Culto

Mi Ghibli favorito: dedicatorias a 40 años del inicio de la magia

Los directores Isao Takahata y Hayao Miyazaki y el productor Toshio Suzuki fundaron el estudio japonés hace exactos 40 años. A raíz de esa efeméride, aquí ocho expertos eligen su película predilecta de la casa de animación conocida por sus historias humanas y conmovedoras. Una cartografía que va desde Mi Vecino Totoro hasta la reciente El Niño y la Garza.

Kiki: Entregas a domicilio (1989)

Cristóbal León, director y artista visual

Si tengo que elegir una, elijo Kiki: Entregas a domicilio (1989). La descubrí hace poco, buscando películas que pueda ver mi hija de tres años. Es una película muy atípica narrativamente, completamente anti-épica. Kiki no salva al mundo, más bien está toda la película salvándose a sí misma. Me recuerda a mí mismo en mis veinte estudiando lejos de casa, lidiando con la inseguridad, el aislamiento, el temor a no ser suficiente. Es una película sobre lo doméstico, lo emocional, lo artesanal. Me imagino que Hayao Miyazaki estaba haciendo una película sobre sí mismo convirtiéndose en artista. E inventó un mundo donde ser bruja es tan espectacular como ser artista, o sea, casi nada espectacular. En la película a nadie le llama demasiado la atención una niña volando en una escoba. Esa es otra cosa que amo de esta película, inventa una Europa donde nunca se reprimió la brujería. Es una ucronía pagana muy luminosa en la cual dan ganas de habitar. Eso es lo que más me interesa de las películas de Ghibli, instala mundos en la memoria que contienen tanto detalle que da la sensación de haberlos visitado realmente.

El cuento de la princesa Kaguya (2013)

Matías Latorre, cofundador de Marmota Studio

Mi Ghibli favorito es El cuento de la princesa Kaguya (2013), de Isao Takahata. Como uno de los fundadores del estudio, su último trabajo antes de fallecer es una tragedia conmovedora. La animación, inspirada en el arte tradicional japonés sumi-e, utiliza pinceladas de tinta y acuarela que no solo son hermosas, sino que transmiten visceralmente cada emoción de la historia. Todo se siente más crudo y, sobre todo, más sincero. El final es lo más interesante. Para algunos, es trágico; para otros, agridulce. Depende de tu propia visión con respecto a los temas que trata la película.

Mi vecino Totoro (1988)

Elisa Eliash, cineasta y profesora de Facultad de Comunicaciones UC

Mi Ghibli favorito es Mi vecino Totoro (1988), porque toca el cielo de la cinematografía infantil de la manera más improbable. Ante las fórmulas estridentes con narrativas sobrecargadas y saturación visual tan comunes en el cine familiar, Totoro responde con una calma inesperada. El asombro de lo pequeño y cotidiano, de la contemplación y la belleza de los espacios domésticos y de la naturaleza hacen que a veces algunas escenas se me mezclen con recuerdos de infancia. Porque al igual que esos trozos de memoria, la ambivalencia entre la luminosidad y el misterio operan simultáneamente, sin conflicto. Toda la primera parte de la película es una brillante muestra de aquello: un padre y sus hijas desempacando y descubriendo su nuevo hogar con ojos de niña ante la latente ausencia de la madre hospitalizada. Y luego, lo más insólito, la famosa secuencia de la espera en la lluvia porque, ¿quién dijo que no podía ser fascinante ver llover mientras se espera? Casi cinco minutos de observación, ritmo, intriga y belleza. Tal vez el tiempo muerto más inmersivo del cine infantil. La criatura mágica tarda en descubrirse y al final, un giro feliz lleno de movimiento y diversión para terminar con el espíritu en alto, un toque de optimismo radical que es justo lo que la infancia necesita.

El viaje de Chihiro (2001)

Germán Acuña, director y animador

Lo primero que vi de Hayao Miyazaki fue Conan: El niño del futuro en la televisión cuando era niño. Esta serie me voló la cabeza, porque era algo diferente a lo que se veía en ese entonces, con una historia muy novedosa, profunda y especial. En ese momento despertó en mí la fascinación con la fantasía, la ciencia ficción y la animación. Así comencé a seguir el trabajo de Miyazaki y de lo que más tarde se volvería el estudio Ghibli.

Mi película favorita de Ghibli es El viaje de Chihiro (2001), la cual se transformó en una influencia gigantesca para lo que quería hacer a futuro como director. Y gracias a mi primer largometraje, Nahuel y el libro mágico (2020), el cual logré estrenar en Tokio, pude conocer a Hayao Miyazaki en persona y charlar con él, cumpliendo un sueño que tenía como artista.

Hoy me encuentro produciendo mi segundo largometraje, La veta del diablo, y las películas del estudio Ghibli siguen siendo una gran inspiración para mi trabajo como director.

El niño y la garza (2023)

Yenny Cáceres, autora de Los años chilenos de Raúl Ruiz

Son varias las películas Ghibli que atesoro, pero El niño y la garza (2023) es especial porque la vi en el cine con mi hijo, que tenía nueve años y la gozó. Es hermosa, a tantos niveles, que emociona saber que más de cien mil personas fueron a verla en Chile. Visualmente es un prodigio, una clase de animación, en la mejor tradición del estudio Ghibli. También es un compendio de la carrera de Hayao Miyazaki y de historias clásicas, como Alicia en el país de las maravillas. En su despedida, Miyazaki repasa temas que han atravesado su filmografía y el imaginario de la cultura japonesa: la Segunda Guerra Mundial, el viaje del héroe, los mundos paralelos y la muerte. Pero la historia de Mahito, un niño que pierde a su madre en un incendio, también es universal y es sorprendente su sincronía en algunos pasajes con la entrañable Petite maman (2021), de Céline Sciamma. Larga vida al maestro Miyazaki.

El cuento de la princesa Kaguya (2013)

Álvaro Ceppi, director Escuela de Cine y Realización Audiovisual Universidad Diego Portales

Cuando se habla del Estudio Ghibli, solemos pensar en Hayao Miyazaki. Pero quienes conocen su filmografía saben que se trata de una obra compartida entre dos grandes creadores. El otro es Isao Takahata.

Con formación en Literatura Francesa, Takahata llegó a la animación desde el guion y la dirección. Fue precisamente en ese rol para series tan emblemáticas como Heidi (1974) y Marco (1976) donde conoció a Miyazaki, ya por entonces un virtuoso animador.

Ese enfoque desde la escritura le permitió experimentar con otros horizontes narrativos y estéticos. Su filmografía es diversa, con un hilo de títulos deslumbrantes como La tumba de las luciérnagas (1988), Pompoko (1994), o la respuesta japonesa a Los Simpson, Mis vecinos los Yamada (1999).

Pero es en su última película, El cuento de la princesa Kaguya (2013), donde alcanza una síntesis mayor entre emoción, artes visuales y relato humanista. Basada en una leyenda japonesa, narra la historia de una niña diminuta que aparece dentro de un tallo de bambú y que, en realidad, es una deidad que sueña con ser humana. Esta fábula feminista –una más dentro del repertorio del estudio– se aleja de la estética convencional del animé, para construir una visualidad a base de trazos de carboncillo y acuarela, conectando con el arte clásico nipón de una forma que pocas películas han logrado.

Kaguya emociona desde sus primeros minutos. No solo por su historia y belleza visual, sino porque encarna todo lo que la animación puede llegar a ser.

El increíble castillo vagabundo (2004)

Enrique Videla, guionista

Como muchos, dependí de los Studios Ghibli para sobrevivir la pandemia. Como tantos padres, abusé de la poética de Miyazaki para enseñarle a mis hijos lo que era el cine, para hacerlos entrar en mundos de fantasía sin la violencia, la truculencia o el comercio descarado de tantos creadores de contenido infantil. No uno, sino mis dos hijos tuvieron un amigo imaginario llamado “Totó” en su primera infancia, sus propios vecinos Totoro personales a la hora de crecer.

Y aunque adoro las obras más conocidas, me gustaría detenerme en una joya subvalorada de Ghibli: El increíble castillo vagabundo (2004). Situada entre sus películas más duras y antibélicas (La princesa Mononoke, Se levanta el viento) y las más inocentes y puras (Mi vecino Totoro, El viaje de Chihiro), esta película tiene un equilibrio delicado y brillante. El castillo de Howl, mezcla de castillo steampunk y carrito de vendedor ambulante, es una obra maestra visual. Pero lo que realmente me conmueve es cómo expresa los temas más profundos de Miyazaki: el rechazo absoluto a la guerra (incluso si lo encarna un personaje vanidoso y egoísta), la redención a través del trabajo sencillo, y la sabiduría de la vejez. Hay compasión y perdón en cada rincón de esta historia: la bruja derrotada y débil, cuidada por la misma joven que maldijo es una de las historias más bellas y generosas de todo Ghibli.

Mi vecino Totoro (1988)

Paula Frederick, editora Cultura Radio Duna

La historia de las hermanas Mei y Satsuki y su encuentro con Totoro, la maravillosa criatura que representa con dulzura la inevitabilidad del crecimiento, es una fábula que abarca distintos niveles de la experiencia humana y conmueve en cada fotograma.

A su vez, indaga de forma mágica en los mitos y la sabiduría de un pueblo experto en subrayar su propia tradición, creando un imaginario basal en la filmografía de Hayao Miyazaki. Totoro es, sin duda, el más encantador de los espíritus del bosque que nos ha regalado Ghibli, el amigo imaginario que todos alguna vez quisimos tener, y que nos transporta directo a un mundo onírico y cálido, donde los sueños toman distintas formas y lo cotidiano se vuelve extraordinario. Como todas las películas de Miyazaki, Mi vecino Totoro es un abrazo cinematográfico que llena el alma.

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