Emprendimiento

“Es una tragedia educativa”: la nueva apuesta educacional de uno de los creadores de Cornershop

Daniel Undurraga, cofundador del primer “unicornio” chileno hoy busca cambiar la educación, entregando más oportunidades a jóvenes vulnerables, a través de una revolucionaria herramientas que usa inteligencia artificial.

“Es una tragedia educativa”: la nueva apuesta educacional de uno de los creadores de Cornershop BENJAMIN RODRIGUEZ

La tecnología e innovación no abandonan a Daniel Undurraga, uno de los fundadores de Cornershop, el primer unicornio (empresa valorizada en más de U$1.000 millones) chileno. Luego que la startup fuera adquirida por Uber en 2020, el ingeniero civil industrial está en otra etapa de su vida: lidera la Fundación Phaway, donde es el presidente del directorio, entidad que busca mejorar la educación, la tecnología y el emprendimiento en Latinoamérica.

En ese paraguas tiene varios proyectos, como Biblioteca Viva (en conjunto con Enseña Chile y Fundación La Fuente), que fomenta la lectura en escolares; y BuenaOnda Talks, cuyo propósito es acortar la brecha digital y profesional en jóvenes mediante becas de aprendizaje tecnológico.

Además está con un fondo de inversión y la iniciativa unlimitED, -también con Enseña Chile– para instalar antenas de Starlink en colegios rurales. “Chile enfrenta una crisis educativa estructural, pero también una oportunidad inédita gracias a la inteligencia artificial (IA). Hoy, el 80% de los adultos egresan del colegio sin entender bien lo que leen. Esto no solo es una tragedia educativa, sino una amenaza para el desarrollo económico, la democracia y la cohesión social”, dice Undurraga.

Daniel Undurraga Alejandra De Lucca V.

“Es una tragedia educativa”: la nueva apuesta educacional de uno de los creadores de Cornershop

-¿Cuál es la diferencia de la educación chilena con otras que considera mejor encaminadas?

Que nuestra educación no está preparando a los estudiantes para el mundo que viene. No estamos priorizando suficientemente el pensamiento crítico, la creatividad ni las habilidades tecnológicas. Muchos jóvenes egresan del colegio sin saber inglés funcional, perdiendo muchas oportunidades laborales y académicas. Esta puede ser una de las razones por las que no vemos empresas chilenas compitiendo a escala mundial, porque nuestra economía sigue siendo principalmente extractiva, con pocos componentes basados en conocimiento e innovación. Pero aún estamos a tiempo de subirnos a este carro si actuamos con visión.

-¿Qué país es un buen ejemplo?

Singapur. Ellos apostaron hace años por un currículum digitalizado, inglés funcional desde la infancia y pensamiento computacional como eje formativo.

-Pero, ¿debería ser una educación orientada más a la innovación? ¿Hay otros pilares más claves como autonomía o diversidad?

La innovación no es necesariamente un fin, es una consecuencia de una buena educación. Eso incluye fomentar la autonomía, la diversidad y la creatividad, pero también asegurar una base sólida en lectura que es el fundamento de todo lo demás. También es importante el pensamiento lógico, las habilidades digitales, hablar inglés y la capacidad de adaptación. Además, la inteligencia artificial nos permite repensar cómo evaluamos el aprendizaje.

-¿De qué manera?

Podemos pasar de pruebas estandarizadas rígidas a unas más dinámicas y abiertas, capaces de capturar habilidades blandas como el liderazgo, la comunicación o la empatía.

-¿Qué rol tiene la educación pública en este cambio?

La educación pública es donde se puede tener el mayor impacto ya que muestra las brechas más significativas en resultados. Esto no significa que la educación subvencionada y privada estén exentas. La IA bien aplicada puede nivelar hacia arriba y reducir brechas entre colegios públicos y privados, y también entre zonas urbanas y rurales. La IA bien implementada puede ser el gran ecualizador educativo del siglo XXI.

-¿Cómo la IA podría ayudar a dicha transformación educativa?

La IA puede ser revolucionaria. Por primera vez tenemos tecnología que ofrece tutoría personalizada a cada estudiante, ajustada a su ritmo, nivel y estilo de aprendizaje. Estos tutores basados en IA no vienen a reemplazar a los profesores, sino a empoderarlos: liberan tiempo de tareas administrativas y les permiten enfocarse en lo verdaderamente humano: construir relaciones, contener emocionalmente y guiar con criterio. Además, la IA puede identificar lagunas de aprendizaje, personalizar contenidos y fomentar la curiosidad con preguntas socráticas. Si esto se implementa bien, puede ser un salto cuántico en equidad y calidad.

La IA también potencia la creatividad de los estudiantes: permite cocrear historias, diseñar experimentos, participar en debates y hasta conversar con simulaciones de personajes históricos o literarios. ¡Imagínate conversar con Einstein sobre física o con Gabriela Mistral sobre poesía! Eso le da vida a los contenidos.

Pero por décadas, muchos sectores han criticado la tecnología –si bien tiene beneficios– ha sido perjudicial para un aspecto de la educación o el desarrollo cognitivo. Esa crítica la escuchamos con internet, luego con la telefonía y hoy con la IA y las redes sociales.

La tecnología no es buena ni mala, es una herramienta más y depende de cómo se use. Lo crucial es fomentar la lectura en edad temprana, que sigue siendo la llave maestra para todo lo demás. Con normas éticas para evitar sesgos o errores, la IA puede usarse de forma responsable y no viene a reemplazar a los profesores, sino a acompañarlos, a potenciarlos. Es un copiloto, no un piloto automático.

-¿Cuántos recursos cree que se deberían destinar a este cambio?

Esta tecnología no requiere grandes infraestructuras; funciona en computadores básicos o incluso en celulares, es viable para zonas rurales o vulnerables, y accesible para entornos de bajos ingresos. Imagínate comunidades marginadas o barrios periféricos en Santiago. Un tutor de IA cuesta unos US$20 al año por estudiante. Y el impacto puede ser enorme: si logramos que egresen leyendo bien, hablando inglés y con habilidades en tecnología, podemos duplicar el PIB de Chile en una generación. Es una inversión asimétrica y parece una locura no hacerlo.

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