Culto

Los últimos días y la muerte de José Miguel Carrera en Mendoza (y cuál fue su última frase)

El 4 de septiembre de 1821, el prócer de la independencia de Chile murió fusilado en Mendoza. Había sido traicionado por sus oficiales quienes lo entregaron a las autoridades. Se le acusaba por los robos y saqueos que había cometido su hueste. En su hora final, gritó sus últimas palabras, las que quedaron registradas en la historia.

Los últimos días y la muerte de José Miguel Carrera en Mendoza (y cuál fue su última frase) Últimos momentos del General José Miguel Carrera, óleo de José Agustín Araya. Diego Haristoy

El sueño de José Miguel Carrera Verdugo era volver a Chile. Tras haber partido al exilio después del desastre de Rancagua, en octubre de 1814, el prócer de la independencia pasó por Argentina, Estados Unidos, Uruguay, y nuevamente Argentina, donde se sumó a la contienda entre unitarios y federales como oficial de estos últimos bajo promesa de ayuda. Participó en batallas, incluso entró triunfante a Buenos Aires, pero con el tiempo, el bando Federal se olvidó de él y lo dejó a su suerte.

El proyecto de Carrera era liderar una fuerza -el llamado Ejército restaurador- que cruzaría la cordillera de los Andes y se internaría en Chile para derrocar a Bernardo O’Higgins, entonces Director Supremo del país. Pero sin pertrechos ni hombres del bando federal debió recurrir a una alianza con los indígenas ranqueles, quienes lo nombraron “Pichi Rey”. Con estos, el antiguo sargento mayor de los Husares de Galicia incursionó en la localidad de El Salto en un “malón”, salteando, robando y secuestrando mujeres.

José Miguel Carrera

De esta manera, la hueste de Carrera más que un ejército profesional se parecía a una horda de malechores. Sus soldados eran en realidad motoneros, indios, hombres de dudosa reputación más interesados en cobrar y obtener riquezas que en ir a pelear contra O’Higgins. “Atraídos al lado de Carrera por móviles diferentes a los de éste, para ellos la anunciada ‘restauración de Chile’, que les parecía quimérica e irrealizable, no tenía en realidad ningún interés”, señala Diego Barros Arana en su ineludible Historia General de Chile.

En una incendiaria proclama publicada en La Gaceta de Buenos Aires, el gobernador Martín Rodríguez no dudó en señalar a un responsable por los hechos de El Salto: “José Miguel Carrera, ese hombre depravado, ese genio del mal, esa furia bostezada por el infierno mismo es el autor de tamaños desastres. Ese traidor que entregó su patria en manos del cobarde Osorio, abandonando la defensa del heroico Chile, por atender a su venganza: que después de haber saqueado los caudales públicos y particulares de aquel, emigró a nuestro territorio en busca de un asilo, que nos ha sido tan ominoso; que introdujo la discordia en nuestras provincias; que intentó conspiraciones; que incendió la guerra civil con toda clase de maldades, intrigas y perfidias; que profanó nuestras leyes; que invadió nuestras campañas; que insultó con atrevimiento a nuestro pueblo; ese mismo facineroso es el que huyendo del solo nombre de la dichosa paz, que no puede sufrir su alma reprobada, ha elegido en su rabioso despecho, la venganza de las fieras”.

José Miguel Carrera, retrato de Francisco Mandiola

Punta del Médano: la batalla final

Con los hombres que tenía, Carrera decidió dejar a los ranqueles y partir hacia el interior de la Argentina con el fin de cruzar la Cordillera en Mendoza y caer sobre Chile. A su paso, continuaba la estela de robos y saqueos, permitidos por el general porque no tenía otro medio de pagarles a sus hombres.

Alertados desde Buenos Aires, los gobernadores de las provincias de Córdoba y San Luis se negaban a darle libre paso y enviaron fuerzas para detenerlo. Carrera se las arregló para avanzar de todos modos y llegar a la provincia de Mendoza, pero para entonces, su “ejército” estaba muy desmejorado. En el aire se sentía que el proyecto no iba a funcionar y pronto comenzaron las deserciones.

“En su última campaña, la hueste de Carrera había experimentado una numerosa deserción, si bien había conseguido llenar sus filas y aún engrosarlas con gente allegada que entraba en la lucha con propósitos muy diversos a los de este caudillo”, indica Barros Arana.

Ya estando en San Juan, con la cordillera a la vista, a muy pocos kilómetros de conseguir su objetivo, las huestes de Carrera se enfrentaron a las del coronel mendocino José Albino Gutiérrez en la localidad de Punta del Médano, el 30 de agosto de 1821. Fue un completo desastre para Carrera, las fuerzas de Gutiérrez se impusieron con una asombrosa facilidad desde la primera carga, ya que muchos de los soldados carrerinos arrancaron apenas pudieron. De acuerdo a Barros Arana, en la persecución, cerca de 80 prisioneros declararon haber sido obligados a enlistarse por la fuerza en la hueste del “Príncipe de los caminos”.

Carrera comprendió que estaba perdido y arrancó junto a 100 hombres. Mientras tanto, un grupo de oficiales, liderados por el comandante José Manuel Arias, se reunió y acordó entregar a Carrera a las autoridades de Mendoza con el fin de negociar su propia salvación. Le comunicaron la idea a los soldados y estos decidieron sumarse.

En la noche cerrada del 1 de septiembre, a las 2 de la mañana, la hueste llegó a la posta de Chañar, a 18 leguas de Mendoza. Una vez que se ordenó parar, dos soldados se abalanzaron contra el chileno y lo apresaron tomándolo de los brazos. Este, opuso resistencia pero fue inútil. El complot se consumó en cosa de minutos.

Carrera fue conducido a Mendoza junto con sus oficiales leales, entre ellos, el coronel José María Benavente, su amigo más cercano. El gobernador, Tomás Godoy Cruz, ordenó la conformación de un consejo de guerra que se constituyó el 3 de septiembre de 1821. Ahí, Carrera escuchó las acusaciones. No solo lo culparon por los hechos de El Salto, sino también se le responsabilizó por “perder Chile en 1814″, según Barros Arana, además de los incidentes provocados por sus soldados en la misma Mendoza, una vez que llegaron exiliados tras el desastre de Rancagua. La sentencia fue la muerte. Sería fusilado en la Plaza Pedro del Castillo de la ciudad de Mendoza, el mismo lugar donde años antes, en 1818, habían sido fusilados sus hermanos, Juan José y Luis Carrera. Godoy Cruz dispuso que la ejecución fuera al día siguiente, el 4 de septiembre de 1821.

“Dirían que tengo miedo”

Carrera pasó la noche en la cárcel. A las nueve de la mañana del 4 de septiembre de 1821, el prócer se despidió de su esposa, Mercedes Fontecilla, en una breve carta que redactó con el pulso de la muerte palpitando en su muñeca. “Mi adorada pero muy desgraciada Mercedes: un accidente inesperado y un conjunto de desgraciadas circunstancias me han traído a esta situación triste: ten resignación para escuchar que moriré hoy a las once. Sí, mi querida, moriré con el solo pesar de dejarte abandonada con nuestros cinco tiernos hijos en un país extraño, sin amigos, sin relaciones, sin recursos ¡Más puede la providencia que los hombres!”.

Más tarde, quiso escribir otra, dirigida a Francisco Martínez Matta. Comenzó las primeras líneas, pero le fue arrebatada por el oficial a cargo y no la terminó. La muerte había llegado con su manto negro a buscarlo.

Mercedes Fontecilla. 360688604050101

A cargo de darle alivio espiritual a José Miguel y prepararlo para lo que venía estuvo fray Benito Lamas, quien también cumplió ese rol con sus hermanos Juan José y Luis. Años después, en 1845, el religioso escribió su testimonio de los hechos.

“Fui nombrado para auxiliarlo en su última hora. Entré en el calabozo y lo hallé escribiendo. El oficial que mandaba la escolta era aquel célebre pardo Barcala, que llegó a coronel, y que fué fusilado en el mismo lugar Carrera en 1834. Según la orden que recibió, le quitó el tintero y el papel en que escribía, para que no perdiera momentos que eran muy preciosos. Carrera cedió con resignación y me suplicó que concluyera la carta. Era dirigida a don Francisco Martínez Matta”. Sin embargo, el papel nunca volvió al religioso por lo que no pudo terminar de escribir la misiva. “No me fue posible, en consecuencia, cumplir mi promesa”.

Luego, fray Lamas cuenta cómo fueron los últimos momentos de José Miguel Carrera. “Se retiró el oficial con la carta comenzada, y Carrera empezó a quejarse de la injusticia de sus enemigos -O’Higgins, San Martín, Luzuriaga-; yo le dije que no era tiempo de eso, y procuré traerlo al camino de la religión y del arrepentimiento, como era de mi deber”.

Fray Lamas le sugirió a Carrera que una vez sentado en el banquillo pidiera perdón al pueblo de Mendoza, idea a la que el prócer accedió. Luego, arribó el oficial a cargo a buscar al condenado. En ese momento (siempre según el testimonio de Lamas) el chileno le hizo una particular pregunta al fraile: “¿Y cómo se va a esta ceremonia?, ¿Con el sombrero puesto o quitado?“.

Fray Benito Lamas.

El religioso, sorprendido, respondió: “Con el sombrero quitado le dije, porque se debe reverencia este crucifijo que lleva usted en la mano, imagen de su Dios”. Carrera accedió, se quitó su sombrero y pidió que se lo entregaran a su amigo, el coronel Benavente quien estaba preso en la misma cárcel. Había sido condenado a muerte pero esa mañana Godoy Cruz le conmutó la pena (tiempo después, Benavente pudo regresar a Chile).

Faltando pocos momentos para salir de la prisión, los frailes mercedarios ingresaron y le pusieron el escapulario de su orden. Con ella, Carrera y Lamas emprendieron la marcha. “Llegamos al umbral de la cárcel. Había que bajar unos escalones y yo le ofrecí mi brazo. —No, me dijo, dirían que tengo miedo".

Una vez en el banquillo, enfrentando los gritos de la gente que pedía su sangre, Carrera sorprendió al monje. “Se opuso a que le vendaran los ojos y pidió mandar él- la ejecución. Nada de esto se le concedió. Entonces se quitó y dobló un rico poncho que llevaba puesto; y se limpió de las mangas de la chaqueta algunas ligeras motas de pelusa. Se acercó el alguacil corno pidiéndole el poncho, y Carrera le dijo: —No, lo destino para el de mi suegra, quien me harán el favor de entregarlo".

Luego, en vez de pedir perdón al pueblo de Mendoza gritó a todo pulmón sus últimas palabras. Fue una descarga hecha con resignación y la pesadumbre de quien ve que su vida se le va sin más. Por sus ojos seguro vio pasar su existencia, probablemente recordó su camino, el ideal con que entró al movimiento independentista. Como sea, desgarró su garganta gritando: “¡Muero por la libertad de América!“.

La ceremonia se prolongó unos breves instantes más. Carrera le hizo un gesto a fray Lamas, quien acudió junto a él. “Me retiraba yo de su lado cuando me llamó para entregarme su reloj y un nudo de su pelo para que se remitiese a su esposa como una memoria suya”. Hecho esto, y aún con el fraile retirándose del lado del condenado, el pelotón descargó contra el prócer. “Corriendo yo gran riesgo de ser herido por las balas que iban dirigidas a él y a sus dos compañeros”. Murió de inmediato.

Fray Lamas hace una última anotación: “El doctor don Clemente Godoy, que estaba a su lado, me dijo: —Ha muerto como un filósofo".

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