Desde niño me cautivan los procesos de transformación: las orugas convirtiéndose en mariposas, los colores descomponiéndose en luz blanca al girar el disco de Newton, Dr. Jekyll convertido en Mr. Hyde. Lo que en esos días pudo parecer la consecuencia de un acto de magia, con el correr de los años he entendido que es ley de vida. Vivimos para transformarnos en otros, para hacer que las cosas no sigan siendo lo que han sido. La experiencia, los errores, el instinto, las convicciones y las dudas ayudan en ese proceso que, en ningún caso, tiene asegurado un boleto a la estación del éxito.

Escribo esto con el recuerdo vivo del partido entre Chile y Costa Rica, con el sabor amargo aún en la boca por el fútbol que mostró el equipo de Rueda. Entiendo, de sobra, que se trata de un camino largo y que el objetivo por el que se está trabajando no es el haber derrotado la selección de Costa Rica, sino algo mucho mayor que está más allá de la Copa América 2019. El trabajo de Rueda apunta precisamente a transformar el fútbol de la selección a sabiendas de que los jugadores que fueron los artífices de este periodo dulce que nos entregó la generación dorada no van a estar más en el corto plazo. En ese plano, uno podría decir que habría que mirar con tranquilidad y distancia lo que pasó el viernes, toda vez que de los yerros y de los bajos rendimientos es posible sacar lecciones para lo que viene. Y es cierto, esa es una lectura posible.

La otra lectura, más crítica, tiene que ver con las elecciones que ha hecho Rueda en la apuesta por algunos nombres que, a la fecha, no parecen haber mostrado un nivel de selección, como son los casos de Ángelo Sagal y Junior Fernandes. ¿Serán los nombres por los que habría que apostar para hacer el relevo en una zona tan delicada como el ataque de La Roja?, ¿estará leyendo bien el seleccionador nacional la realidad del fútbol nacional como para que esos cambios terminen siendo favorables para la metamorfosis que está experimentando el fútbol nacional?, ¿estará pagando Rueda los costos de un fútbol que en el último tiempo parece haber dejado de lado la formación en divisiones inferiores para poner el acento en otras áreas?

No tengo respuestas para esas preguntas, pero sí creo que es bueno ir haciéndose a la idea de que la versión de La Roja a la que deberemos acostumbrarnos estará a una distancia superlativa de lo que vivimos en los últimos años. No sé si para bien o para mal. Lo que sí me queda claro es que deberá correr harta agua bajo el puente para volver a ver tanto talento reunido como el que vimos en los últimos diez años.

¿En qué se transformará La Roja de la mano de Rueda?, ¿quiénes terminarán llevando en sus hombros el peso de esta transformación?, ¿cuánto tiempo deberá pasar para que el nuevo proyecto se consolide? Son preguntas que el tiempo se encargará de dilucidar. Mientras ello ocurra, a mí me gusta fantasear con la forma que puede llegar a tener la nueva selección: una marcada precisamente por la juventud, por el atrevimiento, por el despliegue físico y el esfuerzo -a sabiendas de que hay muchas otras versiones posibles-. El martes, ante Honduras, veremos si es posible dar un paso adelante en función de una nueva versión en este método de ensayo y error.

Sinceramente me gustaría que el proceso que está guiando Rueda termine deslumbrándonos a todos, como alguna vez a mí me cautivó la transformación de las orugas en mariposas, los colores en la luz blanca, el mismo Dr. Jekyll en Mr. Hyde.

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