
Reseña de libros: de Rachel Cusk al perfil de Matta por Rafael Gumucio
El Vértigo de Eros, el perfil biográfico sobre los años neoyorquinos del gran artista chileno; Desfile, la sofisticada novela de la escritora canadiense que gira en torno al arte y la identidad femenina, y Tal como Soy, narración juvenil de Daniela Márquez, en las lecturas de la semana.


El Vértigo de Eros, de Rafael Gumucio (UDP)
Para Matta, la tarea del artista era crear un mito, o más bien, recrear un mito primordial. “Porque se trata de hacer lo mismo que Ulises al abandonar su pueblo, pero hacerlo en todo momento: proceder en su obra creativa con saltos incesantes fuera de nuestra realidad íntima”, le dijo en una célebre conversación al filósofo Eduardo Carrasco. Pero a diferencia de Ulises, que vive una odisea para volver a casa, Matta siempre partía. “Su patria era el exilio”, escribe Rafael Gumucio en este notable perfil biográfico que recrea los años neoyorquinos del pintor, tal vez la etapa más gravitante de su trayectoria. Matta llega a Nueva York en 1939, directamente desde el movimiento surrealista de Breton y compañía, empapado de espíritu rupturista, y encandila a críticos, artistas y coleccionistas. Sus pinturas ligeras y enigmáticas, donde el misterio, el sexo y el humor se mueven con una libertad subversiva, cautivaron a la generación joven: Pollock, Peter Busa y Robert Motherwell pasaron por su taller. Audaz, seductor, ingenioso, divertido, Matta tuvo relaciones controvertidas con su entorno, sus mujeres y sus hijos. Nueva York es la ciudad donde nacieron los gemelos Sebastián y Gordon, a los que abandonó, y de la que escapó tras el suicidio de Gorky. La trágica muerte del artista de origen armenio lo salpicó: Matta tenía una relación con su esposa.
Profusamente documentado y narrado con destreza, Gumucio (autor de una biografía de Nicanor Parra) recrea la escena neoyorquina, se aproxima al carácter elusivo, magnético y controversial de Matta. Desde Nueva York, donde viven sus hijas, donde quedó varado durante la pandemia y sufrió un accidente que le quebró las muñecas, reflexiona sobre la pertenencia, el arte y la herencia. Matta pudo ser el padre de la Escuela de Nueva York, pero renegó de ello, así como renegó de maestros y de los primeros pasos de su pintura. Hablaba en chileno, pero mantenía una relación más bien distante, irónica acaso y nada lastimera con Chile. Y por cierto, tuvo una relación difícil y polémica con su hijo Gordon. “Una y otra vez continuó yéndose. No hizo nada más que irse”, escribe Gumucio abordo de un avión, mientras hace el movimiento contrario al de Matta: viaja de regreso a Chile.

Desfile, de Rachel Cusk (Los Libros del Asteroide)
Un día, en busca de sentido para su obra, G comenzó a pintar al revés. La crítica, que hasta entonces le había sido esquiva, recibió el cambio con entusiasmo. “La primera vez que la mujer de G vio los cuadros del revés tuvo la impresión de recibir una bofetada. Reconocía con una fuerza extraordinaria esa impresión de que todo parecía bien pero en su esencia estaba mal: veía en ellos su propia condición, la condición de su sexo”, dice la narradora de esta novela que gira en torno a la vida de cinco artistas, todos identificados con la letra G. El primero se inspira, naturalmente, en George Baselitz; los otros modelos son la escultora Louise Bourgeois, el afroamericano Norman Lewis, la alemana Paula Modersohn-Becker y el cineasta francés Éric Rohmer. Articulado en fragmentos, el relato pasa de la primera a la tercera persona a través de la voz de la narradora, quien vive en París y, entre otras cosas, relata el frío funeral de su madre, como una liberación, casi como una cita de El extranjero de Camus, así como una cena con curadores y críticos de arte que debaten sobre la obra de una de las versiones de G. Sofisticada, desafiante, provocativa, la novela se mueve entre la narración y el ensayo y con una prosa inteligente y estilizada se pregunta por la identidad femenina, los roles en el arte, la maternidad y la libertad creativa.

Tal Como Soy, de Daniela Márquez Colodro (Planeta)
Malkat tiene 12 años, nació en una familia de músicos de origen judío. Viernes de por medio, Malki, como la llaman, corre a casa para preparar la cena de shabat, “el único rito del judaísmo que me heredó mamá antes de partir, hace algunos meses”, dice. Preparar la jalá, el pan trenzado, la conecta con ella. Tras su muerte, la música suena triste en su casa, hasta que un día su padre se anima y participa en una audición para la Orquesta de Filadelfia. Padre e hija viajan a Estados Unidos. De regreso, se mudan a una casa en Huechuraba, donde Malki conoce a Alicia, que ama andar en skate y se siente incómoda con su cuerpo, de modo que lo oculta usando los polerones de su papá. En pandemia, Alicia y Malki hacen amistad, comparten los desafíos de crecer y la belleza de la música.
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