un crimen y se ejerce, el asesinato pagado, por encargo”.

Pero a pesar de los deseos de Teiltelboim, a las 1:44 a. m. del 6 de junio, el cuerpo de Robert Kennedy dejó de luchar, y falleció.

Robert Kennedy recibe los primeros auxilios en la cocina del Hotel Ambassador.

Sirhan se declaró culpable de asesinato, y confesó que su motivación fue la simpatía que Robert Kennedy había manifestado por Israel. En abril de 1969 fue sentenciado a la pena de muerte, pero en 1972, su pena fue conmutada por la de presidio perpetuo en la Prisión Estatal de California, donde se mantiene hasta el día de hoy.

Kennedy fue sepultado en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia, cerca de su hermano Jack. La nominación presidencial demócrata finalmente la obtuvo el vicepresidente Hubert Humphrey, quien se enfrentó al conservador republicano Richard Nixon, uno que iba por su revancha tras haber sido derrotado en 1960 por John Kennedy. Nixon ganó y se convirtió en el nuevo Presidente. Quizás fue el único triunfador en aquellos años turbulentos.

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